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viernes, noviembre 22, 2024

Nunca vamos a ser caretas

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Bajo el prisma de Maradona, Derian Passaglia narra su propia vida en un sentido homenaje al máximo ídolo del futbol argentino.

*

Por: Derian Passaglia

Voy a hablar de mí, Diego, perdón, siempre hago lo mismo, y de manera desordenada. Hasta el CBC* más o menos lo odié. Soy el peor de los convencidos, un converso. No entendía la veneración y me parecía exagerada, pensaba que el Diego estaba habilitado hacer lo que quisiera, que se le permitía cualquier cosa por el solo hecho de ser D10s y que de tanto que se lo repetían él lo había creído. Recién entraba a la facultad, era un snob (con unos amigos teníamos un blog que se llamaba Poesía Snob en la que nos hacíamos entrevistas a nosotros mismos) y pensaba que si quería convertirme en un intelectual entonces tenía que borrar mi pasado. No podía conciliar el gusto por el fútbol con el gusto por la lectura. ¿Cómo alguien que leía libros se iba a rebajar a tanto? Lo peor de todo es que al mismo tiempo odiaba a los estudiantes de mi facultad, herederos de bibliotecas enteras y nombres patricios históricos, y me creía un anti intelectual. Les copé la parada a los chetos en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires. Un hijo legítimo del kirchnerismo. Yo venía de la zona sur de Rosario, cuna de los más célebres narcotraficantes del país, mi papá es vidriero y mi mamá empleada pública del gobierno de la provincia de Santa Fe en el ministerio de Educación de la provincia. El único libro que recuerdo había en mi casa era el Martín Fierro. Esas contradicciones me hacen sentirme cercano al Diego. ¿No tenemos todos contradicciones, cosas que no podemos resolver de nosotros mismos?

Cuando logré reconciliarme conmigo mismo pude ver el fenómeno desde otra perspectiva. Nací en 1988. Cuando el Diego se retiró en Boca en el 97 yo tenía nueve años. No lo vi jugar, no tengo recuerdos del Diego en cancha. Me tocó vivir el Diego mediático, el falopero, el televisivo, el que fue construido por los medios de comunicación como un demonio, como lo peor que le pudo haber pasado a la sociedad argentina, el Diego de Intrusos, el de la lucha por los hijos no reconocidos, el del entorno y el de los casos judiciales; viví su renacimiento, su reconversión de las cenizas en el 2010 cuando perdimos con Alemania en los cuartos de final con Messi, Tévez, Aguero e Higuaín en cancha. No pensaba que el equipo del Diego pudiera llegar lejos, y así fue. Pero se sacó el gusto de dirigir la Selección y lo único que festejé del Diego en vida fue la frase a Toti Pasman: “vos también la tenés adentro”. Siento ahora, no en ese momento, el peso de la historia en el lenguaje que construyó el Diego y que era el mismo con el que sentía el fútbol y la vida. Vos también la tenés adentro, Pasman, y la tienen adentro los anti maradona, los cipayos, los que creen representar principios contrarios al Diego, los amigos del orden y el poder, Mauricio Macri la tiene adentro, Pelé, los que lo odian por drogadicto, cierto sector del feminismo, Inglaterra entera, toda adentro, Dani Alves, Verón, todo el norte de Italia la tiene adentro. Yo soy blanco o negro, dijo también el Diego en ese mundial, gris no voy a ser en mi vida.

Después está la otra, soy de Rosario. Es una ciudad que construyó su identidad cultural en base al fútbol. Cuando yo era muy chico, a los cinco o seis años, mi abuelo y mi papá me insistieron para que empiece a jugar en una escuelita de fútbol cinco de cancha sintética. Yo no quería, tenía miedo. No me interesaba. Contaba mi abuela que yo le prometía ir a jugar si me compraba masas finas en la panadería. Llegaba a casa, me comía las masas finas y después no iba. Mi abuelo me miraba jugar detrás del alambrado apoyado en el asiento de una moto. Una vez me caí y me raspé toda la rodilla, y me empezó a salir sangre y pus. Salí corriendo a mostrarle a mi abuelo y él me dijo que no pasaba nada, que siguiera jugando, y seguí. Aprendí a jugar así y en pocos años me dieron la 10. Me decían el Tanque, porque era bajito y gordito, agarraba la pelota e iba para adelante. Nada más. Mi abuelo decía que yo tenía piernas de futbolista y las comparaba con las del Diego. Fui un futbolista frustrado y en algún momento de mi vida entendí que ese no era mi propio deseo, que era mi abuelo quien proyectaba sus frustraciones en mí. Todas las conversaciones en Rosario giran en torno al fútbol. El Diego jugó en Newell’s, yo soy de Central. En algún clásico llegaron a matar personas solo porque pasaban por la calle con remeras de Newell’s o Central. Ayer lo llamé a mi abuelo y estuvimos hablando un rato, me dijo que no me meta en política porque es traicionera y es al pedo (está obsesionado con que milito en la Cámpora, no sé dónde sacó esa idea), y me contó que vio al Diego en las inferiores, cuando lo pasaban por la tele, antes de que debutara en primera, que él veía que ese chico la iba a romper. Una vez Rubén, el padrino de mi ex cuñada, que es de Argentinos Juniors y tiene abono en la platea, me contó en una reunión familiar que él había visto debutar al Diego. No les creo a ninguno de los dos, pero suenan verosímiles. ¿Pasaban partidos de las inferiores en la década de los setenta cuando la televisión era en blanco y negro y había un par de canales? ¿Todo el mundo de más de sesenta años presenció el debut del Diego en Argentinos Juniors? Todos queremos pertenecer aunque sea como espectadores a la historia grande de la Argentina cuyo único protagonista es Maradona.

La única de mis familiares que realmente lo lloró es mi mamá. Se cambió la foto de perfil del WhatsApp, se puso al Diego en el 86 levantando la copa, feliz, en éxtasis, en el momento más alto de su vida, por el que va a ser recordado siempre. Ganó la Copa del Mundo del 1986 solo y le hizo dos goles a los ingleses, me está dando placer hasta escribirlo, uno con la mano y otro gambeteando a cuatro o cinco matungos desde atrás de la media cancha, qué enfermo, el considerado Mejor Gol de la Historia. Mi mamá, secretamente, está enamorada del Diego. Cuando lo veía en la tele suspiraba, apoyaba los codos en la mesa de vidrio que pulió mi papá y se sostenía la cabeza con las palmas de las manos abiertas para escucharlo. No le gusta el fútbol, nunca miró un partido entero. Nunca lo juzgó. Alguna vez le escuché decir: “pobre, es la droga…” Se compadecía. Podía comprenderlo, podía ponerse en su lugar y pensar más allá que cualquiera en la familia. Creo también que veía en la vida del Diego el reflejo de la suya propia. Mi mamá se casó con un hombre que se enorgullece de haber vivido en la villa y que siempre fue medio rebelde y consentido (tomó teta hasta los cinco años), el loco Cacho le dicen a mí papá, el 22, un tipo que siempre necesitó un orden para su vida. Maradona, para bien o para mal, en una o en otra faceta, positivamente o negativamente, aunque algunos quieran negarlo y otros inflen el pecho de orgullo, siempre va a ser la representación realista de la Argentina, un país nuevo, contradictorio, falopero, villero, pobre, intenso, sentimental, canchero, agrandado, ingenioso, verborrágico, leal, corajudo, caótico, apasionado, barrial pero no aldeano, petiso pero no cagón, auténtico pero no careta. Nunca vamos a ser caretas.

*Curso Básico Común para ingresar a la Universidad de Buenos Aires.

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