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miércoles, enero 22, 2025

El libro que dirige y gobierna vidas

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Paranaländer ve en Jan Potocki (1761-1815) a un ilustrado desencantado, que tachona de vampiros y gitanos caníbales el mapa de la Revolución.

 

Por: Paranaländer

 

Alguien ha promulgado este (seudo)saber: hay que esperar el último acto del hombre para aventurar una explicación de su vida y su obra. Es decir, ver cómo muere.

Potocki se suicidó con una bala de plata a los 54 años. Una lectura primera casi contundente y taxativa: fracaso en el amor, la política y la literatura.

Su segunda esposa Constanza, rica y joven, le pone los cuernos con un franxute. Sus asesorías del gobierno de Polonia o el futuro de la Rusia son desoídas.

“El manuscrito encontrado en Zaragoza” es un caos de manuscritos, inéditos y ediciones incompletas (solo vio en vida la edición parisina de 1813), plagios, reelaboraciones, incluso apropiaciones.

Pero también existe una lectura no tan negra, aun no positiva, pero al menos irónica (no totalmente vencida): se creía un vampiro o demonio como esos que pululan en Sierra Morena.

Ese libro ilusorio (traducción francesa de un original español) y laberíntico se caracteriza por sus narradores múltiples. Rasgo que lo colocaría del lado de los demócratas y revolucionarios franceses. Da la palabra al pueblo, como en la Asamblea Nacional.

No es seguro esto: también “Cumbres borrascosas” tiene narradores múltiples, ni hablar del “Decamerón” y “Cuentos de Canterbury”. Atribuir ideas democráticas a estas obras o a sus épocas no es muy recomendable.

El propio Potocki estuvo sobre todo de turista de la revolución en París con su primera esposa, su prima Julia Potocka, en 1790.

Así que he subrayado un par de episodios llamativos, sin sistema alguno.

“Después de la fruta, el agua podría hacerme daño”. Esto que decreta el criado López del capitán de las guardias valonas, Alfonso van Worden, me recuerda a mi infancia lambareña plagada de tabúes alimenticos, como aquella de no bañarse después de consumir sandías, o tomar agua sobre el mango.

Las mujeres de Potocki son celosas, codiciosas, pretenciosas, despilfarradoras, competitivas, sinuosas, bellas como Emina y su hermana Zibedea, y ni hablar de la “judía” rubia de ojos azules Rebeca.

Las hermanas criadas en un serrallo y que declaran nunca haber visto un hombre hasta la comparecencia del capitán Van Worden, son realmente interesantes, más allá de sus juegos sensuales y sus cinturones de castidad.

En un momento dado vemos que sus vidas enclaustradas son guiadas por la sapiencia de un libro (ya al inicio un soldado se salva del fusilamiento gracias a un libro):

“Aprovechamos el momento en que se hallaba abierto el armario prohibido y sustrajimos con presteza un librito que resultó ser Los amores de Majnún y de Layla, traducido del persa por Ben Omri. Esta obra divina, que pinta con encendidos trazos todas las delicias del amor, encendió nuestra fantasía. No podíamos comprenderlo bien porque no habíamos visto a seres de vuestro sexo, pero repetíamos sus expresiones, hablábamos el lenguaje de los enamorados, en fin, quisimos amarnos a su manera. Yo adopté el papel de Majnún, mi hermana el de Layla. Primero le declaré mi pasión colocando algunas flores de cierto modo, según un código misterioso muy utilizado en toda Asia. Luego hice hablar a mis miradas, me prosterné ante ella, besé la huella de sus pasos, suplicando a los céfiros que hicieran llegar hasta ella mis tiernos lamentos e inflamé su aliento con el fuego de mis suspiros”.

 

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