Derian Passaglia continúa escribiendo sobre la obra y estilo de Robert Walzer: « La unidad mínima de sentido en Walser es el ritmo, que avanza de manera hipnótica independientemente del tema, y a veces deliberadamente por fuera del tema que trata el texto que escribe».
Lo mejor de Robert Walser son sus prosas cortas, aunque podríamos simplificar y decir que lo mejor en realidad es su estilo. La unidad mínima de sentido en Walser es el ritmo, que avanza de manera hipnótica independientemente del tema, y a veces deliberadamente por fuera del tema que trata el texto que escribe. El estilo puede volverse un arma de doble filo, porque se trata de una cristalización que encasilla la escritura con facilidad. Al estilo no hay que preocuparse por buscarlo: aparece. Esto es lo que pasa en Robert Walser cuando escribe, el estilo se manifiesta como un fantasma que quiere hablar y comunicarse con el mundo de los vivos.
Franz Kafka admiraba al escritor suizo. Susan Sontag dijo que es un Paul Klee en prosa, un Beckett dulce y con buen humor, el eslabón perdido entre Kleist y Kafka. Para Sebald, más que un visionario expresionista que profetiza el fin del mundo, Walser es un clarividente de lo pequeño. Su obra completa no está traducida al castellano, pero sí gran parte, entre las que se puede mencionar sus cuatro novelas: Jakob Von Gunten, El ayudante, Los hermanos Tanner y El bandido.
En la extensión, el genio de Walser se diluye, si bien aparecen sus destellos, y lo que gana fuerza es la trama. Pero es en los textos breves cuando su estilo encuentra un esplendor fuera de serie, que lo distingue del resto y muestra su voz. El paseo, por ejemplo, no podría considerarse una novela corta ni sus cuentos podrían clasificarse en ese género. Se trata, más bien, de relatos donde Walser muestra que un narrador es una voz ficcional construida por una persona real.
Walser es un “pícaro autor”, como el mismo narrador de la historia “De un poeta” se llama a sí mismo. El paseo es un relato breve, de menos de cien páginas, en el que un narrador sale de su casa a dar simplemente un paseo por una ciudad europea de finales del siglo XIX y principios del XX. Lo que cuenta este narrador es un recorrido en el que se encuentra con distintos personajes pintorescos, como una vecina que lo invita a comer y que se pone un poco pesada. Todo esto con el marco del progreso en un mundo que se transforma con sus cambios industriales y tecnológicos, como el desarrollo del tren.
Robert Walser no es, como se dice, un cronista de su tiempo, es su tiempo mismo. Sus relatos breves cambian abruptamente el signo, el narrador interviene para juzgar el relato que se cuenta: “hay cierta inverosimilitud en la promesa del narrador, quien asegura que a continuación vendrá algo todavía más extraño”. En pasajes como este, uno se pregunta: ¿quién habla en los relatos de Robert Walser? En “Diario de un alumno”, el narrador describe diferentes profesores que tuvo en la escuela. Las características del profesor Herr Bur bien podrían ajustarse al estilo de Walser: “Los demás nos reímos espantosamente, claro está: y (¡oh prodigio!) he aquí un maestro que, simple y llanamente, también se echa a reír. Y, cosa extraña: eso nos infunde casi al instante respeto y simpatía por aquel hombre raro. Pero nuestra risa enmudece enseguida, porque Bur sabe recuperar magistralmente nuestra atención para las cosas serias.”