En este artículo, publicado previamente en El Excedente, se analiza la demanda de algunos economistas de «bajar costos laborales» para aumentar el empleo. Con argumentos teóricos como empíricos, se refuta la posibilidad de que bajando salarios se estimule una mayor contratación de trabajadores, pues el empleo depende, principalmente, del crecimiento macroeconómico.
Por: @elExcedente
Algunos economistas locales proponen la reducción de los costos laborales como medida para aumentar la contratación o el empleo. La propuesta es eterna, pues, no es la primera ni la última vez que estos economistas verán al costo laboral como una restricción para la contratación de trabajadores de parte de las empresas. Lo sorprendente es que estas medidas sigan proponiéndose aún en tiempos de crisis económica por el COVID-19.
En diciembre pasado, el economista y panelista de programas de televisión paraguayo, Víctor Pavón, tuiteó que “más que en ningún otro momento resulta necesario y urgente y ahora mismo: bajar impuestos y reducir el costo laboral para la contratación…”. Es decir, propone la reducción de los costos laborales con el objetivo de aumentar el empleo o la contratación. Sin embargo, esta propuesta no es nueva ni original, es una vieja idea que forma parte del corpus teórico liberal conservador en economía. Si esta idea caló tanto, no es por su demostración teórica ni empírica, sino por algunos años de adoctrinamiento profundo, como muchas ideas a lo largo y ancho del espectro político.
Para empezar, veamos de dónde sale dicha propuesta de política económica. La lógica es la siguiente. El costo laboral, principalmente el salario, representa un costo para el empresario. Si este costo excede a la productividad del trabajador, el empresario estaría pagando más como costo que lo que realmente recibe como ingreso por el producto de ese trabajador. En la mente de estos economistas, muchos derechos laborales, como el salario mínimo, significan un costo “artificial” para el empresario, pues no están basados en los verdaderos fundamentos de la productividad de un determinado trabajador, sino en consideraciones políticas y sociales. Por lo tanto, cualquier exceso de la remuneración del trabajador sobre su productividad representa una disminución de la rentabilidad del empresario artificialmente, lo que tarde o temprano devendría en un desempleo también artificial de la mano de obra.
¿Por qué desempleo? Estas remuneraciones artificiales causarían desempleo (o informalidad) debido a que el empresario no contrataría trabajadores a los que tenga que pagar más de lo que realmente producen. Es decir, si Roque solo puede producir una cantidad de 100$ y el salario mínimo es de 200$, el empresario decidiría no contratar. Por lo tanto, una gran cantidad de la población quedaría desempleada por las “rigideces laborales”. Así es como se llega a conclusiones del tipo “el salario mínimo causa desempleo”, en boca de no pocos economistas.
La solución que proponen a dicho problema es la eliminación de ese tipo de rigidices, proponen “sincerar” el mercado laboral, o medidas de “flexibilización” laboral. Así la eliminación de los derechos laborales permitiría a los empresarios aumentar su rentabilidad y contratar a todos los trabajadores por su “verdadera productividad” o, en otras palabras, por su verdadero precio.
Siguiendo este argumento, el libre funcionamiento del mecanismo de precios permitiría un mecanismo de sustitución de factores tal que todos los trabajadores estén empleados (pleno empleo). Todo lo que se aleje de este precio “verdadero” fijado por el mercado, generaría algún tipo de ineficiencia.
Perfecto, todo muy lógico ¿cierto? El problema aquí es que esta teoría no es solo más que una teoría entre tantas. Y para que dicha teoría pueda “cumplirse” en el mundo real, necesita de una verdadera gran cantidad de supuestos muy restrictivos, pues es el modelo neoclásico de mercado perfectamente competitivo. Necesita suponer que ninguna empresa tenga poder sobre los precios ni salarios (precio-aceptantes), una gran cantidad de oferentes y demandantes, información perfecta, productos homogéneos, rendimientos decrecientes (costos crecientes), agentes racionales, etc. De estos supuestos depende la validez externa del modelo de mercado neoclásico de competencia perfecta, es decir, de las curvas de oferta y demanda que se conocen comúnmente.
El modelo es tan general que está basado en una gran cantidad de conceptos inobservables, como la utilidad (el gusto, algo subjetivo) de los consumidores y los costos marginales, lo que a su vez requiere de todo un edificio de axiomas (supuestos que no se pueden demostrar). Lastimosamente, el modelo solo representa un caso muy especial (no es general), y tal vez solo pueda ser aplicado en un mundo muy lejano al planeta tierra. Es decir, estas teorías están muy lejos de ser universales, e ir aplicándolas en cualquier contexto (todo momento y lugar) es irresponsable.
Todo esto sin considerar los propios problemas de validez interna de la teoría neoclásica de mercado. La teoría recién vista requiere de la especificación de un capital coherente y mensurable que ejerce como factor unificado, coherente y mensurable de cohesión de la producción y que ha sido de no poca controversia en el seno de la profesión (Rodrik, 2015). Lo que, en última instancia, no permite hablar de productividad del capital para explicar las ganancias, e increíblemente tampoco de la productividad del trabajo para explicar el salario.
Ahora, de vuelta al mundo real. Si se presta atención a los problemas de validez externa del modelo neoclásico de competencia perfecta se puede ir notando la dificultad de que se cumpla lo descrito al inicio. Entonces, probemos sacando uno de los supuestos críticos: que todos somos precios aceptantes y no hay poder sobre los precios. En realidad, el mundo no funciona de dicha manera. En el mercado de factores, los empresarios o los sindicatos tienen poder de negociación. Por ejemplo, si los empresarios tienen más poder que los trabajadores, pueden permitirse pagar menos de lo que el trabajador produce (menos que su productividad o su “precio real”), por lo tanto, ya existe una brecha, el empresario paga menos de lo que el trabajador le rinde.
Si este fuera el caso, aumentar el costo laboral (el salario mínimo, por ejemplo) reducirá ese margen entre la remuneración del empleado y su productividad, lo que aumentará el empleo (Cahuc & Zylberberg, 2018). Modificar solamente este supuesto ya nos permite decir lo contrario a la frase habitual: subir el salario mínimo aumentaría el empleo. Por supuesto hay bastante evidencia al respecto dentro de la teoría neoclásica. El estudio más importante es el experimento semi natural de Card y Krueger (Card & Krueger, 1994), en el que concluyen que un aumento del salario mínimo tiene efectos positivos o nulos en el empleo, más no causa desempleo y, por lo tanto, quitarlo o reducirlo tampoco aumentará el empleo.
Hasta aquí solo se consideró al modelo neoclásico microeconómico. Es decir, solo las restricciones del lado de la oferta son obstáculos para la contratación (como mayores impuestos o costos laborales). Básicamente las restricciones del lado de la oferta solo pueden operar primordialmente si la economía se encuentra en pleno empleo, es decir, se aplica de vuelta a un caso muy especial y que no ocurre en demasía.
Mientras la economía no se encuentre en pleno empleo, las principales restricciones al aumento de la contratación vienen por el lado de la demanda. Es decir, ¿Por qué un empresario contrataría más y más empleados si no hay a quién vender ese producto adicional? Si se mira un poco más en términos macroeconómicos, es evidente que la demanda por empleo no depende mucho del mercado laboral en sí, sino del mercado de bienes y servicios, es decir, de la demanda final. Por lo tanto, mientras la economía no esté en pleno empleo, la demanda por trabajadores dependerá de la demanda de la economía. La demanda por empleo es una “demanda derivada”. Mientras crezca el poder de demandar de los consumidores, las fuerzas de la competencia harán que las empresas se vean forzadas a contratar más empleados para satisfacer esa mayor demanda con la producción equivalente, hasta el pleno empleo.
En suma, el empleo crece principalmente, en tiempos normales, cuando hay crecimiento económico. Esto es lo que señala la famosa “Ley de Okun”, una regularidad empírica observada que relaciona los descensos en la tasa de desempleo con el crecimiento del producto de la economía. Por lo tanto, lo que dicen estos economistas locales es sumamente restringido a casos sumamente especiales (con serias contradicciones internas), y aplicado a mundos en lo que no existe poder de negociación y las economías de mercado viven en pleno empleo. Este último supuesto adquiere mayor relevancia si tenemos en cuenta que actualmente se vive una crisis económica, en la que las capacidades utilizadas y el empleo en todo el mundo se han reducido drásticamente. En un caso así, la única forma de aumentar el empleo es aumentando la demanda final de la economía.
Reducir el costo laboral solo tendría efectos adversos, pues, cae en la “falacia de composición”. Bajar el costo laboral para una empresa en particular puede ser beneficioso para esa empresa, pero si recortamos los costos laborales de todas las empresas, las empresas se quedarían también sin ingresos de los salarios de otras empresas. Por lo que, recortar los costos laborales solo deprimiría la demanda, el crecimiento y posteriormente la demanda de empleos. Recordemos, el salario no solo funciona como costo, sino también como ingreso para las empresas.
Por último, se analizará qué paso en Paraguay en los últimos años con el costo laboral y el empleo. Se tomará como variable de empleo a la población ocupada desde 1990 y como aproximación de costo laboral, el costo laboral unitario (CLU )[i].
Básicamente el costo laboral unitario mide la remuneración por trabajador en relación con su productividad. Para eso se toma la cantidad total de las remuneraciones de Paraguay y se la divide por la cantidad de empleados. Esta cifra se vuelve a dividir por el cociente entre el producto de la economía (el PIB) y la cantidad de la población ocupada. En términos de contabilidad de la economía nacional, un incremento del coste laboral unitario se interpreta como un encarecimiento de la mano de obra, lo que “dificulta” la recuperación del capital invertido.
Gráfico 1. Evolución del Costo Laboral Unitario y de la Población Ocupada en Paraguay (1990-2018)
De esta manera, si se observa el Gráfico 1 se puede ver que desde 1990 el costo laboral unitario aumentó en Paraguay, pero así también aumentó la cantidad de la población ocupada, lo que desafía en algún punto al dogma descrito al inicio. El CLU debería, en sus argumentos, disminuir la cantidad de empleados. Si vemos el grado de correlación en el Gráfico 2 entre estas dos variables, se puede notar que es bastante positiva y lineal, es decir, ante un aumento del costo laboral unitario también aumenta el empleo (correlación no es causalidad). El efecto sobre la tasa de ocupación también es nulo, si vemos el Gráfico 3. El aumento del costo laboral unitario fue una constante a lo largo del periodo, mas la cantidad absoluta de empleados no disminuyó, sino que aumentó, y en cambio la tasa de ocupados (que debería haber bajado ante aumentos del costo laboral) se mantuvo sin muchos cambios (lo más probable es que su recuperación desde el 2003 al 2012 haya estado influenciada por el crecimiento económico de ese periodo).
Gráfico 2. Gráfico de dispersión de puntos entre el Costo Laboral Unitario (eje horizontal) y la población empleada (eje vertical) en Paraguay (1990-2018)
Gráfico 3. Tasa de ocupación y Costo Laboral Unitario en Paraguay (1990-2018)
En conclusión, disminuir el costo laboral para aumentar la contratación solo tendría efectos negativos sobre el empleo y más en este contexto recesivo. Ni la teoría ni la evidencia sostienen la tesis de bajar costos para contratar más, ya sea neoclásica o no, o de otro país o de Paraguay. La única forma de aumentar la contratación es aumentando la demanda, y más en tiempos de crisis [ii].
Notas
[i] Para el cálculo del Costo Laboral Unitario se utilizó la siguiente metodología, ver aquí.
[ii] Aquí no consideramos los problemas de índole estructural, es decir, de la propia estructura productiva de nuestra economía, que presenta heterogeneidad estructural y problemas de “desempleo y subempleo estructural” y empleos de muy baja productividad, documentado ampliamente por la CEPAL. Sin duda, estos aspectos enriquecerían el análisis.
Trabajos citados
Cahuc, P., & Zylberberg, A. (2018). El negacionismo económico. Deusto .
Card, D., & Krueger, A. (1994). Minimum Wages and Employment: A case Study of the Fast-Food Industry in New Jersey and Pennsylvania. American Economic Review, 772-793.
Rodrik, D. (2015). Las leyes de la economía. Deusto.