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sábado, noviembre 23, 2024

Sobre Daniil Jarms

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Derian Passaglia analiza al escritor ruso Daniil Jarms: «Las técnicas de Jarms son las propias de la vanguardia: escritura automática y velocidad. La brevedad de sus textos narrativos le da la marca autoral y provoca que la prosa se toquetee con la poesía»

Por: Derian Passaglia

Hay pocos libros del escritor ruso Daniil Jarms traducidos al castellano. Jarms es uno de los pocos vanguardistas que leído hoy no resulta ingenuo o ridículo. “Satírico brillantísimo, filósofo de temple gótico, genuino escritor del absurdo”, dicen que lo recuerdan sus amigos. Fue uno de los fundadores de la última organización literaria de izquierdas en la Rusia soviética (OBERIU). En los años treinta, llegó a ser considerado enemigo de clase y fue enviado a prisión. Diez años más tarde fue arrestado de nuevo, acusado de distribuir propaganda contra el régimen.

Daniil Jarms encarna la figura del genio y el maldito como pocos escritores en el siglo XX. Los libros Prosa del otro (Maldoror, 2009) y No sé por qué todos piensan que soy un genio (Iván Rosado, 2019) recopilan textos breves que resultan inclasificables. Demasiados cortos para el cuento, demasiados intrascendentes y livianos para el microcuento, que busca siempre el efecto final de lectura, el estilo de Jarms tiene una potencia única e inigualable. Todo está permitido en sus relatos, que no siguen la lógica causal de un argumento, sino que se entregan al capricho de un narrador que puede salir con cualquier tema a la vuelta de la siguiente frase.

“Una mosca golpeó la frente de un señor que pasaba caminando, le traspasó la cabeza y salió por la nuca”. Así empieza uno de sus cuentos en el que ni la mosca ni el señor son tan importantes como la imagen que se transmite, de una fuerza surrealista que vale por sí misma y a la que no le interesa el desarrollo de un argumento. Jarms es heredero de las primeras vanguardias de los años diez y veinte. Mientras que el impulso inicial en esos movimientos, como el surrealismo, era el de acumular imagen tras imagen de manera caótica (ahí están por ejemplo, los textos de Benjamin Peret), en Jarms el surrealismo es un elemento más de la lógica narrativa, que combinado con el humor y la liviandad, produce una literatura extraña, imprevisible y desconcertante. Jarms produce el shock verdadero que las mismas vanguardias anunciaban para sus textos pero que nunca pudieron llegar a cabo más que de forma insustancial, regida por la temática, aunque la temática fuera un programa estético entero.

Las técnicas de Jarms son las propias de la vanguardia: escritura automática y velocidad. La brevedad de sus textos narrativos le da la marca autoral y provoca que la prosa se toquetee con la poesía. Sus relatos comprenden a veces una sola oración; otras terminan sin motivo, porque sí, mostrando el proceso de escritura como un acto mágico y cómico: “¡Uy! Escribiría un poco más, pero el tintero desapareció de repente”.

La mejor forma de leer a Jarms es extrayéndole la sátira y la parodia, dos elementos que le sacan novedad y vigencia, como cuando se habla de las alegorías kafkianas. La potencia de Daniil Jarms está en su lectura literal. A diferencia de cualquier otro vanguardista, su literatura no hiede olor a viejo, porque el sueño y el automatismo, la subversión de las costumbres y la vida en general no es solamente un tópico sino la forma constitutiva de su literatura.

Dos relatos:

Un linchamiento

  Petrov está montado a caballo y, volviéndose hacia la multitud, pronuncia un discurso acerca de lo que sucederá si, en lugar del parque público, se construye un rascacielos de estilo norteamericano. La multitud lo escucha y evidentemente aprueba. Petrov escribe algo en su agenda. De la multitud, se desprende un hombre de estatura mediana que le pregunta a Petrov qué escribió en su pequeña agenda. Petrov le contesta que eso es asunto suyo. El hombre de estatura mediana insiste. Una palabra lleva a la otra y se produce un altercado. La multitud toma partido por el hombre de estatura mediana. Para salvar la vida, Petrakov azuza a su caballo. Se esconde detrás de un recodo del camino. La multitud se enardece y, a falta de otra víctima, se apodera del hombre de estatura mediana y le arranca la cabeza. La cabeza amputada rueda por el pavimento y se atasca en la alcantarilla…

  La multitud, que ha satisfecho sus pasiones, se dispersa.

Perechin

Perechin se sentó sobre una chinche y desde ese momento su vida cambió radicalmente. De un hombre tranquilo y reflexivo, Perechin se convirtió en un auténtico sinvergüenza. Se dejó crecer el bigote y después se lo recortó de una forma extraordinariamente irregular, por lo que uno de sus bigotes quedaba siempre más largo que el otro. Sí, su bigote creció como oblicuo. Era imposible quedarse mirando a Perechin. Encima guiñaba espantosamente un ojo y tenía un tic en la mejilla. Durante un tiempo, Perechin se limitó a las pequeñas bajezas: chismoseaba, delataba, engañaba a los choferes de los tranvías pagándoles el boleto con una moneda de cobre y siempre les daba dos o incluso tres kopeks de menos.

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