El filósofo César Zapata presenta la primera parte de su ensayo sobre los diferentes aspectos que tiene la práctica filosófica.
Filosofar es una condena.
No pude evitar una sonrisa de aprobación cuando el profesor José Brun, al intervenir en un curso de filosofía que hacíamos juntos, dijo ante el auditorio, algo así como: les aseguro que si en esta sala hubieran 20 profesores de filosofía, tendríamos 20 definiciones distintas de filosofía.
Por unos segundos aterrizaron en mi memoria las incontables veces en que me preguntaron qué estudiaba en la universidad. Estoy cursando filosofía, contestaba, algo fastidiado de antemano, porque seguro tenía que dar una explicación que no quería intentar, sobre todo si la persona que me interrogaba no estaba familiarizada con la academia. Lo curioso de todo esto es que en verdad me parecía inaudito que no pudiese ofrecer una explicación medianamente clara y no tan larga, respecto de aquello que ocupaba gran parte de mi vida.
La cosa empeoró cuando tuve que hacer clases, con el tiempo me di cuenta que existían, por lo menos dos caminos: uno era repetir sistemáticamente las definiciones de los grandes filósofos y en el mejor de los casos explicarlas y comentarlas con inspiración variable, mientras que el otro era tragarse los cinco años de carrera y regurgitar una coordenada lo más audible posible respecto de qué es filosofía a los oídos vírgenes.
Lo primero se me hizo muy complejo, difícil de explicar y de vender por monedas de atención a los estudiantes con motivación flotante, fue así como comencé a navegar en la ingravidez del intento casi fallido por ofrecer una suerte de concepto de filosofía, algo así como una digestión de todo el alimento recibido.
Pasó el tiempo, mucho tiempo y en noviembre del 2018 objetivé aquel intento fallido en un texto. Hoy, el 2022, apenas me atrevo a leer mi libro, pero vuelvo a él, porque este año preparo un seminario abreviado respecto del mismo tema: qué es filosofía, y quiero desarrollar tres ideas, sobre las cuales también escribiré un pequeño ensayo, estas son: La filosofía como transformadora de la realidad, una coincidencia disonante entre Karl Marx y Nishida Kitaró. La intención moral del tábano y el topo, o el pathos de cercanía entre Sócrates y Nietzsche. Y por último: movimiento y absoluto. La tensión aparente entre Deleuze y Meillassoux.
No expondré a mis eventuales participantes del seminario, el desarrollo de una definición de filosofía como una condena existencial o connaturalidad, concepto al cual dediqué muchas neuronas de escritura y otras tantas de pedagogía en aula, pues bien aquí cumplo con el rito de hacer un funeral provisorio y de explicar y repetir en una suerte de auto plagio abreviado, qué carajo significa eso de la filosofía como una condena.
La belleza del acto filosofante.
Muchos manuales explican que la columna vertebral de la filosofía se constituye en la acción de preguntar, pero esto no es exacto, pues el filosofar ocurre como una exigencia previa a la pregunta. El asombro es el suelo donde detona la pregunta, el asombro lo embaraza a usted de una pregunta con vistas a parir una respuesta, Aristóteles lo sabía. Pero, cuál es la condición de posibilidad para que se produzca el asombro en el ser humano.
El asombro es posible porque cada quien dialoga con aquello que le toca vivir. El individuo, el sí mismo que cada uno es, se desenvuelve en el escenario primordial de la vida y en ese desenvolverse, en aquel caminar por la vida deposita experiencias que van transformándola en su vida, su propia vida.
¿Qué es nuestra propia vida? Son nuestros asuntos, nuestras personas queridas y odiadas, nuestros impulsos, pensamientos, corporalidades, asuntos, culpas, logros y otro montón de etcéteras, dicho de otra forma, nuestra propia vida es la cantidad cualitativamente dinámica entre lo que nos va ocurriendo y lo que intentamos generar.
Para que exista el asombro se debe dibujar una zona de diálogo entre el individuo y la vida que le toca vivir (esto lo sabían muy bien los españoles del siglo pasado) y en ese diálogo es donde florece el filosofar. El filosofar ocurre incrustado en una conversación primordial, primigenia entre el individuo y la vida, entre el individuo y su vida. Y todo esto con una especie de conato de constante generación y movimiento, así es pues, sabemos que en la vida todo puede suceder.
Conclusión: el suelo del filosofar tiene distintas capas, una de ellas es la pregunta, la cual se encuentra posibilitada, empujada, proyectada por el asombro, el que es posible desde una conversación, que se hace consciente en la relación preguntas y repuestas del individuo con la vida que le toca vivir. Mientras estemos vivos seremos constantemente condenados a filosofar, pues aunque lo evitemos, nuestro diálogo con la vida necesita preguntas y respuestas, esto sucede con la fluidez de la música.
No puedo, no terminar con un ejemplo, una caída a la realidad, que siempre consideré demasiado rosa, pero que me sirvió para mostrar como el filosofar florece en la cotidianidad del individuo.
Una persona cualquiera, por primera vez se deslumbra mirando a otro ser de su especie, su corazón vibra lleno de un entusiasmo hasta entonces no experimentado, sus ojos reclaman la imagen de ese otro que le resulta atractivo, sus oídos quieren escuchar sólo su voz, toda su corporalidad pensante ingresa en un código de abducción y seducción. Un observador con más experiencia resuelve el misterio diciendo que dicha persona es presa del amor, es una “enamorada”, todos le creen y el rótulo queda perfecto, entendible, universal.
Ahora bien el enamorado, casi con toda probabilidad, no se preguntará de manera racional qué es ese sentimiento que experimenta, la conversación con la vida no sucede así, el enamorado se constituirá en dialogo con la vida a través de una serie de corporalidades; el estómago, la sangre, el corazón, los músculos, todo su organismo comenzará a gestar la pregunta que se expresará después del instante, de una infinidad de instantes, en formato lingüístico. Para esta persona la pregunta ¿Qué es el amor? no necesita pronunciarse o escribirse, simplemente se siente en la tensión del diálogo con su vida. Pasarán muchos años para que se cuestione racionalmente respecto del amor, o lo que aprehendió como amor. Todo es posterior a su corporalidad pregunta, a su filosofar nato, connatural, su condena, la condena del ser humano como ser filosofante.