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lunes, mayo 20, 2024

Impresiones de una directora de escuela, otro cuento de Hebe Uhart

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La escritura de Hebe Uhart es limpia, sencilla y correcta, como si lo que importara no fuera el estilo… Por: Derian Passaglia

Hace poco, o no tan poco, presentamos en este mismo espacio un cuento de Hebe Uhart. En ese momento no se lo dijo, pero debería quedar en claro, con esta segunda nota y con este segundo cuento, que es una de las mejores escritoras latinoamericanas del siglo XX, y aún más, a pesar de que ya no se encuentre entre nosotros los mortales, una de las mejores escritoras en lengua castellana. El boludo de Hernán Casciari, un chanta que vive de la literatura, acaba de decir en un programa de stream: “yo no creo en la literatura”. Al leer Hebe Uhart se tiene otra sensación. Se siente como si la literatura fuera ella.

La escritura de Hebe Uhart es limpia, sencilla y correcta, como si lo que importara no fuera el estilo, o la forma de poner en palabras situaciones tan cotidianas como en el cuento “Impresiones de una directora de escuela”, que trata, precisamente, de una directora de escuela, sino como si el estilo fuera nada más que un medio, una expresión útil que sirve para mostrar unos personajes, unas situaciones y un sentimiento. No necesita mucho más. Su voz no se alza como la de un profeta, su tono es medio, medido, “neutro” como dice la narradora. Así escriben los ingleses y los gringos del norte y también Borges: una escritura transparente que le da valor a las imágenes.

La escuela donde transcurre la historia es una escuela pobre “de un barrio apartado”. Aunque la directora en ningún momento cuenta las coordenadas, pareciera que se trata de una escuela rural, porque hay un camión que pasa vendiendo frutas y verduras y hay un perro, quisquilloso, que se pasea por los salones y la dirección. A algunas maestras les molesta este perro, pero a la directora no. Esta directora sabe que tiene que cumplir una función, que debe mostrarse de una manera ante los demás, cuando en realidad ella siente otras cosas, que no las dice pero las deja a entrever, y el final quizá revela. Al fin y al cabo, es una señora sola con sus tristezas. Hebe Uhart usa los lugares comunes, no los descarta. El cuento está lleno de niños pobres.

Hay uno, por ejemplo, que se llama “alumno Monzón” y que se porta mal y entonces lo mandan siempre a dirección. El alumno Monzón vende peines y le pregunta a la directora si no le quiere comprar uno. Así de pobres son, pero la narradora no tiene ningún tono de condescendencia ni ninguna valoración positiva o negativa para ese chico que está en manos de Dios. Se limita a mostrar los hechos tal cual se le aparecen. Si alguna diferencia hay en los cuentos de Hebe Uhart es en el lenguaje. Como Carson McCullers y los escritores norteamericanos del sur, Hebe Uhart le presta atención a las palabras, a lo que la gente dice, a cómo hablan. Los chicos de la escuela no saben pronunciar “lombriz”: “dicen «lombriz» con voz mortecina y triste. A mí también me gusta más «lumbrí» que lombriz; es como más humilde, umbrío, íntimo; lombriz es algo más seco.” El cuento se lee acá.

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