Paranaländer describe la estética huidobriana como arte negro, ya que ambos privilegian la invención y la creación de realidades antes que la imitación y fidelidad tout court a los objetos del mundo.
Por: Paranaländer.
Para Huidobro (en 1926) arte negro no era apenas esa moda de la gente de élite que coleccionaba fetiches y máscaras africanas. Él mismo había empezado una colección en ese sentido una década antes. “Amo el arte negro porque no es un arte de esclavos” proclama entonces. Porque los africanos no imitan directamente la naturaleza. Son menos esclavos del objeto que los artistas blancos. El arte negro es, antes que un arte mimético, un arte inventivo, creacionista. Ergo, no es una simple moda para el poeta de Altazur (llamado así en “Vientos contrarios” -página 99 y en la página de Obras del Autor, sección Próximas a Publicarse, suponiendo que no sea un mero error de imprenta- donde cuenta que escribió el quinto capítulo en la colina zarathustriana). Es todo un principio estético. “Nada de ello obedece al azar, todo está allí por una razón estética y una necesidad superior”.
Y pensar que aún hoy día brotan críticos ñembo contreras, como es el caso de Rodrigo Cañete, kurepa afincado en UK, que cuando empieza a barajar el arte de su país, se nos muestra al final tal cual es en realidad en el fondo: un crítico conservador. ¡Ni menciona los fetiches y máscaras precolombinas! Empieza el arte argento en pleno siglo XIX, siglo del caballete. El arte negro, africano, primitivo, ya era considerado como verdad universal en los años 20 incluso en el frívolo París del Teatro de los Campos Elíseos, donde se ofrecía una grotesca mistificación, un pastiche ridículo, de tal verdad del arte negro. Y entre los artistas innovadores como Huidobro ni siquiera era considerado como un simple y nuevo género universal sino como auténtico principio estético del arte llamado moderno.
¿Pero que queda de este Huidobro de esos años (años de “Vientos contrarios”) además de su portentosa poesía? Creo que su obsesión nietzscheana ha caducado, demasiado posmoderno (acrítico, sin culpabilidad ante la realidad) para seguir por esa senda.
Sus burlas durante la muerte de Anatole France. France hoy es considerado un innovador, a la par que Lautréamont, en relación a su temprana apología del plagio. Es raro que este lado de France no haya interesado a Huidobro, justo él, una artista que no creía a pies juntillas en el genio, sino en el artista maestro de su oficio e instrumentos de trabajo.
Recordemos que todo el arte moderno no es más que el plagio del arte primitivo, africano. El primer cuadro cubista de Picasso no fue más que la copia de una máscara africana vislumbrada en el ático de Apollinaire. Podríamos acuñar una sentencia estética. El arte moderno no es más que el rodeo de lo nuevo por el atajo de lo primitivo.
Eso de innovar por innovar que lo tenía enloquecido a Huidobro y a otros creadores de su generación hoy nos parece una batalla perdida, la cacareada y noble vanguardia poética perseguida por el público como los ciegos guiados por los borrachos de Erasmo.
Su maledicencia contra la mala traducción del Kamasutra de Gómez Carrillo. La mala traducción muchas veces nos puede hacer llevar hasta la poesía. Él que ha definido al poeta como asesino de nodrizas y descrito a Dios pariendo al mundo como una mujer. Y, que intentando atrapar tal aporía, ha dicho:
“El mayor enemigo del poema es la poesía.
El mayor enemigo de la poesía es el poema”.
A Ortega y Gasset (hoy reivindicado, sin embargo, por los filósofos de la OOO) lo trata como al Índex de Libros Prohibidos del Vaticano: toma todo lo que dice al revés para poder estar más cerca de la verdad del arte moderno.