Derian Passaglia escribe sobre «La casa de las hojas» de Mark Z. Danielewski, una inmensa obra literaria donde se mezclan terror, erudición académica y experimentación.
Por: Derian Passaglia
¿La casa de hojas es el libro más cool de las dos décadas que lleva el siglo XXI? Probablemente, para este humilde reseñista, sí. Es tan cool que mientras lo leía estuve a una berenjena y dos hamburguesas de zanahoria de convertirme al veganismo.
No suelo crear genealogías y rastrear influencias, pero me parece que en este caso es necesario, porque las referencias son muchísimas. Danieliwski es Stephen King + vanguardia francesa de los años 20 + Borges + Cortázar (un yanqui lector de Borges y Cortázar, increíble) + Pynchon (dicen, yo no lo leí) + técnicas del cine de acción + teoría literaria francesa + parodia de discurso académico. Todo eso y más seguramente. El libro trata sobre un manuscrito (encontrado por un personaje que enmarca el relato) que habla de un documental que nadie o muy pocos vieron, en el que se intenta analizar cómo Navidson, el autor del documental, registra las misteriosas habitaciones vacías y oscuras que van apareciendo en el interior de su casa. Un poco como El proyecto de la bruja Blair, o más acá en el tiempo Actividad paranormal, REC, V/H/S, The sacrament, etc. Para explorar esas habitaciones, que recuerdan a El lugar de Levrero, va a contar con la ayuda de un grupo de académicos amigos, su hermano gemelo y su mujer.
Eso es más o menos el argumento, pero lo interesante es la forma, porque La casa de hojas, el objeto libro, funciona como una casa laberíntica donde no es difícil perderse. Hay innumerables pie de páginas, algunas escritas al revés y a un costado, hay páginas que sólo tienen una palabra en el centro de la hoja tamaño oficio, hay oraciones que continúan todo a lo largo de la página siguiente, en fin, es bastante experimental. En algunos casos, los experimentos formales son demasiado literales, obvios como los caligramas de Apollinaire; en otros, la forma se acopla al contenido produciendo lo que Danieliwski se propuso conseguir: miedo, terror, extrañeza. El libro es excesivo, digresivo, pero no le importa serlo, es más, se enorgullece: «No puedo quitar los pasajes de divagaciones, (…) ni siquiera algunas partes de la trama que chirrían. Simplemente hay demasiado en juego. Puede que sea una decisión incorrecta, pero al carajo, es la que tomo yo.» Esta parte que marqué para mí es una clave de la obra.