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martes, mayo 14, 2024

José Luis Passaglia

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En este ocasión, Derian Passagalia escribe una sentida crónica sobre su tío, José Luis Passaglia, recientemente fallecido.

Murió mi tío José Luis el viernes pasado a la noche producto de complicaciones derivadas de una aneurisma. Era también mi padrino. Mi papá siempre lo sintió como su propio padre. Una vez José Luis me dijo: “para mí los hijos de Cacho son como mis propios hijos”. Otra vez, comiendo en una larga mesa en la vereda de su antigua casa en calle Vera Mujica: “Para vos la pizza de la Santa María puede ser la mejor, para mí es esta”. Eran opiniones diferentes y yo no podía entender cómo le gustaba una prepizza de barrio con queso de máquina y huevo rallado arriba. Tenía sesenta y dos años.

Se reía bajito y contaba chistes malos. Cada tanto usaba la barba candado, reflejo de una época pasada que seguía manteniendo por gusto. Una mancha en la cabeza de pelos entrecanos, atrás del flequillo, parecía la marca de nacimiento de los hermanos Passaglia. Ramón, mi otro tío, también la tiene, mi papá también. Me gustaría tener alguna vez una mancha de pelo canoso. Como era muy gordo, caminaba bamboleándose, un pie y después otro, una mano y después otra, avanzaba como de costado. Chombas lisas oscuras o rayadas, los jeans gastados y las zapatillas negras del trabajo. Un manojo de llaves podía colgarle de la cintura. Así se vestía.

Hago una pausa para llorar y sigo. Nunca voy a olvidar aquellas vacaciones en Capilla del Monte de calles sinuosas, iban y venían, subían y bajaban, en una de las cuadras principales colgaban pelotas y muñecos inflables de los negocios. Tuvimos que escapar de un laberinto de arbustos, ¿por qué alguien decidió construir un laberinto en un pueblo que ya parecía uno? Caminamos por los montes, vimos un zapato de piedra o un sifón de soda entre las figuras que dibujaba la naturaleza. Nos sacamos fotos. En la fiorino blanca, me llevaba a la práctica de fútbol del Club Fábrica de Armas. Mi padrino llegó a ser tesorero del Club.

José Luis Passaglia era tan inteligente que mucha gente y muchos familiares dependían de él, y él les daba una mano, y para todo el mundo, o para el que lo pidiese o necesitase, tenía una palabra, una razón. Su bondad era ejemplar pero a veces podía convertirse en un arma de doble filo, porque no faltaba quien se aprovechara de las circunstancias. Mi papá le decía “buenudo”. Toda su vida fue vidriero, lo iban a buscar de empresas de Buenos Aires para contratarlo. Cuando pensaba, se concentraba, arrugaba el entrecejo y miraba a un punto lejano. Quienes conocimos a José Luis Passaglia lo amamos y lo vamos a llevar siempre en nuestros corazones y en nuestra memoria.

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