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sábado, mayo 18, 2024

La Filosofía del “Jamás Importó”

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Paranaländer adopta filosofía que crecía como una flor silvestre a la vera del camino de la vida diaria, o quizá sea también comparable a una beldad campesina de poderes taumatúrgicos relegada a los arrabales por su transparencia y sinceridad.

He  aquí por fin mi filosofía de la vida: no un producto del descendimiento de las ideas desde el topos uranos, ni emanado de los mamotretos ininteligibles de la French Theory… menos aún aprendido en la vayra Facultad de Filosofía de Itá Pytä Punta, o en la cheta de la UCA o en la hispanofílica de Oviedo de Gustavo Bueno, no, filosofía surgida y arrancada de plena calle, filosofía popular y cotidiana como una flor silvestre, ocára poty cuémi, robada para mi defensa contra el mundo.

O como esa filosofía de porteras cioraniana. Grandes aforismos y epigramas oídos en el mercado en medio del regateo, o en el hospital en medio de un desahuciado…siempre mujeres, viejitas amargadas con la bilis justa para acertar la verdad de la vida.

O en otras palabras (de la banda pánica chilensis, Pánico): “no me digas que no si quieres decirme que sí”.

¿Cómo definiríamos esta filosofía?

No se trata de una filosofía del “como sí”, aquella lectura de Kant de parte de Vaihinger que da cuenta de la realidad como pura ficción o representación sin contenidos reales.Se trata de un sobrevuelo axiológico intuitivamente nihlista o resignado sobre la totalidad de los sucesos.Una postura ética estoica ante ilusionismo universal. Una petición de principio desencantada ante la tempestad de novedades.

Jamás importó hermano del never understand, primo del so what, tocayo del plus jamais ça.

Jamás importó que no me hayas escrito hoy un mensaje de wasap cuando te escribí temprano acelerado y nanay.

Jamás importó que haya nacido en un país secundario y remoto y sin destino como Paraguay.

Jamás importó que el plan sea vivir un ratinho y después morir para toda la eternidad.

Jamás importó que la vida fuera un feroz bluff.

Jamás importó que no me ahogara al final esa tarde de domingo en Piraretä a mis 23 años.

Jamás importó fugarse a los 15 años en tren decimonónico  a lo largo del vientre del estronismo.

Jamás importó invitar a toda la patota a beber y atiborrarse de la culinaria horripilante del Bolsi y no poder pagar al final.

Jamás importó tirar un pedo en la iglesia de Santo Domingo de Guzmán (inquisidor) a la edad nona de 9 años.

Jamás importó que todas las mujeres que pudieron entrar en mi vida, giraran por la tangente del olvido.

Jamás importó que la vida sea atravesar la noche antes de Ande hasta el alma-zenero con la birra que nos dispararía la mente y el alma.

Jamás importó que nunca aprendieras a nadar, a andar en bicicleta, a morir.

Jamás importó escribir poemas, columnas, novelas, cuentos.

Jamás importó la violencia de la infancia.

Jamás importó el estronismo, los libros de Milda Rvarola, la música de Berta Rojas, la poesía de Rauskin, la democracia, la conquista, el estupro y las rancheadas de las indias guaraníes por los españoles, el mestizaje a base de estupro.

Jamás importó el big bang, la bomba atómica en Hiroshima, el triunfo de Argentina en Katar, el asesinato del Franz Ferdinand.

Jamás importó que el sol imperara 12 horas y que la oscuridad durara otras 12 horas.

Jamás importó todas las veces (pocas) que lloré en mi vida.

Jamás importó la pobreza, las caminatas sobre el empedrado lambareño, las interminables horas de soledad de mi infancia-adolescencia.

Jamás importó quedar al margen de las supuestas revoluciones de la humanidad, el guillotinamiento del rey franxute, la paja hippie, el ombliguismo psicodélico, la revolú asexual,

la melancolía posmo actual.

Jamás importó querer cambiar el mundo a tu imagen y semejanza.

Jamás importó mi vida, tu vida,  despertar a la nada, al dolor, al sufrimiento nuestro rey, las guerras y violencias de todos los siglos de la humanidad.

Jamás importó, baby, tu desdén, jamás importó la cancha de Agustin Lara.

Jamás importó amargarse el cine futuro con el ocasionalismo fantasmagórico de  “Marcelino, pan y vino”.

Jamás importó nada.

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