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viernes, noviembre 22, 2024

La sobrevalorada autocrítica

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La autocrítica como ideología ya sobrepasó al ámbito del marketing -como suele ser común en estas cuestiones- e impregnó al mediocre análisis político nacional.

Hay una idea común instalada por el marketing electoral desde hace algunos años que moldea determinados estilos de intervenir en la esfera pública, de parte de todo tipo de autoridades (ministros, congresistas y hasta la propia figura presidencial).

Podemos denominar a esta estrategia comunicacional «la ideología de la autocrítica». No la mueven los principios que fundaron la concepción moderna de la deliberación y el orden republicanos, es decir, no busca sopesar argumentos para llegar a un acuerdo racional.

Por el contrario, se trata de un ejercicio de marketing por el cual los candidatos o funcionarios se muestran «humildes», borrando la responsabilidad que conlleva el ejercicio del poder.

Esto fue brutalmente satirizado por el humorista argentino Diego Capusotto, a través de su personaje «Juan Domingo Perdón», que ilustra la actitud de presentar a un político como si su mayor capital fuera el pedido de perdón ante sus errores.

La autocrítica como ideología ya sobrepasó al ámbito del marketing -como suele ser común en estas cuestiones- e impregnó al mediocre análisis político nacional.

Es frecuente, así, leer en diarios y escuchar en radio y televisión -además de percibirlo en las redes sociales- que ciertos «formadores de opinión» le exigen al presidente una constante actitud de autoevaluación crítica, algo que -supuestamente- sería la quintaesencia de la actitud democrática.

Según los apologistas de la autocrítica, la misma vigencia del orden republicano descansaría en este egocentrismo invertido, que se mira en el espejo solo para horrorizarse de los defectos que le marcan sus adversarios sin siquiera discutirlos.

Sin embargo, parece mentira tener que aclararles a dichos predicadores de la «humildad republicana» que la presidencia es un cargo público que se ejerce por un tiempo limitado constitucionalmente. Por eso, no es la persona física que ocupa la función de presidente quien debe notar sus eventuales falencias, sino que es el pueblo, por medio de las urnas o por medio de sus representantes en el Congreso, quien realiza la evaluación, la quiera o no la del funcionario en cuestión.

En todo caso, si queremos ir más allá y situarnos en un plano crítico, serán las ciencias sociales las que harán análisis de un periodo de gobierno, mostrando el impacto de determinadas políticas públicas o la especificidad del momento histórico en cuestión.

Estos señalamientos tienen una dimensión más importante aun si recordamos que el principio que rige la legitimidad de nuestros representantes es el juego democrático, donde siempre hay un oficialismo y una oposición. En términos del sociólogo Nikklas Luhmann es éste el código del subsistema político.

Por lo tanto, es tarea de quien lidera al oficialismo defender su gestión, difundir sus logros y mostrar sus aciertos, así como es tarea de la oposición elaborar las críticas correspondientes y preparar de manera persuasiva un posible relevo en la organización de poder.

En el Paraguay resulta cómico que quienes frecuentemente se indignan de la vocación hegemónica del Partido Colorado son los mismos que le exigen a Mario Abdo que desempeñe funciones de oficialista y opositor, autocriticándose constantemente.

La pobreza de los análisis que permanentemente claman por mayor autocrítica es tal que ni siquiera conocen la manera en que se hizo uso de dicho concepto a través de la historia. La autocrítica tiene carácter retrospectivo, se ejerce a nivel institucional, y nunca en tiempo presente y sobre uno mismo. Se trata de evaluaciones y tomas de posición sobre el sentido mismo de la historia oficial de una nación, realizada por un mandatario -en representación coyuntural de la ciudadanía- para hacer reivindicaciones o rectificaciones relegadas en tiempos pasados.

No vendría mal a quienes pretenden ungirse en faros políticos que practiquen la humildad que tanto exigen y empiecen por instruirse sobre los principios de la democracia, los ejemplos de la historia y las discusiones contemporáneas sobre la comunicación política.

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