Benito Quinquela Martín le puso color a las calles de La Boca. Pintó el barrio de La Boca, un barrio pobre de casas bajas y chapas, donde los depósitos, astilleros y talleres agrisan las calles.
Por: Derian Passaglia
La calle nueva del barrio nuevo al que me mudé se llama Benito Quinquela Martín. Quise saber más sobre él, porque lo único que sabía es que era pintor, así que busqué información en Google. Conocer sobre la vida de Benito Quinquela Martín me iba a dar, pensaba yo, un conocimiento más profundo del barrio al que llegaba, del que conocía nada más que las avenidas principales, la plaza y la iglesia, después de haberlas visto de pasada en una suplencia de trabajo que hice en 2019.
Benito Quinquela Martín fue abandonado en la Casa de Niños Expósitos apenas nació. De sus padres de sangre no se sabe nada. El 18 de noviembre de 1896, a los seis años, fue adoptado por Manuel Chinchella y Justina Molina. Posteriormente, Benito castellaniza su nombre en la justicia, como una forma también de crearse un nombre artístico: Chinchella por Quinquela. En la pronunciación de la lengua italiana, Chinchella suena a Quinquela.
Vivió en el barrio de La Boca. En 1904 la familia se muda a Magallanes al 900, a nueve cuadras de casa. Hizo la primaria en la Escuela N° 4. Margarita Erlin, su maestra, le enseñó conocimientos básicos como leer y escribir. Pero en tercer grado abandonó la escuela y empezó a trabajar en la política, donde repartía volantes del candidato socialista Alfredo Palacios. Más tarde, su padre lo mandó a trabajar en la carbonería con él. Cargaba y descargaba bolsas de carbón de los barcos del puerto. Trabajaba doce horas seguidas y lo apodaron El Mosquito, porque era un flaco alto huesudo que andaba ligero.
La calle Caminito, uno de los centros turísticos más importantes de la ciudad de Buenos Aires, fue ideada por Benito Quinquela Martín. “Un buen día se me ocurrió convertir ese potrero -dijo Benito- en una calle alegre. Logré que fueran pintadas con colores todas las casas de material o de madera y zinc que lindan por sus fondos con ese estrecho caminito (…) Y el viejo potrero, fue una alegre y hermosa calle, con el nombre de la hermosa canción y en ella se instaló un verdadero Museo de Arte, en el que se pueden admirar las obras de afamados artistas, donadas por sus autores generosamente.”
Pintó el barrio de La Boca, un barrio pobre de casas bajas y chapas, donde los depósitos, astilleros y talleres agrisan las calles. Benito Quinquela Martín le puso color a las calles de La Boca. Tenía un particular sentido de pertenencia a su medio, que lo llevó a rechazar el ofrecimiento de pintar un mural en Santiago del Estero. Para Benito, el color local necesita de un artista local, de manera que quien pinte un mural en Santiago del Estero deberá ser santiagueño. La determinación del medio, en Quinquela, produce las formas del arte.
Las escenas de sus cuadros son portuarias. Hombres anónimos ensombrecidos cruzan de un barco a otro cargando bolsas en la espalda, encorvados por el peso del trabajo. De las chimeneas de las fábricas sale un humo negro que se confunde con las nubes del cielo. Sus barcos son rojos y verdes, azules y amarillos, naranjas y turquesas, quizá lo único que brilla en sus cuadros. Parecen soviets sus trabajadores agachados sobre bolsas, vestidos con pantalones marrones y remeras blancas, una boina en la cabeza para que el sol no pegue tan fuerte. Lo único que hacen es trabajar. Producen en silencio, bajo el cielo celeste de La Boca, entre las aguas oscuras del riachuelo.