Derian Passaglia escribe sobre «Porno y helado», una serie argentina recientemente estrenada por Amazon Prime.
Amazon Prime estrenó la comedia argentina, producida en Uruguay, Porno y helado. Una temporada, ocho capítulos de no más de media hora. Se trata de tres personajes principales que se hacen amigos: Pablo, Ramón y Ceci. Cada uno tiene sus propias características (Pablo es egocéntrico, Ramón medio tonto, Ceci estafadora) pero comparten el hecho de ser outsiders. Están totalmente fuera de onda y los tres, por un error casual, van a formar una banda de rock llamada Los débiles mentales.
No es una serie para morirse de risa pero arranca algunas carcajadas, lo que no es poco. Es difícil hacer reír en Latinoamérica, con un producto hecho enteramente acá. La forma de la comedia es la típica yanqui, que se basa en la construcción de personajes estereotípicos y situaciones exageradas. Ramón no solo es tonto, es el más tonto de la serie; Ceci es estafadora porque también su padre es así, que se roba hasta las medialunas y biromes de los lugares.
Hay algo absurdo en la construcción de este humor, un sin sentido provocado por un guión que extrema las situaciones hasta el punto en que pierdan significado. El bar donde se reúnen los amigos es un bar de viejos, esos que llevan décadas abiertos, son oscuros y tétricos, nunca se renovaron. Este bar, de repente, se vuelve cool, gracias a la influencia de otro personaje que funciona como villano: Segundo. De borrachos y taxistas, el bar “Oxford” pasa a ser frecuentado por veinteaños con los pelos de colores y chicas con la cabeza rapada. Se organizan eventos, performances y recitales de poesía. En uno de esos recitales, Pablo lee un poema, que en realidad es un chat con su madre, y un gordo se le acerca para decirle que lo quiere publicar en su editorial hecha de arroz integral. Los libros se pueden comer.
Lo mejor de Porno y helado son sus personajes secundarios. Aparece Susana Giménez convertida en una señora, esposa de un político millonario, que tiene una filia extraña: se excita con tornillos, destornilladores y amoladoras. Hay un venezolano que siempre está comiendo arepas. Hay una organización secreta de taxistas que quiere destruir al candidato opositor a la presidencia. Hay un empleado de una cadena de artículos para el hogar, medio pelado y con barba candado, que anda duro de merca y sueña con ser gerente. Hay una chica baterista que parece lesbiana y ella aclara, para presentarse: “no no soy lesbiana. Mentira, claro que soy lesbiana”. Hay un bajista misterioso que casi no habla y hay un vecino que está siempre en cuero y tiene la puerta de su departamento abierta y sabe todo sobre su vecino Ramón. Nunca se levanta de la silla.