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miércoles, mayo 1, 2024

Una lectura testimonial de El jardín de las máquinas parlantes. Parte 15

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La actuación en Laiseca no separa la realidad de lo representado, la ficción penetra lo real hasta convertirse en la lógica constitutiva de su universo.

 

Por: Derian Passaglia.

 

En “Deliciosas perversiones polimorfas”, una entrevista de Eduardo Montes que se ve en Youtube, Laiseca cuenta que Camilo Aldao tiene el edificio más grande del mundo, mucho más grande que el Empire State, al que se sube por un ascensor atómico. Después dice que veinte mil habitantes del pueblo murieron en la guerra de Vietnam, y que sus lápidas están todas en el cementerio. Él los conocía, conocía a cada uno, como también conocía a Dostoievski y a Tolstoi, vecinos suyos. Es muy difícil que Laiseca se salga del personaje, de lo que construyó sobre sí mismo alrededor del mundo, para no dejar pasar a nadie.

Laiseca actúa y los hace actuar a sus personajes. Cuando De Quevedo le enseña mudras a Sotelo parece que estuviera actuando. En la actuación, se pone de manifiesto la representación de los personajes, porque no se distingue la ficción de la realidad. Laiseca vive en ese mundo inventado de magias y mudras hasta cuando declara en una entrevista frente a las cámaras. Cualquiera diría que está loco, o lo parece, con su andar encorvado de viejo alto, el cigarrillo entre los dedos amarillos y el bigote tenso como alambrecitos de cobre sobre una boca en la que no se ven los labios.

La forma privilegiada de arte en Laiseca es la actuación. Podría decirse que subordina todos los elementos narrativos y literarios a una puesta en escena, donde lo central no pasa por la historia o la trama, ni siquiera por la construcción de un clima, sino por observar a esas criaturas humanas en un mundo que se parece al nuestro. Quizá por eso su literatura se relaciona con el barroco, el mundo es una maqueta, una representación en chiquito del mundo en el que vivimos, y por eso el lector puede verse reflejado de una manera muy indirecta. En el barroco, como la escena de Hamlet en la que hay una obra de teatro, se pone en escena la representación. Rescato el párrafo final de una nota que escribí el año pasado sobre el barroco:

Me gusta que el barroco sea algo nuestro, de nuestro idioma, que lo ignoren los yanquis, que lo vean con sospecha en el resto de la Europa no hispana. Quizá eso diga algo sobre un pueblo, o sobre una comunidad, o sobre las formas que tiene una comunidad de representarse el mundo, que no está en otro lado, que no lo tiene otro arte, o que si lo tiene, solo se lo puede percibir a través de una mirada desde un lugar del mundo en específico, porque el barroco es eso, una forma de percibir las cosas.

Dos virtudes le veía al barroco entonces: una forma específica creada por la lengua castellana de los mejores escritores hispanoamericanos como Rubén Darío, Quevedo o Lope de Vega, Lezama Lima, Góngora, Borges, Osvaldo Lamborghini, Arturo Carrera o Severo Sarduy. Ahora se podría agregar el nombre de Laiseca en esa serie, a partir de que explota uno de los recursos menos explotado por el barroco posterior al clásico: la puesta en escena de la actuación a través de la narrativa. La actuación en Laiseca no separa la realidad de lo representado, la ficción penetra lo real hasta convertirse en la lógica constitutiva de su universo. Laiseca parece que actúa cuando declara en entrevistas o escribe que sus personajes se masturban en medio de rituales mágicos de purificación.

La otra virtud que le veía al barroco tiene que ver con una cuestión esencial de la literatura y sus distintas formas de pensarse. El barroco supone la forma literaria que resiste ante esa literatura que oculta, que prefiere economizar el lenguaje (porque está la creencia de que así se da en la vida), su clave es el exceso. En ese artículo decía: “ El barroco que me interesa, el verdadero barroco que busco en el arte es el que no sugiere, el que muestra, el que se entrega al delirio de las palabras y las imágenes, el que no tiene miedo de decir.” Laiseca escribió la novela argentina más larga hasta la fecha, y su lectura, como en El jardín…, transforma las conciencias. La literatura de Laiseca es la explosión del barroco como teatro, los mundos diminutos y autónomos, los multiversos que conviven con el nuestro, con sus propias leyes de la física, envueltos en situación que no nos daría la cabeza para entender cómo es posible. ¿Cómo es posible? Es difícil concebir una forma de vida radicalmente opuesta a la de uno.

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