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viernes, noviembre 22, 2024

Si no tiene mujeres, paso

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Paranaländer explica y justifica su particular criterio hermenéutico, su visión crítica de los libros, es decir, el capricho milagroso por el que ama unos y desdeña otros.

 

Por: Paranaländer.

 

“El sueño es una enfermedad” (Benjamin Rush)

 

Libros que no me gustan de entrada porque no implican a mujeres o que las representen falseadas, mutiladas. Es un principio de hierro en mi recepción de una obra. Su clave no oculta pero basal.

Por ejemplo, no me gusta “El Quixote” por eso (entre otros motivos). Hay mujer en ella ciertamente, pero no coge. Dulcinea está desclitorizada como una adolescente africana. Ella seguramente en realidad era una zagala cachonda, caliente como las cabras que pastorea, y que el cobrador del imperio español convirtió en casta fantasmagoría literaria. Prefiero mil veces “El perro y la calentura” (1625) del Pseudo Quevedo, novelita donde dialogan el perro y la calentura (representación de la mujer como centro del ardor sexual) que fue traducida por el poeta William Carlos Williams con su madre (ojo, no sacar conclusiones perevertidas). Otro libro de cabecera: “Para una tumba sin nombre (1959, Onetti), donde la prostituta jalando de su cabra coja en la estación a la búsqueda de víctimas es una de las grandes imágenes de la literatura que amo. Hay más obras que disparan en el centro de mi emoción: “Coronel Blimp” (1943, Powell & Pressburger). En un momento dado de la peli todas las mujeres tienen la cara de ¡Deborah Kerr! ¡Todas las mujeres son Deborah Kerr! Sublime artilugio.

The Life and Death of Colonel Blimp – 1943 (Roger Livesey – Deborah Kerr – Anton Walbrook) – YouTube

 

En suma, si hablamos de libros, para mí son libros, adquieren la categoría de libros, solo si van o tratan de/sobre mujeres. Irónicamente yo, como ciudadano del mundo, no fui nunca muy bien correspondido por ellas. Mi adoración libresca quizá -por compensación o nostalgia última- proceda de tal indiferencia hacia mi insustancial persona. Soy como ese cactus en flor sobre el ataúd de John Wayne (el pistolero Doniphon) en la peli “El hombre que mató a Liberty Balance” (1962, John Ford). El amor sacrificado a una mujer que se queda con otro, gran poema fordiano (“¿Nunca has visto una flor de verdad?”, le pregunta Stoddard a Hallie cuando Doniphon le regala una modesta flor de cactus. “¿Quién ha puesto la flor de cactus sobre el ataúd de Tom?”, pregunta Ransom Stoddard en el tren de vuelta a Washington. “Fui yo”, responde Hallie con la mirada perdida y el alma enferma de nostalgia). O Camus: el amor es una injusticia porque la justicia no lo es todo. Sí, la injusticia de amar libros sobre mujeres aunque no te amen ellas.

Nunca he visto una flor de verdad quizá (aquí retintín de los sonetos del siglo XIII, “Flores” del Pseudo Dante), pero he visto y tocado cactus en flor, sí.

De grandes libros de poesía que pasan por esta decantación quedan pocas al final, apenas poemas sueltos: “Endimión” (Keats), “La mujer sustituida” (Bertran de Born). Narraciones como “Ligeia” de Poe, “Virgilia” de Vigolo, canciones de Hasil Adkins (She said), Beatles (She’s a woman), The Gun Club (she’s like heroin to me), Joy Division – She’s Lost Control (Peel session 1979), Os mutantes (She’s my shoo-shoo/A minha menina), The Zombies (She’s Not There), John Lee Hooker (She’s Mine), Husker DU (She Floated Away), The birthday party (She’s Hit), Godspeed you Black Emperor! (She Dreamt She Was A Bulldozer She Dreamt She Was Alone In An Empty Field), Joe Arroyo (Las mujeres), Barbara Dane (Mill worker /Mujer textilera), Manzanita (Mi Choza, Mi Chacra Y Mi Mujer), Jah Wobble (Happy Tibetan Girl), The Thunderbirds (Hey Little Girl), Leyla McCalla (Song for a Dark Girl), Tav Falco (Oh girls girls).

 

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