En su columna de esta semana, José Duarte se refiere a una cuestión que determinó el alejamiento de los filósofos Sartre y Merleau Ponty en los años ’50 pero que la instantaneidad de las redes sociales mantiene cada vez más vigente: la temporalidad de los hechos políticos y la posibilidad o no de la intervención intelectual urgente.
Por: José Duarte Penayo
Las cartas de ruptura entre Jean-Paul Sartre y Maurice Merleau-Ponty son documentos que iluminan una época y permiten ver el núcleo real de sus desacuerdos. El libro Sartre 1905-1980, de Annie Cohen-Solal, en su capitulo «Des pigeons et des chars» (Las palomas y los tanques), es la referencia clásica para profundizar en los detalles del desencuentro entre ambos pensadores. Otro libro sobre el tema es La saga des intellectuels français 1904-1989 (La saga de los intelectuales franceses 1904-1989), de
en su capitulo «Les fractures du sartrisme» (Las fracturas del sartrismo).Varios puntos son objeto de debate, agrios reproches y malos entendidos. Lo central, en mi opinión, es la relación problemática entre filosofía y política, ese es el tema que funciona como telón de fondo de otras diferencias entre ambos.
En relación a esto, una de las cuestiones que Merleau-Ponty plantea es que la política exige un tiempo espeso, diferente al del mero instante. Considera que intervenir políticamente no puede consistir en tomar los acontecimientos como si fueran un test de moralidad, con respuestas excluyentes, entre las que hay una obligación de elegir de manera urgente.
Equivocadamente o con razón, él afirma que Sartre está preso de sus categorías filosóficas y que éstas no le permiten ver el tiempo especifico de lo político, que no es el del instante y sus plazos perentorios, sino el de una génesis que exige paciencia. Esta perspectiva no supone renunciar a ensuciarse las manos -para retomar una imagen sartreana- pasando a la contemplación prudente de los acontecimientos, sino por el contrario significa comprender que el tiempo político tiene una densidad, una lentitud intrínseca, salvo que uno lo reduzca a simples sucesiones de coyunturas.
Me parece que hay un punto de gran actualidad en estas posiciones, sobre todo si tenemos en cuenta que las redes sociales son el espacio de un ultrapresentismo, donde cualquier acontecimiento suele ser presentado como la última batalla ante la cual es necesario posicionarse con urgencia, siempre del lado de las buenas causas, con certezas definitivas y el amparo de nuestros nichos afectivos.