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domingo, mayo 5, 2024

Sobre Arqueología del saber de Foucault

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Martín Duarte prosigue con sus contribuciones sobre la obra de Michel Foucault. En esta oportunidad, se refiere a Arqueología del saber, un libro en donde el francés formaliza su metodología de trabajo.

En su libro Arqueología del saber (1969), Michel Foucault (1926-1984) realiza una de las primeras sistematizaciones de su «metodología» de trabajo, formalizando, en cierta medida, los planteos de su trabajo anterior Las palabras y las cosas (1966).

Pone en práctica un tipo de procedimiento que tiene por objetivo introducir el tema de la discontinuidad, el umbral, el límite y las transformaciones en el orden de los grandes discursos, agrupados bajo las llamadas «historia de la ciencia», «historia de las ideas», de los pensamientos, etc.

Se trata, para este pensador francés, de “percibir la singularidad de los sucesos, fuera de toda finalidad monótona […] captar su retorno, pero en absoluto para trazar la curva lenta de una evolución, sino para reencontrar las diferentes escenas en las que han jugado diferentes papeles; definir incluso el punto de su ausencia, el momento en el que no han tenido lugar”.

Para comprender mejor el proyecto arqueológico de Foucault es necesario observar con atención el lugar que ocupan los documentos en la construcción de las formaciones discursivas.

En primer lugar, se afirma que el documento debe ser abordado de un modo distinto al realizado por la historia tradicional. Se trata de rever su valor: “la historia ha cambiado de posición respecto del documento: se atribuye como tarea primordial, no el interpretarlo, ni tampoco determinar si es veraz y cuál sea su valor expresivo, sino trabajarlo desde el interior y elaborarlo”, se lee en Arqueología del saber. Ya no se trata, entonces, de descubrir un sentido oculto, sino de acoger el documento en su efectiva realización y circulación, describirlo en su materialidad intrínseca.

Es tarea de la arqueología poner en suspenso las grandes unidades con las cuales la historia ha narrado siempre lo continuo. Nociones tales como tradición, influencia, desarrollo, evolución, mentalidad o espíritu esencializan el tiempo histórico, puesto que suponen siempre un fondo de permanencia sobre el que se desenvuelven los procesos, desplegándose para luego retornar al origen, conservando una supuesta identidad siempre resguardada.

Para Foucault se trata, por lo tanto, de poner en suspenso estas grandes unidades que se nos aparecen como naturalmente dadas.

Dicho esto, el trabajo arqueológico debe realizar una operación negativa que sea capaz de restituir la singularidad de los acontecimientos discursivos. Estos últimos deben ser tratados de forma a considerar su ocurrencia efectiva, fuera de toda finalidad monótona, poniendo en cuestión a las grandes teleologías que neutralizan los sucesos disruptivos, considerándolos meros accidentes o deficiencias. El objetivo es abordar la dispersión propia de todo acontecimiento.

En esta misma dirección, se plantea también poner en suspenso las unidades que más se nos aparecen como naturales: el libro y la obra. Dichas unidades, en apariencia materialmente delimitadas, en realidad están siempre atravesadas por otros textos, otras citas, otros discursos.

En suma, forman una red de significaciones que van más allá dela materialidad cerrada del libro, o de la función de expresión que puede tener la obra. Es decir, se trata de escapar de supuestas unidades verdaderas, físicas e incuestionables, dado que éstas solo esconden la dispersión de los acontecimientos discursivos, su singular y efectivo acontecer.

Sin embargo, sería falso decir que Foucault es simplemente un pensador de la discontinuidad, del análisis de la dispersión de enunciados.

Una vez realizado el trabajo negativo, procede a la búsqueda de nuevas regularidades, esta vez reflexivas y no arbitrarias. Es decir, como se afirma en Arqueología del saber: “si se aísla […] la instancia del acontecimiento enunciativo, no es para diseminar una polvareda de hechos. Es para estar seguro de no referirla a operadores de síntesis que sean puramente psicológicos […] y poder captar otras formas de regularidad, otros tipos de conexiones”.

Así, el horizonte es la búsqueda de nuevas regularidades, de nuevas conexiones que puedan dar cuenta del acontecimiento discursivo.

Una vez realizado el trabajo negativo se abre todo un dominio: “constituido por el conjunto de todos los enunciados efectivos (hayan sido hablados y escritos) en su dispersión de acontecimientos y en la instancia que les propia a cada uno”. Entonces, no hay que remontar el discurso a su lejano origen, sino, más bien, tratarlo según la determinada posición que ocupa en un determinado orden de discurso. Aparece, así, el proyecto de una descripción pura de los acontecimientos discursivos.

El proyecto foucaultiano, al menos en su variante arqueológica, busca describir relaciones entre enunciados, establecer conexiones en el ámbito de su heterogeneidad y dispersión, formar nuevas unidades en el espacio de su repartición, en suma, construir formaciones discursivas, ya no amparadas bajo la lógica de la continuidad, del origen o las grandes teleologias, sino en su efectiva aparición y circulación, en su heterogeneidad y sucesión y contradictoriedad.

La pregunta arqueológica es: ¿qué condiciones históricas de posibilidad ocurrieron para que aparezca tal enunciado y ningún otro en su lugar? Se trata, por lo tanto, de captar la regla de su dispersión, de su emergencia, de su circulación.

Ahora bien, para construir estas formaciones discursivas es necesario tomar precauciones contra una serie de hipótesis, esbozadas por Foucault con el fin de someterlas a prueba.

Por ejemplo, se presenta el problema de determinar si un conjunto de enunciados puede ser individualizado en referencia a un mismo y único objeto. Tomando el caso de la locura como objeto ¿habilita la unidad de los enunciados referidos a la experiencia del loco? La respuesta es negativa, puesto que se trata, más que de un objeto cerrado sobre sí mismo -perdurable en su identidad-, de múltiples objetos tematizados por diversos enunciados procedentes de varios ámbitos del discurso (el médico, el criminal, el jurídico). Se perfilan más bien diversos objetos en un espacio de dispersión, y es en ese espacio en el que deben buscarse las regularidades, las reglas de repartición, su heterogeneidad, etc.

Para terminar, las formaciones discursivas aluden a una construcción reflexiva, no arbitraria, que rompe definitivamente con las continuidades preestablecidas, para pasar a tratar a los acontecimientos discursivos en su propia dispersión, en la singularidad de su aparición.

Es central pues describir el sistema de dispersión. Leemos en Arqueología del saber:

“En el caso de que se pudiera describir, entre cierto número de enunciados, semejante sistema de dispersión, en el caso de que entre los objetos, los tipos de enunciación, los conceptos, las elecciones temáticas, se pudiera definir una regularidad (un orden, correlaciones, posiciones en funcionamiento, transformaciones), se dirá, por convención, que se trata de una formación discursiva, evitando así palabras demasiado preñadas de condiciones y de consecuencias, inadecuada por lo demás para designar semejante dispersión”

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