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domingo, noviembre 24, 2024

Fregonese, cineasta stirneriano

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Paranaländer atrapa a un discépolo argentino del filósofo ego anarquista alemán Max Stirner (alias de Johann Kaspar Schmidt 1806-1856): se trata del cineasta Hugo Fregonese.

 

“Mi única causa soy yo”, declara en la cárcel -en el minuto 46 de la peli “Apenas un delincuente” (1949)- el joven de 29 años José Morán. Esto ocurre cuando le hablan (uno de los propios anarquistas o criminales que pasan por tales para engañar al ingenuo defraudador Morán quizás) que los anarquistas presos se pavonean porque la causa de su lucha (“les gusta jugar con bombas”) es superior a la de los delincuentes comunes. Más adelante, aportando ambigüedad al relato, estos supuestos anarquistas presos serán considerados por la policía como criminales comunes.

La peli del mendocino  Hugo Fregonese (1908-1987) es en blanco y negro, pero es muy diurna para compararla con pertinencia con la de Jules Dassin “The naked city” (1948), pero tiene un inicio parecido: voz en off con tomas aéreas de la gran ciudad que devora o aprisiona a sus habitantes.

Es escalofriante y de primer mundo en su asepsia y seguridad la cárcel peronista (o pre-peronista según la advertencia inicial. Se trata de la Penitenciaria de la calle Las Heras de Bayres al parecer, hoy demolida, y en su sitio está la plaza de Las Heras) en su decurso de humanización (más yankee que kurepa parece) en donde recala Morán, el ego anarquista que defraudó medio millón de pesos a su empresa Agro Americana.

Lo interesante en el, digamoslo provisionalmente, juego ideológico es que los falsos anarquistas al final quieren robarle al pobre ego anarquista! Juaz

José Moran es despojado de su nombre a cambio de una cifra, el 618.

El ego anarquista al final no es un auténtico amoral. Su debilidad, compasión por la sitú familiar,  sempiternamente endeudada, le lleva a descubrir al bro el lugar donde ha escondido su botín.

En un flashback dentro del gran flashback que es la peli, el hermano de Morán rememora que el niño José concebía la felicidad (una vuelta más en la calesita rural) como un objeto que debía tomarse por asalto.

La película me agarra definitivamente de las vísceras cuando, en el minuto 57, la noche tranquila de la cárcel es invadida con los versos de Manú: “India, bella mezcla de diosa y pantera…” Jacinto Herrero,actor paraguayo de larga trayectoria en el cine argento, es uno de los presos. Quizá esa sea la excusa para la epifanía de la canción de Flores. Quizá la canta gua’u el propio Herrera, no sé … .no queda claro.

Es un filme más carcelario que noir (no hay culpa, femme fatal, nocturnidad altoniana).

Me gusta el uso (irónico, contra la ilustración) de la imprenta (de la cárcel) como el punto o locus desde donde se realiza la evasión.

En vez de poner como background sonoro la sirena de la prisión, Fregonese debió colocar el Himno a la alegria de Beethoven o, quizá incluso, más radical, el himno peronista, como énfasis de la felicidad al recuperar la libertad, la de dejar atrás la saneada cárcel peronista (aunque se nos advierte que es una cárcel pre-peronista al inicio contradictoriamente).

Según los estudiosos, esta mezcla de presos comunes y políticos no se ajusta de todos modos a la realidad de 1949. Los presos políticos de Perón tenían reservadas prisiones especiales.        Que además había borrado en ese año de 1949  el humillante traje a rayas que usaban los reclusos -que aún se puede ver aquí.

La sesión de tortura del ego anarquista por parte de los “anarquistas”, para que indique el escondite del botín, es un momento culmen, sádico, irónico again, del filme.

Toda la peli es un largo flashback periodístico o, mejor, la narración de una crónica roja. El final recuerda un poco a la peli (posterior) “Touchez pas au grisbi” (1954, “No toques mi guita”, de Jacques Becker): todo el objeto de los afanes humanos es consumido por el fuego que eclosiona del coche que se incendia al volcarse en un barranco durante la persecución (muy yanki) inicial-final.

“Esta historia sucedió hace algunos años, cuando las condiciones en las cárceles eran diferentes a las de hoy…”, se nos advierte al inicio, supongo para obtener el nihil obstat de la censura de la época.

Se puede asistir aquí el filme stirneriano de Fregonese:

Apenas un Delincuente (1949) de Hugo Fregonese.

Un apunte final es el touch (aún) de criminología positivista en la declaración final del policía, “no, no era un criminal, era apenas un delincuente”.

La impronta stirneriana, el ego anarquismo del anti héroe Morán, es resaltable que justo quede perfilado  de esta manera tan contundente y diríamos casi cínica en una era en que el afán colectivista, la oleada popular, se encaminaba a tomar la posta de las políticas públicas.

Es una de las mejores fotografías en blanco y negro del cine argento junto a “Los tallos amargos” (1956, Fernando Ayala) del chileno Ricardo Younis, alumno de Toland. Dos pelis perdidas, exhumadas y restauradas, por cierto, con patrocinio yanki (Film Noir Foundation).

Resumiendo, se me quedan, o así lo prefiero yo tal vez, dos ambigüedades: 1) los criminales son y no son anarquistas y 2) la cárcel es y no es una cárcel humanizada peronista.

Sin entrar en honduras, recordemos que Stirner perpetra la refutación del famoso apotegma proudhoniano: “la propiedad  es un robo”. Stirner, como buen joven hegeliano, toma propiedad en sentido de lo que es propio del sujeto, del yo, eso que forma parte de su esencia.

Hoy día, un stirneriano conspicuo argentino es Fabián Ludueña. Con seguridad, lo fue, en los 40, Fregonese. Antes de él, como pionero, podemos mencionar a Barón Biza (más en la línea perverso-sádica del buñueliano “La vida criminal de Archibaldo de la Cruz” (1955), que sueña poéticamente que mata) y, más atrás, un colaborador de la revista progresista de los 20 ,“Nosotros”: el profesor Mariano Antonio Barrenechea (sus fuentes eran Basch, Lévy, Zoccoli).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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