Hugo Bernardino Saguier Caballero lo fue todo en su vida. Habitó en todas las carpas: stronista, rodriguista, wasmosista, (hasta) luguista y, por último, abdista. Su ascenso sólo conoció un paréntesis, involuntario, por cierto, durante el argañismo, del que no salió por fuerzas propias, sino que fue echado por los familiares del último caudillo colorado tras su trágico deceso.
El hoy defenestrado “diplomático de carrera” ingresó a la Cancillería a finales de la década de 1960. Bisnieto del general Bernardino Caballero e hijo de un alto funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores, “Pitufo” siempre se jactó de haber “nacido con pasaporte diplomático”.
Tras la caída de la dictadura, a la que sirvió con fidelidad escrupulosa, fue nombrado por Andrés Rodríguez subsecretario de Relaciones Exteriores del canciller Luis María Argaña.
Quienes recuerdan su paso por el Palacio Godoi, cuentan que ingresaba a su oficina escoltado por un guardia con metralleta. Subía al ascensor y se dirigía con paso presuroso a su oficina. Allí, junto con el otro stronista reciclado Eladio “Llollo” Loizaga, se dedicó afanosamente a conspirar contra su jefe, hasta lograr su caída a mediados de 1990.
Su tenaz antiargañismo le valió ubicarse en puestos de privilegio durante la era wasmosista, hasta llegar a ministro de Integración, primero, y embajador ante las Naciones Unidas, después. Pero en 1999 la suerte no se pondría de su lado. El asesinato del vicepresidente y el acceso de la familia de este al poder acabó con el aura de “Pitufo”, que fue defenestrado de la embajada en Nueva York.
Los “contactos”, sin embargo, lo ayudaron en momentos de desgracia. Había sido embajador en Chile cuando José Miguel Insulza era canciller de Eduardo Frei. Esa vinculación le permitió que Insulza, devenido secretario general de la OEA, lo nombrara representante del organismo interamericano en Ecuador.
Desesperado por volver al servicio exterior activo, “Pitufo” movió cielo y tierra para acceder a Fernando Lugo cuando éste se desempeñaba como presidente de la República. Lo logró con relativa facilidad. Llegado al Palacio de López, cual encantador de serpientes, convenció al entonces mandatario de que era un astro de las relaciones internacionales.
Sin saberlo, el ex obispo le pasó la mano a quien rápidamente lo traicionaría poco tiempo después sin mayor resquemor, y con el mismo objetivo de siempre: que los gobiernos pasaran mientras él seguía libando por siempre las mieles del poder.
Lugo lo nombró embajador ante la OEA. A mediados de 2012 se precipitó el juicio político contra el mandatario. Rápidamente giró de postura “Pitufo” y, antes que defender al gobierno del presidente que generosamente lo devolvió a la carrera diplomática, utilizó su curul ante la OEA para denostar contra el mandatario caído y alinearse estratégicamente del lado de los nuevos amos del poder.
Así, conspiración tras conspiración tras conspiración, “Pitufo” logró conservar cargos en la Cancillería a pesar de haber superado ampliamente la edad de la jubilación. Con sus 73 años, y bajo el actual gobierno, logró alzarse con el cargo de vicecanciller, primero, y embajador en Brasilia, después.
Saguier siempre soñó con culminar su controvertida carrera diplomática como ministro de Relaciones Exteriores. La suerte, sin embargo, no lo acompañó. Cuando estaba por escalar el último peldaño, el pueblo le estiró la alfombra y el hábil y sinuoso diplomático no pudo evitar caer de bruces al piso. Quizás, al llano. Esta vez, el golpe fue fatal.
Difícilmente pueda sobrellevar este abatimiento que todos creen definitivo. Aunque nunca se sabe. Como las serpientes, “Pitufo” siempre sabe cambiar de piel. Tal vez el destino le depare una nueva resurrección. Todo es posible en esta isla rodeada de tierra donde la memoria es tan frágil como el frío invernal.