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sábado, abril 27, 2024

La resurrección de los absolutos. Primera parte

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El filósofo César Zapata presenta la primera parte de un ensayo sobre lo que se ha venido denominado «nuevo realismo» en la filosofía contemporánea. Partiendo de Maurizio Ferraris y Quentin Meillassoux, aborda críticamente los intentos de reencontrar lo absoluto.

Por: César Zapata

La utopía del ocio

En Paraguay no somos muchos los que nos dedicamos a la filosofía y solemos vivir medio embrutecidos con la amenaza de la sobrevivencia cotidiana. El ocio, como la virtud del filósofo, suele ser para la mayoría una utopía encapsulada en el ágora de Sócrates, el feo o el tonel autárquico de Diógenes, el perro.

Dentro de esta pequeña tribu hay algunos íconos, que se destacan tanto por su erudición y producción intelectual, como por su gestión movilizadora en lo que “amor a la sabiduría” se refiere. Uno de ellos es mi amigo Sergio Cáceres, un licenciado en filosofía reconvertido a lo multidisciplinar, quien con una constancia notable organiza seminarios, grupos de lectura, charlas, conversatorios, cursos. El colega sabe de todo, en ningún terreno va a quedar exento de logos, en esto se parece a Luis Ayala o Fernando Telechea, otros integrantes de la zoología filosofante asuncena.

Sergio, interpelado por un arquitecto, el señor Aníbal Cardozo, organizó un grupo de lectura para descifrar Mas allá de la finitud. Un ensayo sobre la necesidad de la contingencia (2006) de Quentin Meillassoux. El asunto promete, pues la figura del profesor Cáceres es convocante, no solo por su trayectoria, sino también por su apertura para incluir a tod@s los que quieran participar, ergo se han sumado un interesante número de nuevos licenciados en filosofía, profesionales de otras áreas y gente que ha tenido contacto directo con el docto franchute.

Pues bien en este contexto, por cierto muy alentador, me permito balbucear, como siempre, algo acerca del nuevo realismo, tomando en cuenta básicamente dos representantes, Maurizio Ferraris y filosofar del profesor Meillassoux. Para ellos he remasterizado coordenadas de una pretérita charla y un seminario de divulgación ofrecido el 2018 y 2019, respectivamente.

El filósofo italiano Maurizio Ferraris escribió un «Manifiesto del nuevo realismo»

Comencemos realizando una breve referencia acerca del rótulo filosófico que parece dar sentido a una suerte de movimiento cuya emergencia reclama un cambio de perspectiva respecto al filosofar del último trienio del siglo XX. Un filosofar que se publicita como nativo del siglo XXI, pues en palabras de Maurizio Ferraris, este giro solo resultó posible en la altura temporal del siglo XXI, nos referimos al flamante nuevo realismo, cuyas características centrales, a nuestro modo de ver, se podrían resumir más o menos así.

La marea posmoderna y la hipertrofia de los medios de comunicación

Se trata de un filosofar que reacciona a la marea posmoderna que inundó la realidad eidética global con una seducción a toda prueba, pues montada sobre los hombros del insigne bigote prusiano[1], declara con diversos matices que la verdad no existe como un absoluto (Protágoras y Gorgias se regocijan en su tumba), que esa manera de pensar buscando certezas inamovibles huele a cadáver y que Dios, junto con la metafísica, efectivamente están muertos. Es así que de pronto resultó que los tres últimos decenios del siglo XX quedaron embobados observando como la verdad y en consecuencia la realidad misma, se construyen, a través de extraños mecanismos, algunos triunfantemente sutiles, otros grotescos. Y todo esto sucede sobre un escenario lleno de cámaras embriagadas de comunicación instantánea y masiva. La posmodernidad se convierte en una estética, una puesta en escena, una filosofía de vida en donde cada adherente sobreexpone entusiastamente su máscara en la gran vaca multicolor (Zaratustra), pues no existe nada que no se pueda situar más allá de sí mismo.

Amo de este modo, porque fui entrenado, entiéndase construido para amar así. Pienso de este modo porque fui construido para pensar así. Me siento masculino porque construyeron en mi una identidad pensada desde un sistema binario, etc. La posmodernidad es una manera de encarar la realidad, decontruyéndola, barruntando en sus cimientos para examinar y desenmascarar minuciosamente su devenir en la historia.

En latinoamerica, la ola posmoderna asomó prematuramente en la filosofía de la liberación, entendida como un intento sistemático por descubrir las diversas capas con las que el proceso de colonización europea construyó un sistema de dominación complejo y totalizante, pues abarca toda la cultura y la estructura mental del colonizado[2]. Se derrumbaron estrepitosamente términos como civilización, descubrimiento, madre patria, raza, independencia. El latinoamericano comenzaba a darse cuenta que fue construido intencionadamente, iniciando con ello un cuestionamiento, sin retorno, al relato colonial, desenmascarándolo en la historiografía, en la política, en la manera de pensar y valorar, cosa que por cierto no resulta fácil, pues de tan manifiesto, éste se camuflaba como algo natural, como el aire que se respira.

Pero no sólo la posmodernidad bebía con frenesí este desenmascaramiento de la verdad, también la hermenéutica, a caballo del mismo martillo alemán, hace suya la famosa formulación, «no hay hechos sólo interpretaciones» ( f.p 1885. 87 . 7 -60- Colli y Montinari), tiñendo a la realidad como algo absolutamente secundario, una suerte de materia prima plástica, cuya importancia no radica en ella misma, sino en lo que se puede hacer de ella. Lo que podríamos denominar la dinamita de las máscaras (Nietzsche) aniquila cualquier especie de sujeto o identidad, ya que tras una máscara, hay otra máscara.

Pues bien, según Ferraris, el péndulo tiene que caer en la dirección opuesta a este irrealismo de construcciones y decontrucciones endémico de la posmodernidad y de las múltiples claves interpretativas de la hermenéutica. Es el tiempo gallardo de restituir a la filosofía en su pretensión por obtener verdades estables, referencias que puedan servir de cimientos para formular teorías, pero no al modo de una restauración como lo hizo antaño la monarquía en Europa, sino que asumiendo y valorando positivamente lo ganado en las filosofías «irrealistas» del siglo XX. Esto último es, a nuestro juicio, decisivo, sobretodo en Latinoamérica, pues resulta imposible negar lo importante que es examinar el devenir de un relato construido en el tiempo, de lo contrario somos susceptibles de recaer en discursos construidos y retocados sobre la herencia de las dictaduras del siglo XX.

En el terreno de la contingencia, el nuevo realismo analiza la hipertrofia con que los medios de comunicación masiva explotan la realidad al punto de volverla una fábula posverdadera. El mundo de la apariencia jamás tuvo tanta presencia: todo es manipulable, los hechos huyen desesperados a refugiare en los callejones de la exégesis. Peor aún las creaciones humanas más bellas, más dignas, son susceptibles de ser masticadas por la hipertrofia y convertirse en un horrendo lugar común donde todos beben y vomitan a gusto. Ferraris conceptúa este fenómeno de manera genial como realytismo, un nombre ligado al formato televisivo de los reality, en el cual todo se suplanta por el show, todo se des-sublima, se desobjetiva y se ironiza. Una suerte de casi realidad, rellena de fábulas e imaginarios.

Por último, y como se desprende de lo anterior, me permito identificar un rasgo interesante: la volatilización de la realidad. Unos de los iconos de este proceso es la primera versión de la película Matrix (1999) escrita y dirigida por las hermanas Wachowski, que plantea la posibilidad de que lo real, perfectamente puede ser una simulación virtual, aunque dicha simulación esté siempre apoyada en una realidad realmente real a partir de la cual se pueden construir otras sucedáneas. Esto no es menor, pues introduce lo virtual como una posibilidad cierta de producir realidad o desde otro punto de vista como una contundente posibilidad de irrealidad.

Tomando en cuenta lo anterior, se puede considerar al neorrealismo, como un intento de afrontar esta suerte de deterioro de lo real, abriendo nuevas perspectivas. Vuelven al tapete las disciplinas duras del filosofar occidental, la ontología y la gnoseología, pues el propósito es restituir a la realidad como un absoluto, o devolverle su carácter de inenmendabilidad como diría Ferraris.

 El paso de baile de Meillassoux. El ser en sí y el ser para nosotros

Pues bien, revisemos este asunto desde el campo ontológico, para ello traeremos a colación el trabajo de Quentin Meillassoux.

Après la finitude (Después de la finitud) es el libro donde Quentin Meillassoux expone sus críticas a las diferentes filosofías antirrealistas

El filosofar de Meillassoux, creemos que en un sentido muy preciso, se puede calificar de trágico, pues en el intento de cazar un absoluto que restituya el peso de lo real, demuestra totalmente lo contrario. Tal y como Layo que intenta huir del presagio del oráculo mandando a asesinar al pequeño Edipo, y no obstante con ello lo único que consigue es poner en movimiento el destino horrible que quería evitar.

Vamos por parte, nos parece que la puerta de entrada para entender la reflexión que plantea Meillassoux es la formulación de un hecho increíblemente incomodo que sucede en el acto de conocer, algo así como una oveja negra que es mejor no tomar en cuenta, nos referimos a lo siguiente: pensar que todo aquello que identificamos como existiendo fuera de nosotros, como algo aparte que tiene un ser en sí mismo, distinto e independiente a quien lo capta, es un acto ingenuo. Pues es imposible conocer la realidad sin que seamos nosotros mismos sus traductores.

Quentin se atreve a observar que la cosa en sí de Herr Kant, aquello que sostiene a lo real como realmente real, es igual que el objeto, pues por el hecho de ser pensada e identificada ya es «para nosotros» y pierde su estatus de «ser en sí». En otras palabras no hay nada que el ser humano pueda conocer como algo aparte de él, pues es una máquina que despoja a todas las cosas de su ser en sí y las convierte en un ser para nosotros.

Pensar que existe una realidad aparte de una consciencia que la capte, es como lo señalamos algo totalmente ingenuo, pues resulta desde todo punto de vista indemostrable. Sin embargo la ciencia sin filosofía, como diría Markus Gabriel, parte de este supuesto sin cuestionarlo, y cómo cuestionarlo, si la realidad parece algo evidente.

La verdad es que un realista ingenuo intenta pensar lo que hay cuando no hay pensamiento. Haciendo exactamente lo contrario de lo que dice, pues para pensar un mundo en sí, independiente del pensamiento, sólo habla del mundo que es dado en su pensamiento. Resulta vano creer que podemos salir de nosotros mismos para observar el mundo (incluso si es aún un mundo) En conclusión, únicamente es posible conocer la realidad desde el sujeto que la percibe.

Pero esto no es nuevo en la filosofía, al contrario tiene larga data. En la segunda parte de este escrito, revisaremos algo del devenir de este problema, es decir del estatus ontológico de la realidad y las distintas respuestas que han salido al baile, y por supuesto revisaremos el paso de baile que Meillassoux pretende poner en escena.

Referencias

[1] Friedrich Nietzsche, es un antecedente, por supuesto existen otros, aquí nos limitamos a considerar el que creemos más representativo en la faena de destruir a martillazos.

[2] En su libro La Filosofía de la Liberación, Dussel, algunos años antes que Lyotard, acuña el término posmoderno, que después replantea como transmoderno, para esquivar cualquier tipo de eurocentrismo. Sin embargo lo importante no es quien acuña el concepto, sino quienes en distintas latitudes aplican la lógica de decontruir el devenir histórico de un continente eidético.

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