El escritor argentino Derian Passaglia continúa su narración diaria sobre tópicos del bosque, esta vez adentrándose en los rasgos antropomórficos que tienen los animales de Disney.
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El bosque por antonomasia es el de los dibujitos de la infancia. Ahí los animales son graciosos, simpáticos, tontos, entrañables; animales que educaron a generaciones enteras. Para uno de mis primeros años mi papá fabricó una piñata de Mickey con un globo enorme y papel glasé. La leche la tomaba en la taza del Coyote. Milton tenía la del Demonio de Tazmania. La taza del Coyote me encantaba, tenía un largo hocico de goma terminado en el punto negro de la nariz, ojos abiertos y desorbitados que expresaban una desorientación perpetua, obligado a perseguir al Correcaminos de por vida sin suerte.
Los que tenían plata, por aquella época, podían darse el lujo de viajar a Estados Unidos y recorrer el fantástico mundo de Disney World. Yo no conocía a nadie personalmente que hubiera viajado, más tarde me enteré que era un destino común para quinceañeras. Por aquellos años, también, había una publicidad en Videomatch que invitaba a las niñas a festejar su cumple a lo grande, mientras pasaba una montaña rusa a todo lo que da en las imágenes, pelos revueltos, sonrisas, agua que caía de una especie de cueva por la que salía sorprendentemente un trencito que avanzaba sobre unos rieles como de juguete… Una realidad que solo podía experimentar por televisión, el minuto que duraba la tanda comercial.
Mi Disney personal fue el gusano loco del Parque Independencia. Vivíamos a cinco cuadras del parque y era la salida de los fines de semana. En ese parque de juegos, que hoy ya no existe, festejé mis cinco años con compañeritos del jardín. Los autitos chocadores, la vuelta al mundo, el mambo que por algún tiempo fue la novedad y la atracción absoluta del parque, el tren fantasma y una nave espacial que te transportaba a los confines del universo. Esos eran mis favoritos. El gusano loco era otra cosa, empezando porque la compañía de un mayor era obligatoria si tenías cinco años. Después estaba su sonrisa desencajada, una nariz redonda y roja, y los ojos grandes y abiertos como si el gusano estuviera pasado de rosca, girando sin parar en círculos sobre sí mismo hasta desintegrarse en el aire. Las noticias que encuentro ahora, en una búsqueda rápida, hablan de trágicos descarrilamientos, de desprendimientos de tazas de la vuelta al mundo, heridos y muertes.
Los animales de Disney alcanzaron una humanización sin precedentes en la historia, como dignos sucesores de un Esopo industrial. En Bambi, por ejemplo, estos animales humanizados están unidos profundamente al bosque como si fueran personajes que hablan por él, las manos que mueven los hilos de la marioneta del bosque. Cada animal tiene su personalidad. El Búho es el que más me gusta. Es un viejo gruñón que odia la primavera porque advierte los cambios que se producen en el cuerpo y en el aire. Como un abuelo sabio, el Búho es el encargado de mostrarle un camino a Bambi y sus amigos, y de lanzar una sentencia que hace avanzar la trama: la primavera produce cambios en los personajes, ya lo verán dice el Búho, hasta el punto de hacerles perder la cabeza. Bambi y sus amigos ríen, y se van contentos a caminar por el bosque. Para ese momento, la madre de Bambi ya había sido asesinada y al joven ciervo no le quedaba nada en el mundo más que conocerlo por sí mismo.
El bosque se presenta como una vecindad donde los animales conviven en plena y saludable armonía. El conejo Tambor es un niño temible, las ardillas unas viejas chusmas, el topo un oficinista que va apurado bajo la tierra, le falta el maletín, la corbata e insultar a Bambi por meterse en su camino. Los pajaritos, saltando de rama en rama, completan la escena con una sinfonía musical. La vida en el bosque de Bambi es el sueño de cualquier sociedad civilizada, un bosque sin guerras, sin enfrentamientos, donde cada integrante forma parte del bien común en el todo. Es el punto de vista de la naturaleza vista desde ojos humanos.
No se nace sabiendo, Bambi aprende a convivir en esa sociedad con la ayuda de su madre, principalmente, pero también con el apoyo de Tambor, de Flor (un zorrino), Faline (una hermosa cierva), El Gran Príncipe del Bosque (un ciervo hermoso y elegante) y el Búho. Cada uno representará una etapa en la evolución de la vida de Bambi. Si de la madre aprenderá el nombre de las cosas, con Fauline descubrirá el amor y la valentía; de El Gran Príncipe del Bosque conocerá los peligros que esconde el paraíso aparente en la Tierra que es el bosque. Los ojos de Bambi son los ojos de un narrador que ve el mundo por primera vez, y en ese simple hecho lo que se observa aparece modificado por la mirada. Los árboles, el aire que sacude las ramas, las flores y raíces emergiendo de la tierra, el pasto verdísimo, el cielo celeste de un celeste cristalino que invita a no bajar la cabeza, a mirar ese cielo hasta pulverizarse los ojos. Todo es nuevo y hermoso y brillante.
Bambi es un relato de aprendizaje en el que el personaje principal debe atravesar una serie de obstáculos para obtener un conocimiento que antes no tenía. Bambi nace, crece, aprende, experimenta la muerte, el amor, se hace grande, se vuelve independiente. Para alcanzar a ver el nacimiento de su hijo desde la punta de una colina tuvo que atravesar un montón de amenazas. El primero es la lluvia, que obliga a los animales a buscar refugio. La lluvia cae acompañada de una canción (lluvia de abril, coro sutil, entonan las voces) mientras Bambi, un cervatillo asustado, busca hundirse bajo el vientre de la madre para no ver los terribles refucilos.
El tono de las amenazas, desde ese momento, arranca una empinada imparable. Después de la lluvia sale el sol, y con el sol la necesidad de explorar otras zonas del bosque. Aparece entonces la pradera (estamos indefensos, no hay árboles que nos oculten, avisa la madre), que es el lugar donde Bambi aprende a socializar. La pradera, como el gran escenario de socialización, también supone peligro. Es cuando conocemos a El Gran Príncipe del Bosque, al que todos respetan por su experiencia y sabiduría. Águilas en el cielo anuncian la llegada de cazadores y el Príncipe del Bosque es el encargado de alertar a la manada.
Quizá la amenaza real, determinante para Bambi y su madre, pero también para el conjunto de la sociedad de animales en el bosque, sea el invierno. La comida escasea, no hay mucho para hacer más que ver pasar el tiempo, sentir la lentitud con la que desaparecen los días, añorar las buenas épocas y tratar de sobrevivir como se pueda. Como si el frío y la nieve no fueran lo suficientemente crueles para la vida de los animales, el invierno trae una plaga imposible de combatir: cazadores y perros amaestrados.
En este punto las amenazas alcanzan el máximo esplendor. La tensión que fue elevándose poco a poco de repente irrumpe. Bambi y su madre, en un hueco que ha dejado la nieve, sobre un fondo blanco de niebla, buscan comida. La madre levanta el cuello y para las orejas finas y hermosas. Algo parece que escuchó, sus ojos están alertas. Bambi sigue escarbando como si nada, todavía le falta experiencia como para reconocer el peligro en las sombras. La música cambia, se vuelve dramática en un instrumento de cuerda (¿un contrabajo, un violonchelo?).
-Bambi, pronto, al bosque -le dice la madre a su hijo.
Bambi y su madre corren en busca de refugio cuando suenan los primeros disparos.
-Corre, corre más, más rápido, sigue -dice la madre.
Bambi corre, corre más, más rápido. Atraviesan aguas congeladas de un lago. La música es cada vez más tétrica, oscura como el blanco difuminado en el que se convierte la nieve. Se escucha otro disparo. Bambi no se da vuelta y sigue corriendo solo hacia el bosque, aparece entre los árboles. La madre ya no grita. Bambi alcanza el refugio, está a salvo.
-Llegamos -dice, aliviado-, ya no hay peligro.
Pero le habla a la nada.
-¿Ma? ¿Mami? -dice Bambi.
Afuera empieza a nevar. La madre no está.
-¿Mami? -grita más fuerte Bambi.
Está solo en la noche oscura del bosque buscando a su madre. El coro de voces refuerza el desconcierto.
-Mamita, ¿dónde estás? -pregunta Bambi con todas sus fuerzas.
Vaga por el bosque sin destino. La nieve cae implacable desoyendo el grito desgarrado de Bambi. De repente Bambi se asusta. Es El Príncipe del Bosque.
-Tu madre no podrá venir más. Los hombres se la han llevado -le dice.
En el bosque, por primera vez, no hay sonidos. Una lágrima cae por el ojo derecho de Bambi, que cierra los ojos y lleva el hocico al suelo.
-Debes ser valiente y aprender a andar solito -dice El Príncipe del Bosque.
Aunque uno no haya visto la película, la muerte de la madre de Bambi es un tópico conocido. Todos sabemos que la madre de Bambi, en algún momento, va a morir. Pero a pesar de este conocimiento la escena produce un impacto del que es imposible permanecer indiferente, y la emoción llega como si se desconociera ese hecho de la trama, como si la muerte de la madre de Bambi no fuera un símbolo de la cultura y estuviera viendo la película por primera vez, con inocencia. Pocas escenas logran causar un impacto emocional tan grande. ¿En qué radica esa eficacia?
El bosque, como se intuía en Caperucita y se confirma en El proyecto Blair Witch, es un personaje, donde el lobo -o la bruja, el antagonista, el mal- es el hombre.