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sábado, noviembre 23, 2024

El Kafka de Stach

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Monumental y definitiva biografía del escrito checo de habla alemán Franz Kafka escrita por Reiner Stach editada en dos tomos por Acantilado.

 

Por: Paranaländer

 

                                       Si el libro que estamos leyendo no nos despierta con un puñetazo
 en la crisma, ¿para que lo leemos?

Kafka putañero. «Su vida consiste en coleccionar y fornicar» dice de un bon vivant en quien se ve a sí mismo. Visitó algunas veces el burdel Suha, un lugar no tan caro, aunque también menos glamuroso, cuya atmósfera describió en su diario: “Anteayer, en el burdel, Suha. Una de las chicas, una judía, con la cara estrecha, o mejor dicho, con una cara que termina en un mentón estrecho, pero ensanchada por las sacudidas de un peinado de extensas ondas”. A él le atraía en un tiempo, como admitió mucho después, “el cuerpo de una de cada dos chicas”. La soledad es la que lo empujaba hacia las mujeres públicas, hacia Hansi y hacia los hombros de Josci. «Paso por delante del burdel como si pasase por delante de la casa de mi amante”.

Musil casi publica a Kafka. Musil fue sin grandes alharacas al Café des Westens y recogió en persona el paquete, pocas horas después de obtener el consentimiento de Kafka. Musil conocía El fogonero, y con eso le bastaba. Intuía con quien tenía que vérselas. La transformación no se publicó al final en la Neue Rundschau, sino en Weissen Blatter.

Kafka y Walser. «Kafka no es Walser sino realmente un joven de Praga que se llama así», tuvo que puntualizar Blei a un lector atento. Incluso Robert Musil manifestó, al publicarse el primer libro de Kafka, Contemplación, su «incomodidad» ante el hecho de que le parecía «un caso especial del tipo Walser». Kurt Tucholsky (1913): «Solo hay un autor que puede escribir esta prosa cantarina: Robert Walser». Brod mantuvo correspondencia con Walser hasta la década de 1910.

Kafka y Hebbel. Friedrich Hebbel, cuyos diarios, impresos en cuatro volúmenes, Kafka había devorado ya a los veinte años.

Kafka y la teosofía. Según el recuerdo de Brod, después de la fracasada consulta Kafka no volvió a dedicar tiempo a la teosofía, ni tampoco acudió a ninguna de las conferencias que Steiner fue invitado a dar en Praga una y otra vez.

Kafka y la cerveza. “Nos convertimos en bebedores habituales de cerveza, hace muchos años, cuando padre me llevaba consigo a la escuela civil de natación».

Kafka y su patria. En años posteriores, sobre todo en tiempo de guerra, se producen algunas manifestaciones de Kafka que permiten detectar en él cierta identificación con la idea de un Estado plurinacional dominado por los alemanes, cosa que no puede sorprender, pues como judío tenía las mejores razones para temer la decadencia de la monarquía habsburguica, igual que cualquier cambio violento.

Kafka y Weininger. No consta ningún ejemplar de Sexo y carácter en la escueta biblioteca de Kafka. La multitud de figuras femeninas perturbadoras, amenazadoras, a veces bestiales, que aparecen en las obras y fragmentos de Kafka, y que parecen salidas del gabinete del doctor Weininger: la gruesa cantante Brunelda de El desaparecido; la esposa del agente judicial, Leni, y la «desvergonzada mujer» que habita en casa del fiscal Hasterer en El proceso; las criadas del Briickenhof en El castillo.

Lecturas. Nada de literatura decadente francesa, nada de fin de siglo vienes, nada de poesía, ni siquiera lo último de Berlín. Pronto pudo el pequeño círculo ver con claridad que Kafka tenía unos intereses literarios extremadamente específicos, y que casi lo único que le interesaba era la prosa clásica pura. La productividad universal de Goethe y la refinada sencillez de Flaubert eran la medida de todas las cosas. Kleist, Hebbel, Grillparzer, Dostoievsky Strindberg…

Yo soy literatura. Carta a Felice Bauer del 14 de agosto de 1913: «Yo no tengo interés alguno por la literatura, lo que ocurre es que consisto en literatura, no soy ninguna otra cosa ni puedo serlo».

En Leipzig, Brod ponía sus mayores esperanzas en unos editores poco corrientes. Uno de ellos era Ernst Rowohlt, llamado «el gigante rosa». El otro, Kurt Wolff, delgado y deportista, de un encanto contenido y marcados modales aristocráticos. Normalmente no hacían falta citas para reunirse con Ernst Rowohlt; bastaba con ir a la hora de comer a la taberna de Wilhelm.

Kafka y la perfección. «Siempre le quedaré mas agradecido por la devolución de mis manuscritos que por su publicación», le dijo Kafka a Wolff.

A él le preocupara poco haber leído o no lo que «había» que leer, y menos aún donde se situaba un determinado autor en la jerarquía del reconocimiento público.

Fuente: Kafka I y II, Reiner Stach (Acantilado, 2016), 2.300 pp.

 

 

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