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sábado, noviembre 23, 2024

Elogio del autor

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«Quiérase o no, el autor está en el centro de la literatura desde sus orígenes e ir en contra de la idea de autor es luchar contra un Goliat de dos mil años de historia», afirma Derian Passaglia en una nueva misiva al escritor Vincente Monroy.

Querido Vicente,

qué alegría me da leerte. Me estimula el pensamiento, y paso horas sentado leyendo en el fondo hasta que me acuerdo de algo que dijiste y lo relaciono con el libro que tengo enfrente. Hace poco te preguntabas el secreto de nuestra amistad, me parece que uno podría ser este: no es fácil encontrar interlocutores válidos que desafíen las estructuras de los propios valores y creencias, porque los intercambios suelen ser chatos, argumentalmente pobres o aburridos. Además, hablar con vos me hace sentir joven de nuevo, con la misma rabia y la misma ansiedad de vida que teníamos a los dieciocho, diecinueve, veinte y pico.

Tu mail me ayuda a ordenar algunas cosas que anduve pensando aisladas en estos años y que podrían encontrar cierta reafirmación. La cita de El barón rampante me encantó, me da ganas de leerlo. Hay un hecho fundamental en el acto de subirse a un árbol, aparte de la rebeldía y la ética intachable que le ves, y es que subirse a un árbol es algo propio de la infancia, cuando teníamos la necesidad de explorar el mundo desde un lugar de poder que fuera inaccesible al resto de las personas. Es el momento solitario por excelencia de un chico y es también un ritual de devoción secreta. Una de las primeras cosas que me llamó la atención al salir después de tantos meses de encierro fue justamente una fila de plátanos enormes sobre la calle Humberto Primo y Paseo Colón, en la esquina de mi trabajo, y me la quedé mirando un tiempo preguntándome cómo éramos capaces de convivir con esos monstruos quietos agitándose en lo alto sin darnos cuenta a veces, porque permanecen en silencio salvo cuando viene un viento. Un árbol es una cosa grande, muy grande, no lo parece pero tiene una especie de vida, y cuando somos chicos y nos llama la atención algo nos reunimos alrededor de esa cosa aunque no tenemos la conciencia suficiente para decir que nos parece extraña.

Si pudiera ponerle un título a este mail sería “Elogio del autor”. No debe ser fácil traducir a Flaubert, estudio alemán hace algo más de un año y hasta ahí llega mi relación con otras lenguas. Sé inglés como puede saber cualquiera, por las películas y porque es la cultura dominante que te obliga a conocerla aunque no quieras. Osvaldo Lamborghini no se preocupaba por aprender idiomas, era una posición ética, como la de Cosimo. Me gustaría saber francés y chino, voy a ver si este año me pongo en campaña con el francés. Me quedó dando vueltas la idea de transfusión, que es una palabra que (por lo menos acá) solo se usa para la medicina o para el fútbol. Me acuerdo de Pablo Becker, “la joya” le decían, un jugador de Central que era muy habilidoso pero que necesitaba una transfusión de sangre: no se preocupaba por correr, se lesionaba cada dos por tres, parecía como si no tuviera ganas de jugar. Una transfusión supone un traspaso, inyectarle por dentro vida a algo que no lo tiene (o no lo tiene tanta). Daniel Durand traduce The Raven como La Rabia, una traducción fonética que cambia el significado de lo que implica traducir. La traducción, para él, influye más que la lectura, y dice que sus poemas se meten en lo traducido. Es como corporizarse en otro lado, en otra voz, una metamorfosis. También está Levrero, que decía traducir literalmente a Kafka en un contexto latinoamericano, y de ahí salieron esas novelas siniestras, de lógica absurda, que no se sabe muy bien adónde van como en todo Levrero.

Quiérase o no, el autor está en el centro de la literatura desde sus orígenes e ir en contra de la idea de autor es luchar contra un Goliat de dos mil años de historia. El misterio alrededor de la figura de Homero sigue hasta el día de hoy, ¿existió? ¿era ciego? Recuerdo haber leído por encima un paper que comentaba la posibilidad de que La Ilíada y La Odisea pertenecieran a autores diferentes. En el diario de Bioy, Borges dice que hay libros que están unidos a su autor hasta el punto en que no se pueden separar. El Quijote de Cervantes, el Ulises de Joyce. Antes que la negación del autor, que es el deseo de la primera teoría francesa posestructuralista, me gustaría saber qué implica el autor, en un mundo en que tiene cada vez más importancia, incluso por encima de la obra.

Hablás del estilo como la máxima aspiración de la escritura. Trato de no preocuparme por el estilo, porque es lo que surge naturalmente, sin que lo pensemos, es lo que viene adherido a nosotros y está presente hasta en los gestos, es la parte naturalista de la literatura, como si fuera el único legado posible de Gide. Los escritores que se preocuparon por construir un estilo, como Saer, lo que construyen es un capital, una mercancía. Vuelvo a Durand: hay que oponerse a los escritores que construyen un estilo único como si fuera una quinta, una propiedad intransferible, imposibles para la transfusión. Por eso creo que el estilo es la forma más cómoda que uno encuentre para escribir, sentado en la cama, con las piernas sobre una silla, en un bar rodeado de bullicio, en la trinchera como Salinger, no sé. Pero cómodo. En otra parte del diario de Bioy, Borges enumera lo que se olvida en la literatura. Primero se olvida el estilo, después el argumento, después el autor y por último los personajes. Los personajes quedan en la memoria. Un personaje también puede ser el autor.

Así como el estilo, la época también es natural a nosotros, de manera que cualquier cosa que hagamos, cualquier palabra, cualquier frase que pronunciemos, va a representar nuestra época por el simple hecho de estar acá, vivos, en el presente, atravesados por la historia. En eso sí estoy de acuerdo con Sartre: “es inútil que pretendamos convertirnos en nuestro propio historiador: el mismo historiador es un ser histórico”. La ambición de representar la época no es otra cosa que correr hacia un realismo primitivo.

Yo también estoy harto de las redes sociales. Lo peor es que no sé cómo huir, sí sé hacia adónde pero se me hace muy difícil dejarlas. Entonces termino construyendo un personaje despreciable, altanero, que nada tiene que ver conmigo aunque sí, debe ser una parte, la parte que me inspiran las redes. Todavía recuerdo esa vieja obsesión tuya por las generaciones, qué bueno que te hayas desprendido de esa idea. Las generaciones, como el realismo mágico, son un invento del mercado, que se apropió de categorías literarias que vienen del romanticismo.

El autor es un nombre y un apellido. El año pasado, o el anterior, conté cinco talleres virtuales que se daban sobre Borges, cinco, o sea que veinticinco años después de su muerte sigue generando ganancias alrededor de su figura solo en Argentina, solo en redes sociales, porque no estoy contando otros ámbitos como el universitario o instituciones alternativas. ¿Habrá sido Rimbaud el primer mito de autor, la figura misteriosa que a los veintiún años desaparece del mapa para volverse comerciante en África? Aira dice que se perdió el misterio alrededor del autor, justamente porque hoy en día podés insultarlo o esperar una respuesta instantánea o invitarlo a tomar un gin tonic con un dm. Asocia el autor a la torre de marfil, al hombre separado de la sociedad, a un significado indescifrable, en la que cada libro, cada palabra dicha remite a un significado propio, que solo puede definirse a través del nombre.

En algún sentido, el autor es la justificación de la obra, y por eso obra y autor son indisociables, se retroalimentan. ¿Quién es capaz de transformar su nombre en un sentimiento moderno, que solo podemos pronunciar en determinadas circunstancias, en determinado momento? Cuando decimos que algo es kafkiano ya sabemos a lo que nos referimos. Día a día me cuesta cada vez más sacarme de la cabeza el lema levreriano: “la literatura es comunicación de alma a alma”, sin intervención de críticos, de exégetas, de nada, literatura pura entre autor y lector, una comunión que me gusta pensarla con los escritores que leo, como si al leerlos pudiera entrar en sus espíritus y volverme ellos en el acto mismo de la lectura. Ser el autor en la letra, sentir como ellos, pensar como ellos, volverme ellos. Durand es la versión cínica en la creencia del autor, no tengo el verso a mano y no lo encuentro en Google, pero para él de lo único que se trata es de acumular poder en el apellido. Prefiero la idea de Levrero, la de Levrero y la de Proust: “La lectura es exactamente una conversación con hombres mucho más sabios y más interesantes que los que podemos tener ocasión de conocer a nuestro alrededor (…) La lectura, al contrario que la conversación, consiste para cada uno de nosotros en recibir la comunicación de otro pensamiento”.

Se me hizo un poco largo. No reniegues de Los Alpes marítimos, dice algo no sobre el pasado reciente de tu país sino sobre tus propias concepciones del arte, que son mucho más elaboradas que cualquiera de las de mis contemporáneos.

Con cariño,

Derian

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