Es innegable que durante todo el período democrático la ANR funcionó con disputas entre sus facciones internas. Pero en contextos de excepción como el actual esto sería una muestra de irresponsabilidad política con costos sociales, económicos y políticos incalculables.
En las últimas elecciones, la unidad del Partido Colorado aseguró la victoria frente a una oposición que también se presentó en unidad. En dicha disputa electoral, el coloradismo aglutinó sin fisuras a todos sus líderes históricos, acompañando al ganador de las difíciles internas de 2017.
Este no fue un hecho menor: la sociedad paraguaya votó a una fuerza política que prometió orden, estabilidad y continuidad de un proceso de recuperación, crecimiento y modernización que también inició la propia ANR en 2003.
A pesar de que todo esto fue público, sectores de la oposición y de la opinión pública siguen escandalizándose cuando el coloradismo hace gala de su unidad y espíritu de cuerpo para gobernar. Analizan la coyuntura desde la impotencia y la emoción, antes que leerla a partir de la correlación de fuerzas vigente.
Es innegable que durante todo el período democrático la ANR funcionó con disputas entre sus facciones internas. Se trata de una asociación política que alberga en su interior amplios sectores de la sociedad paraguaya por su condición de partido político de masas.
Así, si en épocas de normalidad es habitual que el coloradismo presente disidencias internas, en contextos de excepción como el actual esto no solo sería inadmisible, sino, por sobre todo, una muestra de irresponsabilidad política con costos sociales, económicos y políticos incalculables.
Contrariamente a la opinión de muchos «analistas», esto no es un signo de debilidad, sino de vocación de poder del Partido Colorado para conducir un país con eficacia.
El afianzamiento de la unidad colorada no se puede comprender correctamente si olvidamos que la crisis del Covid-19 será la peor crisis mundial desde 1930. La pandemia trajo consigo una debacle económica en todo el planeta, y Paraguay no está exento de estos embates. Por eso, el presente exige un clima de unidad nacional, con una clase política a la altura de las circunstancias que nos toca atravesar.
Este es el contexto en el que hay que comprender el acercamiento, el diálogo y el entendimiento entre los dos líderes más importantes del oficialismo: Mario Abdo Benítez y Horacio Cartes.
Sin embargo, algo que es lógico -que el partido electo para gobernar garantice el orden social y político- es hoy criticado por quienes sostienen que el cartismo debe ser proscripto de la vida nacional, como si no se tratara de un movimiento político con alto nivel de representación popular y dirigentes electos en todo el territorio.
Vivimos en una sociedad que garantiza el derecho de asociación, participación y expresión. Por lo tanto, los adversarios del cartismo deberían canalizar sus desacuerdos en el terreno político, derrotando a dicho sector con las propias reglas de nuestro sistema de representación
Y los grupos económicos que temen al expresidente Cartes (por considerarlo, supuestamente, una «amenaza» a la democracia) deberían destinar sus ingentes recursos a formar fuerzas políticas que los representen adecuadamente. En definitiva, deberían abandonar el lugar cómodo desde donde pretenden dirigir el país y dictar cátedras de civismo, respetando la voluntad popular y poniendo sus rostros a consideración de la ciudadanía.
Por otra parte, es falso que este clima de unidad haya acallado la crítica y la divergencia en el coloradismo: no faltan referentes de Añetete como de HC que mantienen posiciones críticas contra ministros o políticas puntuales del gobierno.
No obstante, el marco en que se dan dichos cuestionamientos no es el de la fragmentación política ni el de la división, como sí sucede en la oposición. Esto último se refleja en las recientes declaraciones del titular de la ANR, Pedro Alliana, quien ratificó el avance de grandes acuerdos para fortalecer al partido de gobierno.
No tiene asidero argumentativo ni legitimidad republicana el intento de presentar como un un error la responsabilidad política del presidente, para asegurar la paz interna de la fuerza política que le da sustentación, menos aún si tenemos en consideración su estilo de liderazgo dialoguista y respetuoso de la pluralidad.
Comprender los tiempos difíciles que atraviesa el Paraguay en su justa medida definirá el futuro de las fuerzas políticas que protagonizan la vida pública.
Algunos apuestan por proteger a la población; otros, por la mezquindad y el oportunismo. No es casualidad que sean los primeros los honrados con la responsabilidad de conducir los destinos de todos los paraguayos y las paraguayas.