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martes, noviembre 26, 2024

Relatos completos de Kafka – Quinta parte

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«Sus relatos parecen fábulas, pero no lo son, lo único que tienen de la fábula es la apariencia, la forma», afirma Derian Passaglia en su última entrega sobre los Relatos completos del célebre escritor Franz Kafka.

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Por: Derian Passaglia

Me llamaron mucho la atención las secciones “Relatos publicados aisladamente y no incluidos por Kafka en ninguno de sus libros” y “Relatos póstumos”. Siento que hay un cambio en la estructura de los relatos. Si el primer Kafka, el de los cuentos de juventud y primeros años parecía contenido, pensante y controlado, el Kafka póstumo se libera definitivamente de la idea de género “cuento” y escribe relatos que se libran de la causalidad y donde en cada oración siguiente puede pasar un hecho sorprendente e inesperado, incluso para el narrador mismo, que no está atado a las circunstancias, sino a las oraciones mismas.

Todo esto parece abstracto pero Kafka mismo es un escritor abstracto. Las referencias temporales y espaciales están borradas de sus textos donde solo queda la historia de una trama que no se relaciona con nada, que no puede remitir a nada, que funciona en la realidad de la literatura. Las lecturas simbólicas reducen la potencia de Kafka. Sus relatos parecen fábulas, pero no lo son, lo único que tienen de la fábula es la apariencia, la forma. La búsqueda de un significado detrás de los hechos que cuentan los narradores kafkianos corresponde a la necesidad de un lector que necesita explicaciones para no frustrar sus propias expectativas. Pero Kafka no necesita frustrar las expectativas de nadie. Hasta para él mismo lo que escribe resulta extraño e inexplicable.

En estos últimos relatos póstumos la deriva del sentido y de la errancia de los significados está llevado a un extremo en el que los personajes avanzan siempre hacia adelante en peripecias nuevas y no se paran a considerar, a reflexionar, a ver por qué les pasa lo que les pasa, simplemente les pasa. Hacia el final de estos relatos, muchas veces la intención moral se vuelve patente, pero hay que hacerla a un lado para leer el Kafka que leyó el siglo XX: el escritor que ficcionaliza la forma de los sueños de una manera que ningún surrealista ni siquiera rozó. Si esas imágenes que aparecen en nuestra mente cuando dormimos no fueran símbolos de cosas que nos pasan en la realidad de la vida, serían relatos de Kafka. Los sueños transcurren en una realidad distinta, pero que contienen la materia de este mundo. Lo mismo pasa con los relatos de Kafka: están los hombres, las mujeres, las leyes, las cucarachas, las murallas chinas, los empleados de comercio, los abogados y los jueces, las oficinas y las casas, los padres y las hermanas, las instituciones y las calles, los artistas y los caballos, los indios de pieles rojas, los puentes, las estufas, las esperanzas y los movimientos involuntarios, las escaleras, las manos, los bastones, las paredes, las lluvias, las estaciones de trenes, los deseos y la muerte, los ríos y las navajas. Pero todo elemento que entra en ese mundo se deforma.

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