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sábado, mayo 18, 2024

Realismo rancio

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Derian Passaglia escribe sobre el realismo del siglo XIX en la literatura, realizando una crítica de su recepción en diferentes autores del siglo XX.

Por: Derian Passaglia 

Qué cosa loca el realismo. El realismo es la consolidación de la literatura como institución, el momento en que la literatura cobra conciencia de sí misma y se inserta en el mundo como un medio que lo representa. El realismo es el realismo del siglo XIX, cualquier otra cosa es mentira, es una derivación, es una falsedad. Es el gran momento de la literatura, es el siglo de la literatura, es el punto en el que el arte literario alcanza su expresión mayor, totalizadora. Se trata de los grandes temas, las grandes obras, los grandes escritores, los grandes libros, las grandes trayectorias literarias, la idea de un arte total, de un arte para siempre. Dicen los que saben que es el momento en que el escritor empieza a profesionalizarse, a trabajar en medios, a cobrar por lo que escribe, se vuelve periodista, traductor, editor; empieza más bien la burocracia de la literatura que Kafka volvió tema de su obra. El realismo, como la cumbre de un arte clásico, como los griegos para el desarrollo del pensamiento de la humanidad, merece ser revalorizado.

Toda la literatura del siglo XX se encargó de destruir el realismo apelando a las formas más diversas de representación, a veces hasta llegar al ridículo como en algunos movimientos de vanguardia, que leídos a día de hoy resultan por demás de inocentes. Mucha de la gran literatura del XX deforma el realismo hasta volverlo otra cosa, como el neorrealismo, el realismo sucio, el realismo delirante, el realismo atolondrado, el realismo épico, el realismo socialista, etcétera, etcétera; las variedades de realismos en el siglo XX son como cepas de un virus mortal de pandemia, se reproducen silenciosa y tenazmente y resultan mortíferos para la población de una especie hasta que se produzca, en algún laboratorio de un país de raíces comunistas, la vacuna que salvará al planeta. ¿Por qué el siglo XX quiere destruir al realismo? ¿Qué te hizo el realismo, mami?

El mejor intérprete del realismo en el siglo XX fue Marcel Proust. A una de las corrientes más importantes de la historia de un arte, que fue leído por los críticos y el vulgo como copia de la realidad y representación, Proust lo vuelve aristocrático y fino a través de unas sencillas modificaciones: lo individual por lo social, lo subjetivo por lo objetivo, lo temporal por lo espacial. Pero Proust hay uno solo, y la consecuencia de este hecho fue que a Proust se lo imitó de una y mil maneras, hasta volverlo una cosa anticuada y pasada de moda, hasta convertirse en ese monstruo viscoso, de dos cabezas, mortífero como algún otro virus, llamado literatura del yo.

El realismo se volvió rancio y los mejores escritores del siglo XX lo sabían. Borges dice escribir cuentos fantásticos. Kafka borró cualquier referencia espacial y temporal en su literatura y convirtió a sus personajes en freaks de feria. César Aira propone una escritura vanguardista que nunca vuelva hacia el pasado, que no se detenga, que siga siempre para adelante. Del realismo, eso sí, le gusta la descripción, porque para él la descripción puede dotar a un espacio de tres dimensiones.

El procedimiento literario proustiano de la magdalena fue usado hasta para las explicaciones más berretas de la psicología de los personajes, que explica causas de comportamientos y estructura de los relatos. La magdalena se convirtió en flashback, en la que el orden cronológico temporal se rompe para mostrar por qué los personajes actúan de tal manera y no de otra. Este es el realismo contra el que escriben los mejores escritores de la segunda mitad del siglo XX como Aira, como Levrero. Propulsar la acción hacia adelante sin volver nunca al pasado supone no explicar lo que pasa, simplemente contarlo, explotar el presente, escribir como si no hubiera pasado, como si no importara.

Un realismo que sí: el de Pier Paolo Pasolini. Su obra muestra la ideología de clase que subyace en toda relación interpersonal. Sobre la base de su arte, como en la base de todo arte, hay ideología. El realismo es una ideología. Pasolini expone las ideologías, y aunque pueda resultar finalmente ingenuo, me gusta que Pasolini extrema el recurso porque cree en él, y en esa creencia veo un convencimiento, y que tenga un convencimiento y lo lleve adelante hasta sus últimas consecuencias me conmueve.

Salvo por Proust, el realismo fue malinterpretado. Huyeron de él porque no lo entendían, porque querían terminar con sus padres literarios. ¿Qué pasaría si la copia fiel de la realidad no fuera, como lo es, más que un concepto que puede ser revolucionario hasta para las instituciones mismas, que condenan la copia y los derechos de autor con años de cárcel, es decir, si la copia fuera literal? Es de lo que se burló Borges, en parte, en el Pierre Menard. ¿Qué pasaría si las grandes ideas, las grandes obras, no fueran más que eso, grandes ideas, grandes obras? ¿Qué pasaría si no hubiera psicologismos en las rupturas temporales hacia el pasado? ¿Qué forma quedaría en un relato si de la gran literatura del siglo XIX solo quedara la forma? El realismo rancio existe por ustedes, diría Ricardo Iorio.

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