Paranaländer cuenta que “La bromista” (1886) es su cuento favorito del más grande cuentista ruso Anton Chejov (1860-1904).
Mi ejemplar que contiene “La bromita”, el mejor cuento de Chejov a mi modesto entender, es “Flores tardías y otros cuentos”, Anton Paulovitsch Chéjov (1860-1904), Madrid, España : Espasa-Calpe, 1975, 156 p., traducción del ruso, Victor Andresco.
Lo leí antes, como cuento suelto, probablemente en alguna revista, de los años 80, quizá en Revista de libros.
Tiene apenas 2 páginas y media, está fechado en 1886, es decir, cuando el autor tenía 26 años.
Y solo 2 personajes (la víctima de la broma, Nadia o Nádienka Pietróvna, y el bromista innominado que es el mismísimo narrador), un trineo y el viento invernal ruso.
El narrador, cada vez que bajan de una montaña vertiginosamente en un trineo rojo, le susurra a la joven, en medio del furor del viento helado, y de su terror ante el descendimiento, “¡Te amo, Nadia!”.
Es un relato en retrospectiva, Nadia para entonces ya está casada y con tres hijos, y seguro su marido no acostumbra a susurrarle ninguna frase parecida.
En un sentido, el personaje principal es el viento. Intermediario del seductor cruel.
O el trineo como objeto de diversión durante el invierno ruso decimonónico.
Este juego entre el viento y el trineo dura durante todo un invierno.
A la primavera el don Juan bromista e indeciso se muda a San Petersburgo para siempre.
Asegura como buen guasón engreído este galán trickster que es el recuerdo más feliz de la vida Nadia.
¿Qué es lo sublime en esta historia para mí?
Que el enigma nunca se devele, que nunca ella pueda cerciorarse realmente si es el viento – es decir, su anhelo subjetivo- o el hombre quien le declara su amor una y otra vez.
¿Qué es la vida sino un enigma irresoluble?
¿Una eterna promesa incumplida?
Ella se emborracha y se droga como si de vino o morfina se tratara esa frase a lomos del viento.
La vida no es más que un viento juguetón y bromista, viento-trickster, seductor cínico, que nos gasta bromitas en el oído afanoso y paranoico de soledad y angustia.
El narrador ni siquiera puede recordar por qué bromeaba, como dios que seguro no recuerda por qué desencadenó la broma mayor llamada vida.
“No importa de qué recipiente se bebe con tal de emborracharse”.
Esto nos lleva a un terreno casi asexual donde campea la figura del viento como amante que representa a la naturaleza toda.
También llama la atención que lo más anhelado -recibir una declaración de amor- acontezca y emerja en medio del mayor miedo.
El inicio es de una maestría y concisión apabullantes:
“En un calo mediodía de invierno…El frío es intenso, cruje el hielo y a Nadienka, que va agarrada a mi brazo, se le cubren de escarcha plateada los bucles en las sienes y el vello sobre el labio superior. Estamos parados en una alta montaña. Desde nuestros pies hasta la tierra llana se extiende una pendiente lisa, en la que el sol se mira como en un espejo. Junto a nosotros hay un pequeño trineo, forrado de paño rojo brillante”.
Sí, es Chejov quintaesenciado: humor dandy en la superficie y tristeza invencible en el fondo.