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sábado, noviembre 23, 2024

Defensa del caricaturista

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Paranaländer transcribe una valiente y precoz apología -local, avá- de la caricatura, of course publicada en la mítica revista Crónica en 1913, pasando por el mi du cul a sus negacionistas coetáneos y posteriores.

 

Por: Paranaländer.

 

En la mítica revista quincenal ilustrada Crónica, año 1, n° 10, del 31 de agosto de 1913, Asunción-Paraguay, el “artista del lápiz” Miguel Acevedo, quien había caricaturizado a la Dra. Serafina Dávalos, al presidente Roosevelt, entre otros, realiza una breve defensa de su arte ligero, volteriano, filosófico, rabelesiano, baudeleriano, goyesco, breve y eterno (todos adjetivos que utiliza Acevedo para quebrar ese prejuicio que al parecer aún primaba en su época sobre su arte. Y no solo en su época, pues si nos atrevemos a hojear el “Art in Latin America Today-Paraguay” de la Unesco firmado por MA Fernández, podremos constatar anonadados que allí no figuran los dos pioneros de la caricatura parawayensis, Acevedo y Chuchín Sorazábal. Quiere decir que para tal flor de crítico aún no era arte la caricatura en tan tardía fecha como ese año de 1969.

 

“Arte breve.

Estas líneas; páginas deshilvanadas de notas íntimas,

no tendrán más significación que las que tienen en tal carácter.

 

Perfectamente caracterizados dentro del marco de las bellas artes, los caricaturistas y dibujantes, he querido sintetizarlos en estas líneas con el título de Arte Breve. Digo breve, en el sentido musical de la palabra; por su exposición libre, ligera, sin el formulismo trascendental de la pintura seria, lo que no excluye sea empero de honda y pura concepción artística. Como flor espiritual de perfume que gusta, y aspiramos todos con delicia, es esta modalidad del arte, regalo de la mente, que se humaniza viviendo febril el momento, registrando las complicadas y múltiples sensaciones del vivir, á través de los cristales de un temperamento. De ahí su variedad, y de su aspecto el más interesante; el reflejo de la visión particular, característica, de la imaginación del artista. Y, no es que la interpretación sea caprichosa, nó; es natural, humana. Cabe dentro de la imagen representativa que la mente se forma de los seres y de las cosas, solo que, un poco intelectual, en la exteriorización de su “manera de ver”, dicen lo que pasa inadvertido ante los ojos de la mayoría. ¿Acaso, -desde cierto punto de vista— el original de las figuras, satíricas que se dice reúne las condiciones de regla: armonía de ideas, perfilamientos académicos. . .? En cierto modo, en efecto, nada de eso se nota. Son caricaturas, caricaturas vivas, reales, que el artista sin esfuerzo alguno, ha fijado en el papel. Y, es tal, la fuerza de su carácter, y como prueba del sello de realidad que se le imprime, ha llegado á ser tan familiar que, los modelos preferidos de las damas, son los de los humoristas, porque ven en ellos su imagen, de tal manera que, seduce y encanta, porque pintan tal como se es o como quisiera serse. Además, el artista, con fina sutileza ha sabido infiltrarnos én la retina su delicada y mañosa concepción, que, si, alguna vez, se complace en detalles más ó menos intencionales, ó se divierte, poniendo cierta dosis de malignidad, burla ó ironía, en nada mengua la afición que se le tiene. Por el contrario, á veces contribuye al éxito, pues que todos gustamos de reír á costa del otro. Los verdaderos héroes, los que triunfan, son los maestros del lápiz, y Gómez Carrillo no trepida en decir en unos de sus admirables escritos. «… Los salones de Humoristas están llenos de gente, que siente que los únicos herederos de Velázquez y de Goya, los únicos pintores de realidad palpitante, son los Sen, los Roubille, los que llenan las cubiertas de las revistas de monos “humanos”». Los trazos del lápiz simbolizan todo el espíritu de una época, describiendo con sus ingeniosas creaciones de figuras joco-serias, pero siempre exactas, la Historia, con las peculiaridades propias de cada etapa, pudiendo decir más, un solo rasgo genial de lápiz que diez capítulos de hechos descriptivos. Con la justeza incomparable de su observación, reproduce en un desfile de alto relieve y con la imparcialidad de un fenómeno de la naturaleza, todos los estados de la virtud, el vicio, la pasión, la alegría, la tristeza… la muerte. Y ríe, canta, llora, hace llorar, hiere. Es jovial, chispeante sutil, casi aérea; es veleidosa, frívola, coqueta, ingenua, filosófica … Va del brazo con Rabelais, y los ecos repiten sus carcajadas volterianas. Nada le importa y de todo se ocupa. Gusta morar á veces en la sombra, busca las tinieblas; le atrae el secreto del misterio; cultiva en la huerta fatal de Baudelaire. De cuando en cuando una rara claridad se proyecta, y vemos estupefactos ese maravilloso mundo gris y amorfo, con su floración desconcertante de espectros, monstruos y alimañas de pesadilla, que se animan, tienen vida, tienen alma. Es el artista del ensueño, del delirio, de la epilepsia, sí queréis. Y lo que ese mago explorador de las encrucijadas luciferescas á la vuelta nos expone, en cuadros macabros, de visiones dislocadas, que da frío, que crispa los nervios, es simplemente, lo que está en el fondo de la vida. Cómicos y trágicos, los artistas del lápiz, darán eterna la nota de su mundo moral, porque la fantasía es eterna, y como la poesía, dé la que dice Darío «la sublima locura es inmortal»”.

Miguel Acevedo

 

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