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viernes, noviembre 22, 2024

No son las camas, son los hábitos.

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El gran esfuerzo que hace la cartera de salud en montar más hospitales y más servicios será lamentablemente insuficiente si no se toman en cuenta las recomendaciones básicas dadas a los ciudadanos: uso de tapabocas, lavado de manos y distanciamiento social.

Ante el aumento de los casos de Covid-19, un importante grupo de la opinión pública fustiga al Ministerio de Salud, supuestamente por no haber adecuado el sistema de salud a las exigencias de una pandemia.

“Nos pidieron que nos encerráramos y ellos no cumplieron su parte” es una de las frases utilizadas por aquellos que piensan que la batalla más grande contra el Covid-19 es la instalación de camas de terapia intensiva.

Sin embargo, tal como argumentan permanentemente las autoridades sanitarias, la batalla más grande para derrotar al virus surgido en Wuhan debe darse fuera de los hospitales, en las calles.

Esto es así porque si no se superan algunos hábitos prepandémicos, ni quintuplicando las camas de cuidados intensivos se podrá dar abasto para cuidar la salud de la población.

Desde luego que la preparación del sistema sanitario es importante, ¿pero se puede realmente esperar que nuestra salud pública se ponga a la altura de la sanidad europea en 3 meses? Ni tomando la deuda más grande del mundo lograremos revertir años de desfinanciación de los hospitales.

Hay que decir, además, que el presupuesto insuficiente destinado a la salud no es sólo responsabilidad de los partidos políticos. Cámaras empresariales y líneas editoriales de los principales medios de comunicación militan año tras año la “austeridad”, reclamando recortes en un área tan sensible como es la salud pública.

De todas formas, siempre se puede sacar algo bueno de todo, incluso de la pandemia: hoy vemos que sectores que eternamente rechazaron impuestos sobre productos nocivos a la salud –como el tabaco- que iban a ser destinados a fortalecer la atención a enfermedades de base causadas por éstas, hoy son los que más se rasgan las vestiduras exigiendo salud pública de calidad. Ojalá que ese ánimo dure hasta después de la pandemia y en el Congreso, con sus votos, puedan demostrar que están a favor de un sistema sanitario más eficiente.

Por otra parte, de nada sirve montar camas de terapia intensiva si no existe personal de blanco capacitado para su manejo: se requiere alta calificación para ser médico intensivista. De cualquier manera, Paraguay tiene actualmente 465 camas de terapia intensiva que incluye al Instituto de Previsión Social (IPS), hospital policial y militar, sin contar el sistema privado, que suma un poco mas de 200.

Para atender a los pacientes de las 465 camas de cuidados intensivos existen apenas 220 médicos especialistas en terapia intensiva, número al que se suman 700 profesionales de enfermería. Estos profesionales tardan años en formarse en ese ámbito y no pueden importarse desde China ni aunque tomemos otros 1.600 millones de dólares en préstamos.

La capacidad instalada de camas de cuidados  intensivos no hará mucha diferencia en la lucha contra el Covid-19 ya que éstas son el último eslabón del sistema sanitario, donde la tasa de mortalidad supera el 90%. Es decir, pacientes que llegan al estado de requerir ese tipo de internación tienen pocas probabilidades de salir con vida.

Los ejemplos están a la vista, países con sistemas sanitarios de alto nivel perdieron de todas formas por goleada contra el nuevo coronavirus. Es cuestión de observar lo ocurrido (y lo que sigue ocurriendo) en Estados Unidos, España, Italia y Suecia, por citar algunos ejemplos.

No obstante, el gobierno hizo el mayor esfuerzo para aumentar significativamente la capacidad de respuesta de los hospitales públicos en caso de dispararse los contagios. Esto representó un esfuerzo enorme porque no se trata solo de tener el dinero para adquirir los equipamientos: se requiere de una red de diplomacia y logística para dar con los insumos médicos que ahora son prácticamente considerados mercancía de guerra, fuertemente protegida por los países que los producen, ya todas naciones del mundo sin excepción precisan de ellos.

Muchas veces ni con efectivo en mano se pudo comprar estos equipos, y la prueba de ello es la confiscación de los respiradores que tenían que venir a Paraguay y fueron retenidos por Brasil, reconocido por el propio ministro de Economía brasileño.

Más allá de que en estos meses se triplicaron las camas de terapia intensiva, admitamos que no hay garantías para nadie: no hay vacuna, no hay un tratamiento comprobado y quienes llegan a la instancia de necesitar un respirador, tienen altas probabilidades de no sobrevivir. El gran esfuerzo que hace la cartera de salud en montar más hospitales y más servicios será lamentablemente insuficiente si no se toman en cuenta las recomendaciones básicas dadas a los ciudadanos: uso de tapabocas, lavado de manos y distanciamiento social.

Por eso, lo que el Ministerio de Salud Pública debe hacer es reforzar aún más su sistema de comunicación para que el mensaje acerca del “modo Covid de vivir” llegue a todos los grupos sociales y se masifique la idea de que por ahora lo que nos va salvar es el cambio de hábitos como sociedad y no las camas de terapia intensiva. La única vacuna hoy es respetar al pie de la letra el protocolo y adaptarse a la “nueva normalidad”.

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