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sábado, mayo 18, 2024

Cómo era sabroso mi capé

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Paranaländer trae en esta entrega una reseña del libro “Antropofagia y cultura” (Cuenco de Plata, 2011), de Alfred Métraux, donde se describen algunas costumbres de tribus primitivas.

 

Por: Paranaländer.

 

“Antropofagia y cultura” (Cuenco de Plata, 2011) de Alfred Métraux, es apenas un capítulo de la tesis del antropólogo suizo “La religión de los tupinambá y sus relaciones con otras tribus tupi-guaraníes” (París,1928), donde usa las observaciones sobre los indígenas de las costas brasileñas de misioneros y viajeros franceses del siglo XVI: André Thevet (cosmógrafo), Jean de Léry (pastor protestante), Claude D’Abbeville y Yves d’ Evreux (monjes capuchinos). Sin olvidar a Staden, Gandavo, Cardim, Soares de Souza, Pezieu, Núñez Cabeza de Vaca, Alfonse de Saintonge.

Pigafetta ha transmitido el mito tupinambá que explicaba el origen de la antropofagia: “Una vieja tenía un hijo único que fue matado por sus enemigos; poco después, en la continuación de la guerra, el asesino fue hecho prisionero y llevado delante de la vieja. Ésta, por venganza, se abalanzó sobre él como una perra rabiosa y le mordió el hombro. El prisionero logró escapar y, de vuelta en su casa, mostró su hombro lastimado y contó que sus enemigos habían empezado a comerlo vivo. Entonces empezaron a comerse de verdad a los enemigos que hacían prisioneros y estos les hacían lo mismo”.

La antropofagia es una costumbre típica de los Karib y de los Tupí-Guaraní. Todas las tribus son antropófagas. Era practicada la antropofagia ritual por los antiguos guaraníes, los chiriguano, los guarayú, los yuruna, los sipaia, los apiaká y los oyampi.

“El prisionero era tratado bien, alimentado, cuidado; recibía incluso una mujer, y luego, el día fijado para la ejecución, se invitaba a los habitantes de las aldeas vecinas que acudían en cantidad. La víspera del día fatal, se organizaba una procesión; una joven llevaba la maza o macana en una vasija (donde se recogerían la sangre y los sesos y las entrañas del desgraciado), y otra la corona destinada a la víctima. El cautivo era conducido por mujeres vigorosas que lo retenían con ayuda de una cuerda atada alrededor de la cintura (musarana entre los tupinambá). Le dan entonces piedras y pedazos de madera con los que acribillaba a los asistentes que lo aplaudían. Esa noche comenzaba una borrachera (caouin) generalizada que se prolongaba hasta el día siguiente, día en que el prisionero era sacrificado. Estaba ataviado como para una fiesta y lo ultimaban a mazazos.  Unos niños munidos de hachas de cobre rompían el cráneo del moribundo. El matador cambiaba de nombre”.

“La maza no podía ser usada sin haber sido de alguna manera consagrada previamente. Con ese fin, se la preparaba casi como a la misma víctima. En efecto, era cubierta de una capa de miel o de resina sobre la cual se desmenuzaban fragmentos de huevos verdes de macucara (Tetrao major-Linn), a los que les atribuían un poder mágico, y trozos de conchillas”.

“El prisionero era depilado íntegramente con miel y resina, luego le pegaban en la cara y en el cuerpo plumas cortadas finas. Además, lo espolvoreaban con un polvo hecho de cáscaras de huevo de macucara. Todo el cuerpo era pintado de negro exceptuando los pies, que eran embadurnados con urucú”.

“El matador o ejecutor llevaba en la cabeza un gorro de plumas, alrededor de la frente una diadema roja, color de la guerra. Sobre su pecho se cruzaban collares igualmente cubiertos de brazaletes o de charreteras de plumas. Sobre sus riñones colgaba una enorme rueda hecha de plumas de avestruz y sobre sus hombros tenía puesto un largo manto de plumas de ibis rojo. Su cara estaba pintada de rojo y su cuerpo blanqueado con ceniza”.

“Apenas había sido abatido el prisionero, las viejas se abalanzaban para recoger su sangre y su cerebro en una calabaza y beberlos calientes”. “El cadáver era chamuscado al fuego, escaldado de manera que se pudiera desprender la epidermis raspándolo, como nosotros hacemos con los cerdos. Le introducían además un palo en el ano para que no saliera nada. Los cuatro miembros eran cortados en primer lugar y las ancianas los llevaban a las chozas dando gritos de alegría. Luego hacían una incisión en el estómago e invitaban a los niños para que fueran a desenrollar los intestinos”. “Las viejas son ávidas, ygatou, está bueno, repetían, untándose la cara, la boca y las manos con la grasa del muerto. Nada se desperdiciaba: las entrañas eran hervidas en agua y comidas por los hombres, ese caldo avá lo tomaban las mujeres. La lengua, el cerebro y algunas otras partes del cuerpo estaban reservadas para los jóvenes, la piel del cráneo para los adultos y los órganos sexuales para las mujeres”.

El número de tatuajes marcaba el coraje de un guerrero, pues indicaba a cuantos enemigos había derrotado. Todo aquel que ejecutara a un prisionero se convertía en caballero y recibía los calificativos de Abaeté, hombre verdadero, de murubixaba, jefe, y de Mocarara, mi amigo, mi camarada o aquel que me da de comer:

Aquí se puede ver a la película “Como era gostoso o meu francés” (1971) de Nelson Pereira dos Santos, que adapta las mismas crónicas de exploradores europeos en cautiverio en el siglo XVI:  https://www.youtube.com/watch?v=ZmTPHXeCDUg

 

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