«Los personajes de Kafka no van a las instituciones, las instituciones van siempre en busca de los personajes, como si fueran la sombra que acecha detrás de una ventana que se golpea, una puerta que chirría, un espejo que refleja la cortina del baño que se mueve por el viento en una película de terror.», afirma Derian Passaglia sobre Kafka.
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Por: Derian Passaglia
Después de Contemplación, Kafka publica estos relatos: La condena (1913), El fogonero (1913), La metamorfosis (1915) y En la colonia penitenciaria (1919). De este último ya hablé, de El fogonero no voy a hablar porque es un primer capítulo de una novela aislada, que aunque funciona solo no me interesa tanto. La condena tiene un epígrafe: “Una historia para la señorita Felice B.”. La historia es sobre un personaje que se suicida. ¿Se imaginan la cara de la señorita Felice B. al leer un cuento dedicado a ella de un tipo que salta de un puente? Qué personaje este Kafka. ¿Cómo hacés para dedicarle a la que te gusta una cosa así sin espantarla inmediatamente, que no quiera salir ella corriendo a suicidarse porque su novio es el freak más grande del siglo XX? La condena es una tragedia filial donde el padre, un motivo kafkiano por excelencia, desencadena la muerte.
No me acuerdo la trama del relato, que leí hace unos meses, pido disculpas. Está en Wikipedia detallada acabo de corroborar. Se trata de un personaje que le escribe cartas a su amigo, que vive en San Petesburgo, contándole que se va a casar; pero como su amigo no la está pasando nada bien, decide mentirle. Después el padre, que también sigue en contacto con el amigo del protagonista, descubre estas mentiras y sentencia: “yo te condeno ahora a morir ahogado”. La sentencia se cumple. El protagonista se tira de un puente.
Dos problemas escenifica este relato. La incomunicación que hay entre todos los personajes, que no pueden manifestar las cosas que sienten, las cosas que verdaderamente sienten, si es que hay algo que sienten. El protagonista le escribe a su amigo sobre hechos sin importancia, dice el narrador, tal como se acumulan desordenadamente en el recuerdo si uno reflexiona un tranquilo domingo. También está la condena, que es constitutiva a todos los personajes, y que pareciera conformar una regla: la condena es la de la existencia entera. Es como si Kafka quisiera decir: estamos en el horno.
Lo que verdaderamente me interesa de este relato es la frase kafkiana, sinuosa, envolvente, a un paso de un nuevo estadio del barroquismo en el que el barroquismo encuentra la claridad, su opuesto. Subrayé dos frases: “Con esta carta en la mano estuvo Greg mucho tiempo sentado en su escritorio, la cara vuelta hacia la ventana. A un conocido que al pasar por la calle lo saludó contestóle apenas con una sonrisa ausente”. Y esta otra: “El padre estaba sentado a la ventana, en un rincón adornado con diversos recuerdos de la difunta madre, y leía el periódico, que mantenía de costado ante los ojos, con lo que procuraba contrarrestar alguna dificultad en la visión. Sobre la mesa estaban los restos del desayuno, del que parecía no haber consumido mucho”.
En apenas dos oraciones distintas Kafka logra armar una escena completa: un personaje, lo que lo rodea, y su estado de ánimo. Los malos escritores necesitan páginas enteras, a veces, para dar la idea de un momento. Pero no Kafka, porque apenas empieza su frase se va retorciendo y se estira como plastilina, y puede mostrar en pocas palabras que un padre recuerda a su esposa difunta en una situación cotidiana, que no la olvida a pesar del tiempo transcurrido, ya está viejo porque apenas puede leer sin lentes, y que algo parece preocuparlo porque no comió mucho. En la primera oración que cito hay aires de las viñetas de Contemplación: un personaje que mira a la calle por la ventana, está ausente, pensando quizá en la carta, en su amigo de San Petesburgo, porque un conocido lo saluda y el protagonista solamente le sonríe. Son escenas nostálgicas y tristes. Kafka no necesita más que dos oraciones en cada caso para crearlas.
De La metamorfosis no me interesa la cucaracha, el fantástico, nada de eso. Dos cositas chiquitas también. Kafka es muy sutil. Como en la novela El proceso, al personaje principal, convertido en cucaracha, lo vienen a buscar a la casa desde una institución, en La metamorfosis del trabajo. Me parece que hay algo ahí, algo que está muy bueno. Los personajes de Kafka no van a las instituciones, las instituciones van siempre en busca de los personajes, como si fueran la sombra que acecha detrás de una ventana que se golpea, una puerta que chirría, un espejo que refleja la cortina del baño que se mueve por el viento en una película de terror. Qué quiere decir eso no sé, ni me importa, me conmueve nada más que sea un recurso tan potente. Las instituciones van en busca de uno cuando uno se convirtió en una cucaracha y le cuesta salir de la cama y moverse y comer del plato que una hermana complaciente deja al pie de una puerta.
Lo otro que me interesa es el principio del capítulo II: “Hasta el anochecer, no despertó Gregorio de aquel sueño tan pesado, semejante a un desvanecimiento”. En general, se recuerda siempre el comienzo de La metamorfosis: “Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto”. Este segundo capítulo le agrega una capa de complejidad al asunto, porque parece anular lo anterior, o volverlo también parte de un sueño, como si la narración fuera una serie de sueños, o mejor, un incepcion de sueño tras sueño que desrealizan el relato.