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miércoles, mayo 1, 2024

Una novela anarquista

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Paranaländer aborda la novela “Lady L.” (1966) con las armas romas de la lógica, abrazando los dos cuernos de su misterio, como anarquista y anti-anarquista al mismo tiempo.

 

Por: Paranaländer

 

“Lady L.” (Buenos Aires, 1966) de Romain Gary puede ser leído, sin temor a la doble afirmación antitética (del estilo de “soy el cuchillo y la herida”), al mismo tiempo que una obra profundamente anti-anarquista, también como una novela, en última instancia, anarquista hasta los tuétanos.

Lady L., al decidir finalmente una fidelidad draconiana (o, porque no decirlo, cruel: “celui qui aime bien, punit bien”, el quien bien ama, bien castiga, es su proverbio franxute favorito) a su egoísmo, poner por encima de todo valor social su sacrosanto amor egoísta, es, aunque ella deliberadamente actúa contra los fundamentos del anarquismo, perfectamente anarquista.

A no es no A, es su fórmula secreta. Su anarquismo no es un no anarquismo. Bella antítesis de su vida desgraciada. Vida donde las tristes canciones de amor siempre son para ella muy breves.

Si definimos el anarquismo como ese ideal que busca por todos los medios lícitos y aun ilícitos (violencia, bombas, “educación química”) el fin y la supresión definitiva de la fealdad (las injusticias sociales, el dolor, la explotación de los más vulnerables y pobres) del mundo. Es decir, realizar una intervención unilateral sobre el curso de la existencia de otras criaturas.  Ella traiciona y mata, en pos de su cometido, no se arredra ante ninguna ley estatal o mandamiento religioso. Entonces Lady L. es, aunque no lo comprenda y acepte, también anarquista. Pues en el relato de su vida al Poeta Laureado, vislumbramos que ha realizado una intervención no consensuada y definitiva sobre otra criatura cambiando el decurso de su existencia radical e inexorablemente. Una suerte de “providencialismo” humano (el mundo es solo un objeto manipulable en mano del hombre), en suma, podría ser la categoría de este tipo de pensamiento social. Toda intervención humana será positiva, pues mejora a priori el mundo. En el fondo, ella es hija de un anarquista borracho (vuelto agente doble, provocador). Y su intervención es casi una cirugía hecha al siglo (“en este siglo las mujeres no eran amadas de verdad”).

Claro, las líneas más gruesas y visibles del libro de Gary son anti-anarquistas.

Annette Boudin nació en la Rue de Lappe en 1870. Llamaba a su padre siempre borracho Fraternité, y a los policías que lo pescaban, Liberté y Egalité. Le enseñó que el matrimonio es un robo. El padre de la futura Lady L. es, pues, el modelo nefando de ese dépravé y libertino decimonónico que engendra tragedias, destrucción y muerte. Aprendió a leer con “Los principios de la anarquía” en vez de con la fabulas de La Fontaine como los otros niños. Su violento disgusto por las grandes palabras y los sentimientos idealistas viene de presenciar las rabietas de su padre en meeting con sus compañeros despotricando contra Marx, cuyas ideas, aparentemente, consistían en deprenderse de la propiedad privada cediéndola al Estado (“Marx debía ser asesinado, aun antes que el Papa”). Nunca creyó que ni su padre ni sus amigos conseguirían, alguna vez, hacer del mundo un lugar mejor.

Annette, por supuesto, encuentra el amor de su vida, desgraciadamente, en Armand Denis, un sacerdote del anarquismo, que antepone al pueblo antes que al frívolo amor burgués. Armand solo coincidía con el príncipe Kropotkin en su rechazo de la teoría de Darwin respecto a la supervivencia del más fuerte.

Armand reclutó a Annette para sus ataques anarquistas, inventándole la identidad de Mademoiselle de Boisserignier. Armand era en el fondo un poeta que rehusó cantar, porque para su anarquismo el arte es reaccionario en su esencia, los grandes artistas sirven de camouflage a la fealdad. Los pintores, poetas y músicos ayudan a la policía: su papel es mantener el orden.

Con respecto a la versión cinematográfica del año 1965 dirigida por Peter Ustinov, con Sofía Loren, Paul Newman y David Niven, podemos añadir que la caracterización de Newman del anarquista Armand escapa a la imagen satírica del anarquista monacal, bordeando el puritanismo sexual, con su ideal de salvación del mundo que perfila Gary.

 

 

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