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domingo, abril 28, 2024

El idioma extranjero de los libros que amamos

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En los cronistas de Indias la imaginación era más enorme que la realidad, y la lengua dada no alcanzaba para describir lo que se veía, no era suficiente para el peso de lo real.

Por: Derian Passaglia

 

Una frase de Proust repetida por Aira me hace pensar en las Crónicas de Indias: “Los libros que amamos parecen escritos en una lengua extranjera”. El sentimiento que une Proust a esos libros es raro. ¿Es amor lo que se siente ante un libro que no se entiende, que cuesta entrarle, que es difícil de leer? Aprender una lengua extranjera, si no se la practica desde chico, supone siempre un desafío para el hablante, porque se trata de ingresar en un universo completamente diferente. De repente se choca con otras reglas, otros valores, otra forma de ver el mundo.

Una lengua extranjera supone un contacto con lo desconocido. A Proust le gusta sentir la ajenidad del idioma, la construcción artificial de la lengua como un objeto producido por el ser humano de una época y un lugar determinado. Por eso ve en los libros más hermosos una alteridad, algo que es otro pero también reconocible, como un cuento clásico de género fantástico. Quizá la lengua misma pertenezca al género fantástico, un hecho cotidiano donde irrumpe lo sobrenatural.

Para Aira, la lengua extranjera está en Lezama Lima, en escritores de vanguardia como Martín Adán, en la construcción de una lengua poética, enrevesada, inentendible, opaca, que llega al límite de lo ilegible. Si no se puede entender, hay ahí un valor al que Aira asigna una superioridad estética por encima de la claridad. Borges mismo parece escrito en una lengua extranjera. “La primera función del arte es extrañar -dice Aira-, romper los hábitos de la percepción y volver nuevo lo viejo”. El arte vuelve extranjero a la lengua, como si no perteneciera a nadie y al mismo tiempo a todos.

La lengua extranjera de los libros que amo es la literal, la de Bernal Díaz del Castillo, Álvar Nuñez Cabeza de Vaca o el Inca Garcilaso de la Vega. Es la lengua castellana de siglos pasados, la que se usaba para narrar las experiencias de encuentro con el Nuevo Mundo. Me gusta recorrer estos libros, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España por ejemplo, como si yo mismo estuviera descubriendo y conquistando un nuevo mundo inexplorado, un conquistador de una lengua que ya no se habla, de la que sobrevive solamente un registro escrito en esos libros únicos.

Estas Crónicas no cuentan la historia del encuentro con lo desconocido, sino la historia de la lengua misma, de lo que el paso del tiempo le hace a la sintaxis y a las palabras cuando lo que se quiere comunicar es un hecho tan extraordinario para el que se necesita inventar la lengua de nuevo. En los cronistas de Indias la imaginación era más enorme que la realidad, y la lengua dada no alcanzaba para describir lo que se veía, no era suficiente para el peso de lo real. La lengua castellana, con el Nuevo Mundo, se redescubre en la tierra donde la sintaxis, antes que la tierra, es magia pura.

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