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domingo, abril 28, 2024

Staden, primer gran narrador del caníbal

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Paranaländer se chupa los dedos con este verdadero “caldo avá” literario que es la narración del mercenario alemán Hans Staden, el primer gran narrador del caníbal amerindio.

 

Por: Paranaländer

 

Hans Staden fue un aventurero alemán, nacido hacia 1525 en Homberg y muerto en 1579. Durante un viaje a Sudamérica, el barco en el que estaba embarcado encalló cerca de la isla de San Vicente frente a las costas de Brasil y fue hecho prisionero por una tribu tupinamba que practicaba el canibalismo ritual. Permaneció cautivo durante nueve meses por los Tupinamba que regularmente prometían devorarlo. Sin embargo, pudo escapar y regresar a Europa en 1555 para escribir la historia de sus aventuras.

“Admirablemente presentado, con todas las ilustraciones de la edición original, uno de los registros más sensacionales y ciertamente más pintorescos que poseemos de los indios del Nuevo Mundo en el momento del descubrimiento». Claude Levi-Strauss.

El ritual antropofágico se describe con claridad, en la azarosa sucesión de su desenvolvimiento clínico. Pierde su aspecto fantástico que durante mucho tiempo lo había apartado de la mirada de Europa como un comportamiento social y religioso observable. Al mismo tiempo que la edición de Marburgo desplegaba el largo «suspenso» de sus 53 capítulos, los lectores de 1557 podían contemplar por primera vez una serie de 50 grabados que daban a toda la obra el carácter de espectáculo total. Esta iconografía también iba a tener un futuro muy brillante. Es ella quien ha inspirado toda la visión del canibalismo ritual hasta nuestros días. Théodore de Bry a fines del siglo XVI no se equivocó. En su búsqueda de documentos auténticos, bocetos tomados del natural, que sirvieron de modelos para las ilustraciones de la obra magistral que constituye la Colección conocida como «Grands et Petits Voyages», la iconografía de la edición de Marburg, como fuente, ocupa un lugar destacado. En esta suma que recoge toda la iconografía posterior al Descubrimiento y que constituye una síntesis de la visión de América de 1590 a 1634, este discípulo de Durero y su estudio transformarán la visión del indio. En 1592, para la edición de Staden en la 3ª parte de sus «Grands Voyages», de Bry mantuvo el orden de la historia sin cambiarlo porque reconoció allí un documento único cada vez más apreciado por el público que quería saber y aprender sobre las sociedades de civilizaciones recién descubiertas.

Maderas de 1557 donde aparece informe, tosco, sin gracia, en acción más que en ejecución, en el bronce de 1592, el indio gana cuerpo. Es educado y se vuelve presentable. Las estéticas abandonadas recuperan sus derechos. De Bry ordena, equilibra, introduce la perspectiva, da al relato iconográfico una dimensión ornamental y decorativa. Embellece, recorta, limpia una historia cruda. Los cuerpos de los Tupinamba adquieren una suavidad, una forma, una fuerza tranquila. El cincel subraya las inserciones de los músculos, arregla el cabello, detalla las joyas. Si las miradas son a veces feroces y los rostros distorsionados por una mueca, el hecho es que el carácter étnico del indio sigue siendo débil.

Las tribus guerreras con las que entró en contacto el mercenario alemán Hans Staden (Cario, Tapuya, Tupininkin y Tupinamba) formaban parte de una misma familia cultural. Seminómadas, practicaban la recolección, la agricultura de tala y quema, la pesca, la caza y sobre todo la guerra, casi como un fin en sí mismos. Dueños del espacio y del tiempo, viviendo en un clima que permitía la desnudez absoluta, en armonioso equilibrio con su entorno natural cuyos recursos en frutas, caza y pesca eran prácticamente inagotables, parece establecido que los tupí-guaraníes no devoraban a sus prisioneros para satisfacer una necesidad biológica; actuaron de acuerdo con un ritual que reconocía la venganza como la expresión suprema de la justicia.

Vivían en grandes chozas rectangulares (oga o maloca) construidas con troncos de árboles, lianas y hojas de palma que albergaban a varias familias. Juntos formaban una aldea (tava), generalmente protegida por una doble hilera de empalizadas. Cuando el grupo temía incursiones enemigas, el arreglo defensivo se reforzaba con estacas afiladas; pero estas precauciones no impidieron que las chozas se incendiaran a distancia gracias a las flechas llenas de algodón en llamas, como testimonia Staden.

La organización social de los tupí-guaraníes era colectivista, pero el individuo seguía siendo dueño de su hamaca, de su arco, de sus flechas y de la espada-garrota que servía alternativamente de arma y de palo excavador para sembrar las semillas. Formaron una sociedad patriarcal que reconocía la autoridad de un cacique y donde la poligamia no se practicaba sistemáticamente porque estaba limitada por los recursos económicos del guerrero. Los tupí-guaraníes se movían en permanentes migraciones en su espacio infinito, guiados por sus chamanes (pagés) quienes les prometían el acceso a una tierra utópica, “la Tierra sin mal”. Esta búsqueda del paraíso terrenal estaba en perfecta sintonía con la necesidad de encontrar nuevas tierras tras unos años de ocupación y cultivo del suelo.

 

Fuente: NUS, FÉROCES ET ANTHROPOPHAGES, Hans Staden, 1979

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