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sábado, noviembre 23, 2024

Adiós a la madre, benvenuto a la nueva madre, la máquina

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Paranaländer glosa la actualidad del pensador italiano Franco Berardi (Bifo), rememorando su libro “Generación post-alfa. Patologías e imaginarios en el semiocapitalismo” (Tinta Limón, 2007) sobre la mutación antropológica que significó la masificación del mundo digital.

Por: Paranaländer

«La primera generación que ha aprendido más palabras de una má­quina

que de su madre está hoy en escena»

Bifo

Este inesperado e hipercaótico año 2020 de classroom’s, de madres interrumpidas en su corriente invisible y continua con el hijo (su palabra-alma materializada) por smartphones-tablets-notebooks, me ha obligado, todo sea dicho, a regañadientes, a releer un libro de Franco Berardi (conocido también como Bifo), muy en boga hace más de una década: “Generación post-alfa. Patologías e imaginarios en el semiocapitalismo” (Tinta Limón, 2007). ¿Motivo? Explicar, entre otras muchas cosas, esa obsesión -más allá de lo maternal- del niño con los gadgets electrónicos actuales. Su nueva teta, fuente lingüística, abgrund metafísico-existencial.

“La primera generación que ha aprendido más palabras de una má­quina que de su madre está hoy en escena. Conexión/Precariedad, está dedicada a las formas pro­ductivas y culturales que emergieron de la difusión de las tecnologías conectivas, a la emergencia de generaciones post-alfabéticas en las que se manifiestan signos de una mutación antropológica, psíquica, lingüís­tica. Ninguna decisión política, ninguna restauración del autoritarismo escolar podrá modificar la situación de los chicos que han crecido en un ambiente donde el aprendizaje del lenguaje ha quedado escindido del contacto físico con el cuerpo de la madre. El contacto afectivo ha sido sustituido por flujos de información veloces y agresivos. La transformación del ambiente tecno-cognitivo redefine conti­nuamente las formas de la identidad. Comenzamos a ver hoy los efectos que la mutación tecno-cogniti­va produjo sobre dos generaciones sucesivas: la videoelectrónica y la celular-conectiva. La primera nace a fines de los años 70 cuando en el ambiente de la vida cotidiana se difunden los aparatos televisivos, conquistando un lugar central en la atención colectiva. Marshall McLuhan habla sobre esto en su fundamental ensayo de 1964, Understanding media, en el que estudia el pasaje de la esfera alfabética a la esfera videoelectrónica y concluye con una preciosa in­tuición: cuando a lo secuencial le sigue lo simultáneo, las capacidades de elaboración crítica son remplazadas por capacidades de elabora­ción mitológica. La facultad crítica presupone una estructuración par­ticular del mensaje: la secuencialidad de la escritura, la lentitud de la lectura, la posibilidad de juzgar en secuencias el carácter de verdad y de falsedad de los enunciados. Con todo, a partir de los años 90 se verifica incluso una mutación mucho más radical a partir de la difusión de las tecnologías digitales y la conformación de la red global. Los modos de funcionamiento de la mente humana se remodelan, ahora, según dispositivos técnico-cogni­tivos de tipo reticulares, celulares y conectivos. Con la difusión capilar de terminales que vuelven posible la co­nexión con la infósfera, el flujo de estímulos nerviosos que envuelve al organismo consciente de los niños se intensifica hasta estallar, y el tiempo de atención disponible es saturado. En la época celular-conec­tiva la mente infantil se forma en un ambiente mediático totalmen­te diferente respecto al de la humanidad moderna, y experimenta el tiempo según una modalidad fragmentaria y recombinante. El lenguaje visual es, por tanto, la lingua franca de la primera gene­ración videoelectrónica, una generación que ha aprendido más de la máquina televisiva que de su padre y de su madre. Una parte decisiva de su configuración emotiva y cognitiva deriva más de su exposición a la semiosis de la máquina, de la televisión o de la telemática que de la relación con sus padres o con otros seres humanos. Pero también hay que pensar en los modos de uso del tiempo mental por los niños y adolescentes para entender qué le ha sucedido en el terre­no psíquico a la primera generación videoelectrónica. Hay una relación directa entre la velocidad de exposición de la mente al mensaje video­electrónico y la creciente volatilidad de la atención. Nunca, en la historia de la evolución humana, la mente de un niño estuvo tan sometida a un bombardeo de impulsos informativos tan intenso, tan veloz y tan invasi­vo. Pero el cuerpo de la madre ha sido sustraído, separado y alejado del cuerpo del niño de las últimas generaciones. La presencia de la madre fue sustituida por la presencia de máquinas que se han entrometido en el proceso de transmisión del lenguaje. La primera generación videoelectrónica, ¿debe ser considerada mutante? La ge­neración que aprendió sus palabras de la máquina en ausencia del cuer­po de la madre pierde progresivamente la capacidad de sintonización con el mundo. Para encontrar una vía de comunicación con lo que podemos definir como la primera generación videoelectrónica, debemos partir de la conciencia del hecho de que éstos son los primeros seres humanos que han aprendido más palabras de una máquina que de la madre. Al salir del vientre de la naturaleza, el niño abre los ojos y se en­cuentra frente a la pantalla universal, y ve todo lo que hay que ver. La madre ha desaparecido, o ha reducido su presencia de la esfera experiencial de la primera generación videoelectrónica. El efecto combinado de la mencionada emancipación de las mu­jeres (que en realidad ha sido sumisión de las mujeres al circuito de la producción asalariada) y la difusión del socializador televisivo tiene relación con la catástrofe psicopolítica contemporánea”.

Bifo es escritor, teórico y activista de los medios. Fundador de la revista A/Traverso (1975-1981), y fue parte del staff de Radio Alice, la primera radio-pirata de Italia (1976-78). Autor de numerosos libros: “Fabrica de la infelicidad” (2003), “Héroes. Asesinato masivo y suicidio” (2014). Enseña Historia social de la comunicación en Milán.

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