César Zapata revive un profundo texto filosófico de sus años de estudiante.
Estudié una profesión a la cual, el ingenio académico de la época, llamaba: Profesor de estado en filosofía, en una universidad pública que en esos tiempo se nutría de la exigua carga hipocalórica que le daba el estado y el caldo de costillas hervidas de la clase media baja, media media, medio como venga, que solo podía pagarles a sus hijos una carrera barata.
Mi padre, profesor normalista, desde un principio se opuso a mi decisión y me dijo:
-Espera un año, da la prueba de nuevo y te pagamos otra carrera, y si te va mal, te pagamos una universidad privada[1].
Ufff, papá y mamá eran increíbles, pues la oferta que me hacían significaba un sacrificio económico importante, pero yo era un estúpido que aspiraba a armar su vida por sí mismo y estaba empecinado por estudiar filosofía.
En consecuencia, me recibí de profesor de estado en filosofía, en el primer año me di cuenta que mi inteligencia era débil, que no entendía casi nada, en segundo comencé a creer que en cierto sentido yo era un verdadero genio, en tercero esto se intensificó, pero fue puesto en duda a cada momento, en cuarto solo tuve magnificas confusiones y en quinto cuando me tocó hacer la práctica y la memoria, me di cuenta que entendía bastante poco, por lo mismo fabriqué un material de clases para explicar mejor a mis estudiantes, o tal vez para mí mismo, para evaluar mi relación con la filosofía. A continuación lo voy a compartir sin moverle una coma ni limpiarle el lomo, su data es del siglo pasado: 1993. Después de tantos años, lo encontré por ahí y pensé que sería interesante resucitarlo para que contemple a este siglo XXI. Mi yo actual, el conjunto de máscaras que organizan mi presente 30 años más viejo, lee con curiosidad el breve texto, y realmente no sé si cabe hablar de avance o retroceso, mejor es obviar esas coordenadas y escucharlo a ver que puede sugerir.
La ley de moraga.
Calama, Chile. Verano de 1993
El que caga, caga. Es la frase que expresa a la ley de Moraga, en donde “Moraga” es el apellido elegido a propósito de la rima. Pero al margen de la vulgaridad del término implicado, que resulta exacto, y de la pintoresca fórmula de rima que lo contiene; la ley de Moraga, aspira a ser precisamente una ley, y si la ley de gravedad – por ejemplo- rige en forma natural el comportamiento de los cuerpos en el universo ¿Qué es lo que pretende regir la “ley” de Moraga?
Vamos por parte; en primer lugar, dicha ley acusa la dimensión temporal de los hechos. Al igual que la frase de uso popular: Lo hecho, hecho está, la ley de Moraga, nos señala que aquello que ocurrió irrenunciablemente ocurrió como ocurrió y no hay vuelta que darle. A primera vista, esto resulta muy evidente, sin embargo, solemos, y no en pocas ocasiones, desear que se modifique lo sucedido, a veces lo deseamos tanto que incluso llegamos a extraviarnos de lo que efectivamente sucedió. Sin embargo, la ley que aquí nos ocupa, no se puede reducir solamente a los hechos, ni a la frase lo hecho, hecho está, pues cuando decimos: el que caga, caga, involucramos no únicamente hechos, sino que también nos involucramos nosotros mismos; el factor humano. Somos nosotros los que estamos en el enunciado o más puntualmente en la ley que proclama el enunciado.
Una primera aproximación a la ley de Moraga, arroja dos, bien delimitados e íntimamente interrelacionados ámbitos:
1.- La dimensión temporal de los hechos- lo hecho, hecho está
2.- La dimensión humana, es decir como nos afectan los hechos, tanto los que hacemos nosotros como los que simplemente nos suceden.
Ahora bien; cagar, es un término del cual el vulgo se sirve para manifestar la acción de defecar, pero, como ocurre con una amplia gama de términos vulgares, en el uso su significación es extremadamente amplia. Cagar, significa también, algo así como la propensión que tienen las situaciones para manifestarse en forma negativa a quien las vive. Por ejemplo, cuando nuestra pareja nos engaña “nos caga”; somos simplemente humanos y todas nuestras posibilidades son susceptibles de ser cagadas.
El hombre es un ser abierto a cagar. Y aunque esta última afirmación parezca una parodia de las máximas que han usado respetables filósofos no por eso deja de ser una verdad. Estamos desprotegidos en el mundo, ¡cuidado!, cualquier paso en falso y podemos cagar y más encima el que caga, caga; y no hay vuelta que darle.
He ahí todo el peso vivencial de la ley de Moraga, somos seres siempre andando al borde del desastre.
Pero, ¿en qué situaciones invocamos la ley de Moraga? ¿Con qué intención lo hacemos?
Un uso recurrente es cuando invocamos a Moraga en relación a los “otros”, con el objetivo de enfatizar nuestro egoísmo, algo así como: “sálvese quien pueda”. No obstante, existe otra situación donde opera dicha ley y desde un ámbito mucho más personal; esto es, como una “bandera de lucha” que nos permite enfrentar los acontecimientos particularmente extremos; venga lo que venga nosotros estamos aquí para afrontarlo y si cagamos no importa, cagamos!!
Debemos encarar la vida con la convicción de que podemos fracasar. En oportunidades es decisivo hacer frente a una situación sabiendo que podemos salir mal parados y es justamente ese “saber el fracaso”, lo que nos otorga valentía, nos da el empuje necesario. Y nos permite sentir todo el peso vivencial de la ley de moraga.
Referencias
[1] Prueba requisito para entrar a la Universidad, supuestamente media si alguien era apto para seguir estudios superiores.