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sábado, mayo 18, 2024

Max Weber y la ética laboriosa de la santidad

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En este artículo, Martín Duarte ofrece una introducción general a un clásico de la sociología: la Ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber.

Por: Martín Duarte

En la Ética protestante y espíritu del capitalismo, el sociólogo alemán Max Weber realiza una investigación que apunta a explorar la influencia de las ideas religiosas en la conducción y estilo de vida del capitalismo moderno.

A modo de contextualización histórica, es pertinente recordar que Alemania había llegado tarde al capitalismo racional moderno en comparación a otros países occidentales, por lo que fue un signo de época de la intelectualidad alemana preguntarse por las condiciones y causas del desenvolvimiento del moderno capitalismo occidental, para así explicar el relativo atraso alemán.

Por otro lado, sería conveniente matizar cierto sentido común que opone a Weber y Marx, tildando al primero de espiritualista y al segundo de materialista. Muy por el contrario, para el sociólogo alemán materialismo y espiritualismo no deben ser concebidos como excluyentes, sino como vías complementarias de acceso a la complejidad inagotable de los fenómenos históricos y sociales.

De este modo, Weber realiza el camino inverso trazado por el materialismo histórico, sin pasar a negarlo. Admitiendo la potencialidad causal de las condiciones materiales del desenvolvimiento de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción capitalistas, decide explorar, por el contrario, cuales fueron las influencias de los ideales religiosos en la formación de una ética, de una conducción de vida afín al capitalismo racional moderno.

Es decir, se busca interpretar la eficacia histórica de las ideas y sus consecuencias prácticas para el orden económico, en este caso, para el desenvolvimiento del capitalismo.

Fiel a una sociología comprensiva del sentido de la acción social, Weber se pregunta cuál fue el sentido que los individuos dieron a su acción, y cómo dicho sentido tuvo consecuencias prácticas en la economía.

Además, cabe resaltar que Weber desustancializa la causalidad, alejándose de toda perspectiva monocausal y abrazando la multicausalidad, las convergencias de múltiples variables que se atraen en una suerte de afinidad electiva.

Ahora bien, sobre el último punto, pasemos a desarrollar la interpretación weberiana sobre las afinidades electivas entre una ética religiosa y un ethos económico particular.

El autor considera, de este modo, las consecuencias prácticas para la conducción de vida que pudo haber tenido una nueva ética religiosa, es decir, el protestantismo. El movimiento de esta ética protestante se basa en el puritanismo, teniendo como punto central una ascesis ya no apartada del mundo, en el claustro del monasterio, sino en el mundo. Recordemos que ascesis significa una metódica conducción de la vida con el fin de alcanzar la santidad. La reforma protestante busca llevar esta ascesis metódica al mundo mismo, al ámbito cotidiano, la virtud y el reino de Dios en la tierra.

De este modo, el puritano conduce su vida metódicamente, se convierte en administrador de los bienes terrenales que Dios manda aprovechar. Se trata de una ética que toma al trabajo profesional sistemático, metódico y racional como medio privilegiado de ascesis. El planteo consiste así una ética laboriosa de la santidad.

Tiene mucha relevancia la concepción puritana de Dios. En esta concepción Dios es una entidad inconmensurable, incognoscible, es decir cuyos designios son incomprensibles para las simples criaturas finitas. Dios es así un soberano absoluto, es prerrogativa suya la atribución de la gracia con total independencia de las acciones humanas. Esto es así porque si la gracia tuviera su causa en las acciones humanas, Dios no sería soberano, sus acciones estarían en dependencia de nuestras supuestas buenas acciones. Dios, en tanto soberano supremo, no cambia sus decretos por las buenas acciones de las criaturas. Desde el inicio de los tiempos, ha decretado, predestinado, quienes se hallarán en el estado de gracias y bienaventuranza y quienes no; se trata del doble decreto de la predestinación.

Por lo tanto, ante un Dios que manda a transformar y administrar los bienes terrenales para su mayor gloria, el efecto psicológico de tan dura teología es la búsqueda incesante de signos que den al fiel alguna seguridad de estar en estado de gracia, es decir de ser uno de los elegidos al reino celestial.

El medio de confirmación, siempre presunta, pasará a ser el éxito obtenido en una profesión entendida como deber, como precepto divino de hacer rendir los frutos de la tierra. De este modo, para el protestantismo el trabajo como deber ético religioso pasa a ser un medio de ascesis, de búsqueda de santidad.

Si me va bien en mi trabajo, si me enriquezco con el sudor de mi frente, si me despierto más temprano que mis vecinos a labrar la tierra y cosechar sus frutos, no necesariamente es porque cuento con la gracias de este Dios inescrutable. Ahora bien, si todo lo contrario es mi realidad, es decir si llevo una vida lejos las coordenadas del puritanismo ético, puede interpretarse que inequívocamente soy parte de los no elegidos.

Por otra parte, debe decirse que para los puritanos que trabajan metódicamente y racionalmente en un trabajo profesional, entendido como vocación, les está éticamente censurado el reposo en el goce sensual de la riqueza, el cual resulta pecaminoso.

La ética protestante, con su dominio sobre sí, su metódica de la conducción de vida en la laboriosidad ascética, impulsa la generación de riqueza, no el mero goce de lo producido. Resulta así pecaminoso disfrutar de la riqueza, reposar sensualmente en ella, puesto todo es para mayor gloria de Dios, y no de la criatura, quien es considerada mero administrador de los dones terrenales que el supremo dispuso.

Todo ello tiene como resultado práctico el estrangulamiento del gasto en cosas superfluas y el consecuente incentivo del ahorro. Como no puedo reposar en mi riqueza, debo ahorrar, invertir productivamente para beneficio individual y colectivo.

De este modo, se va generando una gran masa de capital, por fuerza de un ahorro basado en coacciones éticas religiosas.

El punto esencial de la tesis weberiana es que una ética religiosa de ascesis intramundana, es decir en el mundo y ya no en los claustros, tuvo como consecuencia no buscada la acumulación de riqueza, la acumulación de capital como condición del despliegue de las fuerzas productivas que posibilitaron, a su vez, el despliegue sin precedentes de una forma histórica de producción.

Al mismo tiempo, fue necesaria una frugalidad, austeridad, metodicidad y racionalidad que inicialmente tuvo causas profundamente religiosas. Es así como la nueva conducción de vida puritana posibilitó la consolidación del capitalismo racional moderno.

Weber entiende que dichas motivaciones inicialmente religiosas cedieron lugar a una motivación utilitarista, desprovista de todo espíritu. Las raíces religiosas se secaron, quedando una carcasa vaciada de todo espíritu, la ganancia por la ganancia, la riqueza por la riqueza, despojándose de toda ulterior motivación ideal o extraterrenal.

En palabras del autor: “El estuche ha quedado vacío de espíritu, quién sabe si definitivamente. En todo caso, el capitalismo victorioso no necesita ya de este apoyo religioso, puesto que descansa en fundamentos mecánicos.”

Hemos visto de este modo como una conducción ética de vida motivada por elementos religiosos, anclada en una idea del trabajo profesional como deber y precepto divino, fue la fuerza que propició la concepción del trabajo profesional moderno, aunque ya sin el suplemento de sentido que ofrecía la búsqueda de la salvación.

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