Fue la encuesta que nutrió las esperanzas de la Concertación y sirvió para descalificar a las encuestadoras locales, con sus predicciones de “elecciones reñidas”, “empate técnico”, incluso “de ajustada victoria” para Efraín.
Aunque ignorada por todos los medios de prensa, tuvo su momento de popularidad en la red social Twitter, el paraíso del microclima y las confusiones endémicas sobre la realidad política.
Sus gráficos de empates apócrifos eran compartidos como las buenas nuevas de un posible triunfo opositor. Los hurreros diplomados de la Concertación deploraban las encuestas locales, afirmando que una dudosa encuesta digital era más confiable que diferentes estudios realizados de manera presencial en hogares.
Se trató de una muestra cabal de pensamiento mágico en su más elevada expresión: no el irracionalismo ingenuo del supersticioso, sino aquel que utiliza el ropaje de la ciencia para delirar de manera sofisticada sobre la realidad, un oficio en el que se han venido especializando nuestros referentes de la cultural local.
Recordemos que Atlas Intel fue la única consultora que vaticinó un escenario de polarización que nunca existió fuera de la imaginación de nuestros agudos analistas políticos. Ya la redacción de El Trueno había expuesto con contundencia el historial de fallas de dicha encuestadora, luego de que se hiciera pública su primera “medición”.
Los resultados electorales, con la victoria de Peña, la más amplia de la democracia luego de 1992, arrojaron una realidad que dejó al descubierto la enorme precariedad de una encuesta que intentó ser el arma propagandística de una polarización imaginaria.
Los miembros de la Concertación cayeron en el engaño de Atlas, que aseguraba haber utilizado en su encuesta una metodología especial, con recolección de datos online. Compraron un monorriel trucho y montaron sus esperanzas sobre él, como el pueblo de Springfield en el ya clásico capítulo de los Simpsons. Una situación tragicómica.