Flashdance tiene todo lo que un fanático de los ochenta necesita para cumplir su fantasía nostálgica de felicidad… Por: Derian Passaglia
Recomendada por mi editor en Twitter, desde la cuenta de @Blatt&Ríos, el fin de semana me vi el clásico intemporal de Flashdance, la película de 1983. Tenía la impresión de que ya la había visto, pero no, la que vi fue la versión noventera, Streptease, de esta película ochentera.
Flashdance tiene todo lo que un fanático de los ochenta necesita para cumplir su fantasía nostálgica de felicidad: banda sonora con sintetizadores, los bajos fondos de una fran ciudad yanki, camperas de cuero, clubes nocturnos, peinados extravagantes, calzas bien apretadas en largas cinturas, y una historia “de ascenso social”, como también me previno mi editor.
La protagonista, una morocha de rulos, que se parece a mi mamá de joven (como coincidimos con mi papá), es una joven huérfana que trabaja como soldadora en una fábrica. Habrá sido disruptivo en 1983, cuando se estrenó Flashdance, ver a una mujer con la máscara de soldador entre todos obreros hombres. Habrá llamado la atención que una mujer realice un trabajo adjudicado históricamente al hombre. Según me contó mi papá, el último romántico, llevó a mi mamá a ver Flashdance en su estreno.
Pero el sueño de la morocha de rulos, la protagonista, no es soldar toda su vida, sino triunfar en la danza, porque ama bailar y para eso entrena duro todos los días y también trabaja bailando en la tarima de un club nocturno, donde una noche se cruza con su su jefe, y donde empieza también la trama romántica. Flashdance podría ser la Rocky del género músical yanki, género que tanto aman en Estados Unidos: una chica que va en bici a su trabajo, bajo la lluvia, y gracias a su esfuerzo logra conquistar el mundo y el corazón y los billetes de su jefe.