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sábado, mayo 18, 2024

El libro de los seres alados

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Paranaländer en esta entrega nos trae una reseña sobre “El libro de los seres alados” de Daniel Samailovich, y escribe acerca de algunos de los 228 seres alados que están incluidos en la obra.

 

Por: Paranaländer

 

De abeja a zumaya, son 228 los seres alados -pájaros, insectos, criaturas, reales, imaginarias, artificiales, poéticas, demoníacas, legendarias, mitológicas, artísticas como la Bicicleta volante (Letatlin) de Vladimir Tatlin, hasta cabe en este libro maravilloso una Villa flotante, la vuelvilla de Xul Solar-, ordenados alfabéticamente e ilustrados primorosamente. Lo raro, en medio de tal profusión, que el autor, Daniel Samailovich, olvidara el ser alado por antonomasia: el libro, con sus aladas páginas que nos hacen levitar mundos que quizá nunca hubiéramos podido de otro modo columbrar y ganar. Les hablo de “El libro de los seres alados” (451 Editores, 2008, España).

 

Tero (Teruteru): “El más leve rumor no se le escapa y lo denuncia. Por algo lo llaman ‘enemigo de los contrabandistas’ y aconsejan, para ser buen músico y ‘tocar de oídas’, dormir con una de sus plumas debajo de la almohada (Villafañe, Historia de pájaros).

Murciélago: “El murciélago no es un pájaro, si se quiere. Pero puede enseñar a volar a todos los pájaros. Un pichón de paloma, se diría que rema, que golpea el agua, tal es el ruido que hace con las alas. Al murciélago no se le oye. Se diría que toma vuelo como una tela, con las manos…Viene el murciélago aquí, allí, ¿dónde?, el silencio enloquecido con sus alas que no pesan y que ni hacen suspirar el aire. Se puede oír al picaflor, al murciélago no. Nunca atraviesa un espacio en línea recta. Sigue los cielorrasos, los corredores, las paredes. Hace escalas. Luego se cuelga de una rama como para dormir. Y una silenciosa luna lo alumbra (Michaux, Un bárbaro en Asia).

Kokila: “El kokila, embriagado con el jugo del mango, besa voluptuosamente sus flores, sus yemas bermejas; la abeja, zumbante esposa, busca los labios del loto, su marido; así sabemos que es llegada la primavera (Calidasa, Ronda de las estaciones).

Garza mora: “Yo vide una garza mora/dándole combate a un río;/así es como se enamora/tu corazón con el mío (Simón Díaz, Tomada de luna llena).

Camuatí: “Es la palabra guaraní que significa ‘avispas reunidas amigablemente’ (Sastre, El tempe argentino).

Búho: “Los espantó particularmente la creencia de los kiowas de las praderas: solo los malvados tendrían una vida ulterior, renaciendo bajo la forma de crías de búhos en sus nidos, mientras los buenos disfrutarían de una completa y final disolución en la nada (Voldosin, Viajes americanos).

Luciérnaga: “Sobre los pajares brillan los oros húmedos de las luciérnagas, minúsculas cerillas encedidas por los dedos de la tarde (Montale, Quaderno genovese).

“Has cruzado la valla del futuro/penetras aquí donde la luciérnaga/rápida vuela, se enciende y se apaga/roza las glorietas, deja intacta la tiniebla (Luzi, Cuaderno gótico).

Hormiga blanca (termita, comején, cupiy): “Los cupiyes sin alas son muy grandes, mientras que los alados son más pequeños y oscuros” (Azara, Viajes por América meridional).

Hornero: “Allá, si el barro está blando, /canta su gozo sincero. /Yo quisiera ser hornero/y hacer mi choza cantando” (Lugones, El libro de los paisajes).

Alondra: “Por estornudar/perdí de vista/ a la alondra (Yayu, 40 haikus)

Langosta: “Una teoría dice que el maná que cayó del cielo era, en realidad, una bandada de langostas de las variedades comestibles (Nelson, Diccionario ilustrado de la Biblia).

Mariposa: “En los documentos matrimoniales japoneses se incluyen dos mariposas de papel que simbolizan una duradera felicidad conyugal (Starr, Guía práctica de las mariposas).

Mirlo: “El río se mueve. /El mirlo debe estar volando (Wallace Stevens, Poemas).

Mosca: “Apolonio de Tiana libró a Bizancio de moscas haciendo una enorme mosca de bronce y enterrándola al pie de una columna (Weinberger, Karmic Traces).

Mosquito: “¡Vuelvo a escucharte, himno mosquito del verano! (Brodsky, Égloga V).

Ñandú: “Suelen preferir correr contra el viento, aunque haya alguien allí esperándolos; extienden las alas tomando ímpetu y parecen un barco con las velas tendidas, navegando a la catástrofe (Darwin, Viaje al Beagle).

Polilla: “De las polillas de la casa de mi tío podía decirse cualquier cosa, menos que carecieran de gusto. Jamás se rebajaron a comerse un mueble feo, un traje pasado de moda o un libro malo” (Sterne, Tristram Shandy).

Saltamontes: “Aquí tienen al lindo saltamontes, /el alimento de san Juan;/ojalá fuera de los hombres buenos/mi verso el pan (Apollinaire, Bestiario):

Gallo: “Este gallo que viene de tan lejos en su canto/iluminado por el primero de los rayos del sol;/este rey que se plasma en mi ventana/con su corona viva, odiosamente, /no pregunta ni responde, grita en la Sala del Banquete/como si no existieran sus invitados, las gárgolas,/y estuviera más solo que su grito./Grita de piedra, de antigüedad, de nada,/lucha contra mi sueño, pero ignora que lucha;/sus esposas no cuentan para él ni el maíz que en la tarde/lo hará besar el polvo./Se limita a aullar como un hereje en la hoguera/de sus plumas./Y es el cuerno gigante/que sopla la negrura al caer al infierno (Lihn, Porque escribí).

Urubú: “Durante las sequías del Sertón, el urubú, /de urubú cuentapropista, pasa a funcionario. / El urubú no emigra, pues previendo que pronto/movilizarán su técnica y su tacto, /calla los servicios prestados y diplomas/que le clasificarían con mejor salario/y va a servir a los destajistas de la sequía, /veterano, pero todavía con celo de novato:/ despachando con eutanasia al muerto dudoso, /él, que en el paisano quiere al muerto claro (Cabral de Melo Neto, A la medida de la mano).

 

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