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sábado, noviembre 23, 2024

Más allá de los relatos del complot

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Ante la estallido de crisis sociales y masivas movilizaciones en nuestro continente, la OEA ha ensayado una línea de explicación de los hechos a partir de la hipótesis de una gran conspiración, supuestamente obra de «dictaduras latinoamericanas», en indirecta alusión a Venezuela, Cuba o Nicaragua.

Esta lectura utiliza los rasgos dictatoriales de dichos países para clausurar el debate sobre las verdaderas razones de las protestas. Las teorías del complot ofician de chivos expiatorios para no discutir a fondo la recesión económica, el carácter político de las medidas de ajuste o la persistencia déficits sociales que afectan a vastos sectores de la población.

Además de todo esto, dichas afirmaciones desnudan un completo desconocimiento de lo que vuelve eficaz a un gran movimiento social de contestación: su arraigo en amplias capas de la población. 

No se trata de negar la existencia de injerencias externas, ni siquiera de decir que las conspiraciones internacionales son simples fantasías. Lo que sí debe decirse es que, salvo contadas excepciones, las mismas son insuficientes para explicar estremecimientos sociales de grandes amplitudes.

En todo caso, las injerencias externas deben conectar con un gran malestar de orden doméstico. Admitir esto conlleva como conclusión lógica que ninguna crisis puede ser motivada únicamente por factores externos. 

Las grandes movilizaciones de Chile y Ecuador fueron desencadenas por medidas puntuales de sus respectivos gobiernos. Fueron producto del mal cálculo de sus élites gobernantes, resultado de la impericia de las mismas para medir correctamente la temperatura social.

A ello siguió, en consecuencia, la explosión de un descontento cuya expresión no tuvo nada que ver la clásica imagen de la toma del palacio de invierno. Por el contrario, fue una irrupción de focos plurales contestación, no unificados por la dirección de ninguna vanguardia política, sino a partir de acciones directas de parte sectores sociales diversos y heterogéneos: indígenas, estudiantes, transportistas, etc.

Las declaraciones del presidente Piñera son en sí misma una verificación de nuestro planteo. El carácter masivo de las protestas hizo que abandonara su primer discurso -de una supuesta guerra contra un peligroso «enemigo»- para pasar a reconocer su incompetencia política en el tratamiento de las diferentes demandas sociales del país que gobierna.

En este sentido, las élites políticas de nuestro país, si tienen como objetivo evitar convulsiones sociales, deberían comenzar a estudiar seriamente los procesos en curso en la región, evaluando sus razones efectivas y realizando los balances correspondientes. Esto será posible si pasamos del relato fantástico de invasiones alienígenas a una perspectiva seria de Estado, políticas públicas y discusión franca de nuestros modos de inserción en el mundo global.

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