Paranaländer reseña el cómic francés «Darwin 2. El origen de las especies» (Glénat, 2016), del guionista suizo Christian Clot y el dibujante italiano Fabio Bono, donde se narra las aventuras de Darwin por América del Sur y la maduración de su concepto de «selección natural».
Por: Paranaländer
“Darwin. 2.El origen de las especies” (Glénat, 2016), de Christian Clot (guion) y Fabio Bono (dibujos).
El comic empieza en la Down House, casa de Charles Darwin, 20 de junio de 1858, momento que irrumpen en la casa Thomas Huxley y Charles Lyell, alborotando la convalecencia del científico y su vida hogareña (formada por Emma Wedgwood, su esposa, y sus 3 hijos). Llevan la carta de Alfred Russel Wallace, científico próximo a las ideas de Darwin pero sin llegar a plantear la selección natural. Sus discípulos temen que quede relegado a segundo plano si no se apura en publicar sus investigaciones de más de 20 años. Él está atado de escrúpulos personales que su esposa y amigos le piden que aclare.
Entonces se enfrasca en una narración en retrospectiva, de su época del viaje al Beagle… Se remonta al 5 de marzo de 1834, en la bahía de Wulaia, poblada por los fueguinos. Entre estos está uno muy apreciado por Darwin, le llaman Jemmy, y ha servido de enlace con los nativos.
En Valparaíso reencuentra a un compañero de colegio en Schrewsbury, Richard Corfield, con quien se instala. Éste le invita a que lo acompañe a la cordillera de los Andes, y parten, con su nuevo asistente, Syms. Ante los Andes exclama arrobado: “Humboldt tenía razón, son de un esplendor incomparable”. Allí, a 3 mil metros de altitud, descubre fósiles marinos (que confirmaban las teorías uniformitaristas de Lyell, corriente que se oponía al catastrofismo -que proclamaba que la superficie terrestre apareció de golpe- y a la Biblia). Darwin es atacado de fiebre de rata y debe descender rápidamente. Pasa un mes de fiebre en Valparaíso. Tiene pesadillas recurrentes del terremoto de Valdivia (la ciudad de Concepción entonces fue enteramente destruida) ocurrido a inicios del año 1935.
En setiembre de 1835 a bordo de un barco en el Pacífico canta hasta el “Rule, Britannia” (canto patriótico surgido en 1740).
Recala en la isla de San Cristóbal, archipiélago de las Galápagos el 15 de setiembre de 1835. Se dedica a montar como un chicuelo travieso esas tortugas 10 veces más grandes que las especies europeas. En la isla Santiago estudia a las iguanas. En isla Isabela juntan tortugas que serán su alimento durante el viaje de retorno, por 6 meses. La colección Darwin se compone así: 1526 animales naturalizados, 2405 plantas en hierba, 895 rocas y 526 materias diversas.
Paran en las islas Coco, Océano Índico, 1 de abril de 1836. Allí se le aclaran sus ideas sobre el origen de los atolones. Ya sospecha de las fechas que campeaban entonces, por ej., las del teólogo James Usher, que calculaba la edad de la tierra en 4004 años antes de Cristo. Ergo, para Darwin el tiempo geológico y el tiempo bíblico no coincidían más. Oh soñaba con un libro escrito por las rocas fósiles incapaces de mentir…
Recibe una carta de la hermana en pleno navegación donde le informa que sus maestros Henslow y Sidgwick han dicho a su padre que sus colecciones le han acreditado inmediatamente formar parte de los científicos de renombre. El capitán a bordo, Robert Fitz Roy, suspicaz ante el avance de las ideas de Darwin, espía sus cuadernos privados, y lo acusa de querer matar a Dios. Se enzarzan en una trifulca que termina con la promesa de parte de Darwin de no difundir sus ideas que causarían estragos en las creencias de la gente. Volvemos al origen de su duda ante el ensayo de su colega Russel Wallace, simple copia pálida de las ideas evolucionistas de Darwin…
Les dejo que averigüen el final, cómo venció sus temores, y se editó su obra maestra.