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sábado, noviembre 23, 2024

Benedict Anderson y el anti-nacionalismo ingenuo

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El historiador, especialista en el estudio del concepto de nacionalismo, Benedict Anderson, recuerda en su ya clásico libro «Comunidades imaginadas» que el racismo no tuvo como padre a algún nacionalista pequeño-burgués, sino a Gobineau, un distinguido aristócrata, intelectual y hombre del saber.

Por: Martín Duarte

En el libro Comunidades imaginadas, Bendict Anderson despliega una interesante problematización del sentido común imperante en medios intelectuales cosmopolitas y progresistas. Estos tienden a asociar el nacionalismo con sentimientos de odio, siempre apoyados en visiones racistas de la alteridad cultural, política y religiosa.

Anderson reflexiona a partir de una gran cantidad de documentos históricos relacionados con expresiones nacionalistas. Concluye que el nacionalismo se funda en el amor, el desinterés y la entrega abnegada incluso de la propia vida, antes que en el odio y el temor al otro. En ese sentido, apunta que la literatura de diversos nacionalismos imagina a la nación como una madre, con amor y ternura hacia el terruño que -en tanto no elegido- se funda en el desinterés.

A partir de un gran recuento de diferentes experiencias históricas, Anderson sostiene que la característica de la idea nacional es la de ser un destino histórico nunca del todo cerrado. Lo nacional se sitúa en la historia, mientras que el racismo pretende estar fuera de la historia. El racismo piensa en una interminable contaminación, producto de “combinaciones asquerosas y promiscuas”, algo ya ahí desde el principio y el fin de los tiempos. En este sentido, para Anderson el imaginario nacional tiene poca relación con las taxonomías pseudocientíficas de los discursos racistas, cuya función consiste en fijar a los pueblos a destinos naturales e ineluctables.

En una tesis provocadora para la sensibilidad del presente, el autor encuentra mayor afinidad entre el racismo y la aristocracia que entre racismo y la nación. La aristocracia, así como el racismo, constituye un principio de exclusión que construye el presente aristócrata como destino de una estirpe superior. Por lo tanto, la aristocracia, con sus principios de distancia y segregación, prefigura características típicas de futuros discursos y prácticas racistas. Anderson recuerda que el padre del racismo moderno fue un aristócrata, Joseph Arthur Conde de Gobineau, y no algún nacionalista pequeño burgues.

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