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domingo, mayo 19, 2024

Libro de cabecera

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Paranaländer en esta ocasión escribe sobre su libro de cabecera, o más bien de mochila: “Revelación del Paraguay” (Espasa Calpe, 1958) de Ernesto Giménez Caballero. Allí se relatan experiencias del escritor en su paso por estas tierras allá por la mitad del siglo pasado.

 

Por: Paranaländer

 

“El Paraguay es un país de leyenda” (Unamuno)

 

Antes que libro de cabecera, expresión que conlleva confort burgués, yo hablaría hoy, actualizándola a tiempos vertiginosos, de libro de mochila. Cuando se lleva una vida de nómade urbano, sin techo seguro, durmiendo a veces en sofás de amigos, no hay tiempo de cabeceras estables y biblioteca permanente. Todo se precariza y lo primero la biblioteca, reducida por eso a lo que cabe en una mochila viajera y bohemia. Allí seguramente estaría “Revelación del Paraguay” (Espasa Calpe, 1958) de Ernesto Giménez Caballero (en adelante Gecé). En mi mochila maká siempre.

El libro desciende al Paraguay en las alas de un hidroavión de Aerolíneas Argentinas el 19 de julio de 1956. Su contertulio ocasional le avisa que Paraguay “tiene poca cosa para un extranjero”. La revelación que acontecerá a lo largo de obnubiladas 300 páginas, por ende, será más espectacular. Las acuarelas de Zubizarreta le guían: “la tierra paraguaya, roja, lujuriosa, de selva tupida y oscura”.  Algo tendrá este país para que lo defendieran a muerte, una vez tras otra…Su libro no será resentido y vengativo como la del Bermejo aquel. En total estuvo 10 meses en el país, interrumpido por intervalos de retornos a España, hasta que desde Río de Janeiro pone por escrito su Paraguay revelado. Un libro nunciativo, poemático, legendario.

El color de Paraguay: Telas indias de Holdenjara, verdiazules de Bestard, ternuras de Edith Jiménez. Iris roto de Filártiga. Figuras en poblados: Lily del Mónico. Ensueños de Alborno. Luces paraguayas en Leonor González Cecotto, Ofelia Echagüe Vera de Kunos, Olga Blinder. El color de Paraguay buscado en el Museo Godoi, en Samudio, en Delgado Rodas, en las cerámicas de Julián de las Herrerías. En las esculturas de Guggiari. Pero no encontró el color en ellos. ¿Acaso en sus poetas? “Estrellas como en la protonoche”, “donde el invierno es primavera (Eloy), “logias de jazmines” (Ortiz Guerrero), “de todas las miserias del suburbio: esplendor” (Correa).

“Si alguno de los filósofos liberales intentara implantar en Europa el régimen guaraní se equivocaría en absoluto y, tal como están las cosas, atentaría contra la tranquilidad del Estado al perturbar el orden establecido y crear confusión entre las clases sociales y sus deberes” (Apóstrofe a los filósofos liberales, José Manuel Peramas). Oh, ¡una inmensa Reducción feliz hacer de toda Europa! Los delirios que inoculaba el Paraguay a los del Viejo Mundo.

Paraguay es primero un río, y sus inundaciones endémicas así lo dejan en evidencia. Ruiz Díaz de Guzmán, el Garcilaso Inca del Paraguay, acuñó el único tema dramático de estos pagos: el tema del amor del indio por la mujer blanca (en Lucía Miranda). Francia tiene su biógrafo en Julio César Chaves, Solano López en O’Leary o Cardozo, Stroessner, que yo sepa, aún ninguno, ya sea condenatorio o incluso redentor. Francia, con algo de abad y de astrólogo. La revolución como algo erótico o Francia que acertó todos los enigmas del cuento oriental para desposar a la princesa, la república. Francia, nuestro emancipador, fue ya un casi cura, con temperamento de payé: “prohibía a los españoles casarse con mujeres blancas y solamente con indias”. Secularizó y nacionalizó la Iglesia. La interpretación circense de la historia del Paraguay hallamos en Gecé. “Si la Historia fuese una función de circo, el número sensacional, ‘el de la muerte’, le habría correspondido al Paraguay. El número del equilibrista”. El catecismo de San Alberto obispo que usó Carlos Antonio para modernizar el Paraguay. Si El Supremo meditaba en Ybiray, Don Carlos lo hacía en su quinta de Trinidad (Hoy Jardín Botánico). Su árbol fue el ybyrapyta (bajo la cual conversaba con los campesinos) como el de Francia fue el naranjo (de las ejecuciones).

Su genio es la lengua, el yopará o lengua paraguaya. Una deliciosa mezcla que resulta del guaraní y el español. Y no esa versión negativa llamada tercera lengua por Meliá. Según este escritor jesuita, una forma velada, aciago simulacro, de la progresiva hispanización del guaraní. Gecé dice que es un lenguaje tropicaleado. La economía muscular que revela por el uso frecuente de apócopes y pleonasmos. Hablar guaraní es ir comiendo bananas y mangos tendido en una hamaca. Engullir ciertos sonidos apoyándose en otros. El apóstrofo da sentido. ¿La nasalización es guaraní o vino con el portugués? Llena este lenguaje como de vaho caliente y opalescente. La más honda velaridad se alcanza con la vocalización del y, en el foso, fondo, nasofaríngeo. Fonéticamente el guaraní huye de las articulaciones oclusivas y vibrantes buscando la africación y lo africado. Se desliza entre los labios con imperceptibilidad serpentina. El arte paraguayómano par excellence es el arte de oler y de gustar.  Reivindica la talla o ñe’e cuaá para hacer brillar el ingenio paraguayo con discreteos.

El ca’avo de Asunción. Los bálsamos del curugua morado, la flor del aire, la diamela, la guavirami, el Don Diego de noche, la aromita paraguayana, el caikygua, la flor de caña, y de la flor nacional asuncena el trompeteante floripón…

 

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