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domingo, mayo 19, 2024

Una lectura testimonial de El jardín de las máquinas parlantes. Quinta parte

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«Ni distopía ni ucronía, Laiseca toma una sola figura del género, el avance técnico y científico, y construye personajes máquinas que escriben y adoptan personas», escribe Derian Passaglia sobre El jardín de las máquinas parlantes.

La inmediatez es la forma de darle realismo a las cosas. “Cuando un suceso de la vida (negocio con ‘facturas riquísimas’, por ejemplo) le llamaba la atención, lo escribía para no olvidarlo. Posteriormente, por razones existenciales, incorporábalo a sus textos. Estos, pues, repito, estaban llenos de infantilismos e ingenuidades, pero también de poesía, de verdaderas iluminaciones, de dolor mayúsculo, errores filosóficos y expresiones ganadas gracias al buceo en sus cuencas psicóticas”. Sotelo escribe lo inmediato, es decir, lo que se le ocurre, lo que ve, lo primero que pasa por su mente, lo que no quiere ni puede dejar de escapar, como si la literatura fuera un gran libro de notas, un ayudamemoria. Cuanto más inmediata y apresurado parezca la forma artística, más sensación de realidad se percibe en su construcción, por más que esa construcción haya sido fruto de años enteros de pensamiento.

¿Pero qué es la inmediatez? Para Sotelo, y para la gran literatura, es la unión de vida y arte, la necesidad de que una sea la otra, de que no se diferencien. La vida es representación y el arte es otra forma de representación, la vida habla del arte, el arte habla de la vida, y no existe la realidad por fuera del lenguaje, al menos su descripción. Si algo puede ser imaginado, en algún lugar del universo, así no sea que jamás lo vayamos a ver, existe en la experiencia de la imaginación. No se puede escribir el todo, pero se lo puede nombrar, y esa es su forma de existir en la totalidad de la literatura, en un universo que se expande como el mismo universo, más rápido que la luz. Hacer que algo parezca real es una realidad del mundo y es el momento en que la especie adquiere su condición existencial en el mundo. Desde aquel instante primero simulamos, y la inmediatez es la forma de revivir en la escritura el camino inverso, cuando la vida del humano era simplemente una función de la naturaleza sin mediación de ningún tipo.

Las máquinas pueden adoptar humanos, y la máquina usina adoptó a Alaralena. Las máquinas pueden escribir literatura. Esta escribe una obra de teatro y se la lee a Isidoro, De Quevedo y Alaralena. Una máquina parlante, que puede tener características propias del ser humano, remite directamente al género de ciencia ficción. Pero no estamos en una novela de ciencia ficción, porque el lector no reconoce en El jardín de las máquinas parlantes una trama de ciencia ficción. Ni distopía ni ucronía, Laiseca toma una sola figura del género, el avance técnico y científico, y construye personajes máquinas que escriben y adoptan personas. Extraer un elemento de un género y ponerlo a funcionar en una novela es un movimiento que cambia el registro de lo que se cuenta y provoca que el género sea uno propio, inventado, el género Laiseca, el del realismo delirante o bizarro, o como se le quiera llamar. Laiseca no cambió las estructuras, no mezcló los géneros, usó las máquinas.

La literatura de vanguardia fue decantándose progresivamente en favor de la técnica, de la máquina, el procedimiento. ¿Dónde queda lo humano, en todo este proceso, cuando Aira dice que sus novelas podrían escribirse solas poniendo a funcionar el procedimiento? Katchadjian le dio play a un programita y ordenó los versos del Martín Fierro alfabéticamente. Daniel Durand dejó que otro programa de computadora eligiera su título El estado y él se amaron. Fabián Casas dice que su primer poema escrito, “Paso a nivel en Chacarita”, funciona como una máquina. ¿La única función del ser humano es la de pulsar una tecla y que la máquina escriba el poema por sí solo? El gran manifiesto de vanguardia del siglo XX es en realidad una oda a la máquina.

En Marcel Proust no hay máquinas pero sí un proceso de tecnificación creciente, un mundo que se convierte en otra cosa diferente al pasado, donde el humano se ve desplazado y no queda más que recordar cómo era la vida antes del dominio de la máquina. La escritura automática surrealista quizá sea una de las primeras manifestaciones de la máquina literaria dominando la esencia de la vida humana: hay que escribir sin pensar, lo primero que venga, dejar que el inconsciente se manifieste, otra forma de inmediatez.

La técnica es la forma literaria, el mecanismo por el cual un texto se vuelve una obra de arte. También está esa otra máquina del horror, la kafkiana, que solo sirve para despedazar al ser humano hasta reducirlo a carne, sangre, dientes y uñas, hasta humillarlo con la muerte. Quizá en el fondo los alemanes sigan siendo románticos, buscando el impulso humano de la vida, la victoria del humano sobre la máquina.

Las máquinas no sienten como nosotros, no hacen más que procesar información, y la máquina usina de Alaralena escribe como una máquina, y lo que escribe se parece a lo que traduciría Google Translate desde un idioma extranjero. En este caso, De Quevedo acusa a la máquina usina de plagiar Macbeth de Shakespeare. La obra de teatro de la máquina usina es incoherente para un lector humano, pero debe tener sentido para las máquinas.

“‘Yo proceso de la siguiente forma -cuenta su procedimiento la máquina usina-: armo frases sintácticas, a partir de palabras sacadas de la tecnología psicoanalítica y estructural y las enchufo unas con otras. Una vez organizadas como grandes moléculas proteínicas, las conecto al tomacorrientes y dejo que trabajen por su cuenta. ¿No es así?”. La máquina usina escribe como una verdadera escritora de vanguardia.

 

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