La rutina nos señala un camino seguro y nos protege, pero también nos agobia con su constante repetición.. Por: César Zapata
Tantos años me ha estado rondando el mismo tema desde distintas perspectivas, a veces oscuro como el interior de una caverna, otras radiante como una tarde de verano, y con todos los matices posibles en medio.
He escuchado, leído e imaginado muchas interpretaciones. Incluso hace algunos años, tuve la impresión de haber encontrado un fundamento relativamente sólido para comprender la propuesta del eterno retorno de lo mismo en la filosofía de Nietzsche.
Imaginé una suerte de hermenéutica del círculo: una lectura que pretende visualizar el eterno retorno de lo mismo como un ejercicio de imaginación que se centra directamente en la existencia individual. Su objetivo es resignificar el tiempo desde el presente, desanclándolo de un pasado minado de culpas y arrepentimientos inconducentes, impuestos culturalmente por lo peor de las religiones absolutistas. Al mismo tiempo, busca desanclar la hegemonía del futuro instalada culturalmente por el optimista progreso capitalista.
En otras palabras, vivir nuestra vida liberados del asedio del pasado y el futuro, un proceso más ambicioso que el carpe diem del poeta Horacio, ya que además de invitarnos a vivir el presente, pretende redimir al pasado y al futuro en términos de Friedrich: sanar la cultura. Y, bueno, tendría que ser el Übermensch el encargado de instalarlo en la cultura[1].
El retorno de lo mismo.
Pero aquí quiero hablar de otra interpretación, una que prácticamente es imposible de vincular con Nietzsche, o al menos de una manera muy indirecta, pero que en la práctica se objetiva como una forma de retorno que tiene lo mismo.
A medida que caminamos por el mundo, vivimos constantemente los regresos en nuestro entorno, desde el regreso que tiene lugar en la naturaleza: el día y la noche, las estaciones del año, hasta el regreso que queda registrado en nuestros calendarios: las horas, los días de la semana, los meses, los años, los siglos, los milenios.
El tiempo cíclico está claramente presente en la temporalidad humana, y esto es manifiesto. No obstante, los invito a desplazarse desde el tiempo cíclico hacia «lo mismo» del eterno retorno de lo idéntico y considerar que no se trata únicamente de que el tiempo se repita en ciclos, sino, sobre todo, de cómo el sujeto vive la repetición, cómo la asume en su existencia..
Pues bien, digamos de entrada que la mayoría de los seres humanos le tienen horror a la repetición, a lo mismo. No obstante, nuestra vida social se organiza mediante la repetición, a la cual llamamos rutinas. La rutina nos señala un camino seguro y nos protege, pero también nos agobia con su constante repetición. Nos trae la horrible impresión de que en nuestra vida no nos pasa nada.
Repetición y novedad.
Lo ideal para la mayoría de los humanos es que dentro de la rutina siempre exista una novedad. Pero, ¿acaso no es así la vida? Tal vez, repetición y novedad sean los zapatos por donde camina nuestra temporalidad. Cuando uno de ellos falta, simplemente colapsamos. En la práctica, hay etapas donde alguno de los dos se acentúa y nos abruma. No soportamos la repetición, pero tampoco la continua novedad. Si todo cambia con una velocidad acelerada, tenemos la impresión de que no sabemos a qué atenernos y comienza a acecharnos la desprotección.
Cuando se acentúa la repetición, sucede que comenzamos a beber del espeso mar de lo mismo. Todo se reitera y de pronto, nuestra vida pierde dramáticamente su brillo.
Recapitulemos con el fin de clarificar algunas coordenadas antes de exponer una interpretación un tanto libre del eterno retorno de lo mismo.
Los humanos vivimos el tiempo asumiendo que existe un pasado, un presente y un futuro. Y si bien podemos sacar bajo la manga la vieja carta ganadora de la posmodernidad y decir que esa manera de asumir el tiempo es una construcción cultural, nos encontramos cotidianamente con una evidencia abrumadora. Aunque en ocasiones nuestra experiencia individual sufra alguna distorsión, frases cotidianas como «qué rápido que pasó el tiempo» o «el tiempo no pasa nunca» registran estos quiebres[2]. Sin embargo, la insistencia implacable del pasado, presente y futuro se escenifica como incuestionable.
Ahora bien, les propongo resignificar el tiempo desde la siguiente perspectiva: repetición y novedad. Bajo estas marcaciones, pasado, presente y futuro quedan, por así decirlo, cubiertos por el manto del devenir. Esto quiere decir que se hace visible el pasar, el pasar del tiempo, manifestándose como lo mismo y como lo novedoso.
Los invito a pensar e imaginar por unos instantes que no existe el pasado ni el futuro y, por consiguiente, tampoco el presente, dado que este solo puede ser entendido desde el pasado y el futuro. El presente no es lo que ya pasó y tampoco es aquello que aún no sucede. Imagine que todo se va repitiendo, cada instante vuelve a aparecer como repetición del otro. No hay pasado, sino solo identidad en la continua marcha de los instantes. Tampoco hay futuro, pues todos los instantes son los mismos. Lo único que rompe el conjuro es la novedad, cuando acontece algo distinto en el lomo de un instante, se rompe la repetición y emerge la novedad.
Fabriquemos imaginariamente un reloj sin segundos, minutos u horas. Un reloj que marque únicamente repetición y novedad.
Es aquí donde vamos a desarrollar la segunda parte de este escrito para anclar una lectura libre de los regresos de lo mismo.
Referencias
[1] En el Trueno se pueden leer los ensayos que escribí sobre el tema: https://eltrueno.com.py/2021/04/04/el-eterno-retorno-de-lo-mismo-en-el-pensamiento-de-nietzsche/
https://eltrueno.com.py/2021/04/11/el-filosofar-moral-del-eterno-retorno-de-lo-mismo-segunda-parte/
[2] Humberto Giannini, ha realizado una investigación muy interesante sobre el tiempo, que para mí ha sido una constante referencia. Esta se puede leer especialmente en su obra La reflexión cotidiana. Editorial Universitaria. Santiago de Chile 1987.