28 C
Asunción
lunes, abril 29, 2024

La estética de los noventa (Parte 4)

Más Leído

«Las imaginaciones apocalípticas de la década son explosivas. Todo podrá terminar bien o mal, no interesa, lo que importa es que en el medio todo se destruya, que vuele por los aires el siglo XX porque hay que arrancar de nuevo desde cero», escribe Derian Passaglia en su última entrega sobre la estética de los noventa.

*

Por: Derian Passaglia

Según Wikipedia, lo bizarro como género literario emplea a menudo (a menudo, dice) elementos del absurdo, la sátira y lo grotesco, junto con las características del surrealismo-pop y la literatura de género, para crear obras subversivas, extrañas y divertidas. Se pone de relieve que se trata de obras de culto, extravagantes, todo lo contrario a lo solemne, que son ridículas, sangrientas, bordean lo pornográfico, no se privan de lo escatológico. Lo bizarro significa todo aquello que es raro.

Para pagar el alquiler, me dedico a dar clases en escuelas secundarias. En un curso de primer año, para una prueba de realismo, les di a leer a los chicos y chicas un cuento de Hebe Uhart. Se llama “El budín esponjoso” y trata de un personaje que quiere cocinar el budín más rico tratando de copiar la torta que comió alguna vez, que venía envasada en una hermosa cajita y que se llamaba torta Paradiso. Cuando tocó el timbre, los que quedaron en el aula entregaron, y una de las chicas que se sentó en los primeros bancos, se fue al recreo con un gesto de decepción en la cara, frunciendo el ceño, y le dijo a una compañera:

-Era re bizarro el cuento.

La literatura de Hebe Uhart trata sobre los modos, las costumbres y los usos de la gente común en pueblos de provincia. La definición de lo bizarro de Wikipedia no parece encajar con esas maestras de escuela que enseñan latín, esos nenes y nenas que ven el mundo por primera vez, esos conflictos que pasan en las iglesias de lugares perdidos y olvidados por el Estado. Probablemente la alumna no había leído nunca un cuento de Hebe Uhart en su vida, acostumbrada a esos textos de primaria llenos de personajes como hadas y dragones y castillos y bosques en los que florece el espíritu de una persona en las hojas de un árbol. Para ella lo bizarro era un modo de decir, un tipo de literatura que no tiene nada que ver con los géneros, y que parece más bien un encuentro inesperado con lo nuevo. Más que una estética determinada, unas características que se adaptan a determinados textos, lo bizarro es una forma de mirar el mundo.

Dicen que la estética de la década de los noventa fue bizarra, a mí me parece más bien increíble, sorprendente, me cuesta entender la capacidad expresiva y desprejuiciada que había en esas mentes imaginativas que crearon la belleza de un tiempo que no fue bello. ¿Cómo es posible que una explosión por los aires resulte linda? En las películas de la década, las explosiones parecen obra de la naturaleza, de Dios, la fuerza de los elementos que al chocar liberan energía y crecen en el cielo como la copa de un árbol rojo, amarillo y negro, empecinado con la destrucción de las cosas. Los vidrios de los autos, los autos, los semáforos, los carteles de publicidad de la avenida, los buzones, las cabinas telefónicas, los escritorios, las mesas y las sillas, las casas, las escuelas, los edificios, las instituciones del gobierno, las alfombras, los veladores, las boletas de servicios de luz, de agua y gas, vuelan por el aire. No queda nada.

Durante muchos años me persiguió aquel sueño que sueña Sarah Connor, la madre del salvador del futuro. Angustiada, Sara tiene la mirada perdida, se recuesta sobre una mesa de madera en lo que parece ser un parque, los rayos de sol del atardecer le doran los pelos rubios al viento. El flequillo le roza los dedos, no está cómoda pero igual se duerme. Pisa el pasto verde con los borcegos y se acerca a una red de alambres que hay en una plaza (los alambrados son lindos en las canchas de fútbol del ascenso y en las películas de los noventa), no puede cerrar la boca porque algo se lo impide, mira a través del alambre una plaza donde se divierten un montón de chicos y chicas, despreocupados, inocentes, felices, no saben lo que va a venir, pero Sara parece que sí, lo sabe todo. Una abuela hamaca a su nieto en los juegos de la plaza, una nena salta una rayuela, sube y baja el subibaja con un chico sentado de cada lado, vuelan las hamacas por el impulso de las nenas que se balancean con la fuerza irrecuperable de la niñez, sobre un fondo de edificios altísimos de la ciudad y el cielo azul. Una madre sonríe con su hijo en brazos. Sara apoya las manos en el alambrado y grita, pero nadie la escucha. La madre en la plaza es ella misma con su hijo John, algo parece intuir, porque se da vuelta un instante, y mira para atrás como si estuviera viendo el pasado, o un sueño premonitorio que todavía no soñó. Acerca su frente a la frente de su hijo y abre la boca con una sonrisa larga. Sara Connor suelta las manos del alambrado, sabe que no la escuchan, que no puede hacer nada más que mirar impotente esa imagen de sí misma en otro tiempo. Se aleja despacio, retrocede, con la boca también abierta. De repente un brillo la ciega y los chicos que jugaban en la plaza caen al suelo. La madre abraza a su hijo instintivamente y le cubre la cabeza con sus brazos. El brillo es una luz blanca que se transforma en una explosión impresionante, tremenda, una bola de fuego inmensa que parece producto de una bomba atómica que llena la ciudad de humo y polvo. Los cuerpos se desintegran en el fuego, vuelan pedazos de piedras por el aire, las nubes en el cielo están anaranjadas. El fuego avanza sobre la ciudad y cubre edificios y calles de muerte y destrucción en un pestañeo, arrasa con palmeras y colectivos, con casas, carteles y árboles. A Sara Connor no le pasa nada, porque está del otro lado del alambrado, mientras mira impotente la destrucción del mundo con la boca abierta y los ojos grandes.

Las imaginaciones apocalípticas de la década son explosivas. Todo podrá terminar bien o mal, no interesa, lo que importa es que en el medio todo se destruya, que vuele por los aires el siglo XX porque hay que arrancar de nuevo desde cero. Las explosiones, como la épica (sobre la que no me extiendo más por falta de ganas que por falta espacio), son un recurso que habilita nuevas formas de decir y narrar en el cine, pero que fue leído como bizarro, y al invocar el santo patrono de lo bizarro no se pretende analizar un recurso sino solamente ensamblar determinado contenido a determinadas reglas de enunciación preexistentes. Cuando dicen que la estética de los noventa fue bizarra están diciendo que esas películas, que esas explosiones donde no queda absolutamente nada en pie, son inverosímiles, y que valen únicamente por lo que tienen de raro, y en algún punto tienen razón. Pero eso es justo lo que la década le dio a su estética y lo que la estética a la década, una novedad que hasta el día de hoy sigue encontrando resistencias en la forma en que se muestra el universo.

Más Artículos

3 COMENTARIOS

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

tres × tres =

Últimos Artículos