Paranaländer se divierte a costa de la miopía de uno de nuestros filósofos contemporáneos más reputados, Bifo, quien, partiendo de una idea “nazi”, la supremacía blanca, delira hasta cotas inimaginables aún para la conspiranoia.
La tesis estrambótica de Bifo sobre la invasión de Ucrania está planteada en su largo título “Ucrania, agonía de Occidente y compañía: lo que necesitamos es una geopolítica de la psicosis”, del 28 de febrero de 2022. Empieza leyendo “Anéantir” (2022), el último libro de Houellebecq, un volumen de 700 páginas, como la representación más desesperada, resignada y colérica a la vez, del declive de la raza dominante. “La enfermedad terminal es el tema de esta novela: la agonía de la civilización occidental. No es un buen espectáculo, porque la mente blanca no se resigna a lo ineluctable. El escenario en el que se desarrolla esta agonía es la Francia actual. Pero el escenario es también el mundo posglobal, amenazado por el delirio senil de la cultura dominante pero en decadencia: blanca, cristiana, imperialista”. Después desciende de la abstracción blanca a dos blancos concretos. “El viejo estadounidense blanco. El viejo ruso blanco. Que Putin es nazi se sabe desde que terminó la guerra en Chechenia con el exterminio. No hay una explicación racional para la guerra de Ucrania, porque es la culminación de una crisis psicótica del cerebro blanco”. Y la segunda parte de su tesis expresa: “Por lo tanto, para orientarnos en la guerra inminente no necesitamos geopolítica, sino psicopatología: quizás necesitamos una geopolítica de la psicosis”. Es decir, inventa una idea abstracta, el blanco, del tipo Geist en Hegel, para realizar una explicatio totalizadora del mundo actual. Y en vez de hacer su danza histórica-metafisica a través de las figuras de la dialéctica, lo somete a una exegesis psicopatológica. Todo lo real capitalista actual es una patología (blanca). Claro, esta abstracción demonizadora del blanco parece un delirio de Twitter. “De hecho, está en juego el declive político, económico, demográfico y eventualmente psíquico de la civilización blanca, que no puede aceptar la perspectiva del agotamiento y prefiere la destrucción total, el suicidio, a la lenta extinción de la dominación blanca”.
En este esquema cuasi conspiranoico, la guerra de Ucrania -que “inaugura una carrera armamentista histérica, una consolidación de fronteras, un estado de violencia creciente”- no es más que la etapa final “del caos senil en el que ha caído Occidente”. Tercer elemento berardiano junto a blanco y psicopatología, es Occidente. Esto es un cliché seudo heideggeriano. Interpretar Oriente como el comienzo y Occidente como el fin de una era o historia. “Lo que está en juego es el concepto mismo de Occidente. Pero, ¿quién es Occidente?”. Para sus fines retórico-pesimistas reduce Occidente a “la tierra de la decadencia” o, mejor, Usa y Rusia blancas. “Pero también es la tierra de la obsesión por el futuro”. Occidente es “esfera de una raza dominante obsesionada con el futuro”. O marxistamente, “el valor de cambio es precisamente esa acumulación del presente (lo concreto) en formas abstractas (como el dinero) que se puede intercambiar mañana”. Y su excepcionalidad judeo-cristiana se enfatiza: “Esta fijación en el futuro no es en modo alguno una modalidad cognitiva humana natural: la mayoría de las culturas humanas se basan en una percepción cíclica del tiempo, o en la insuperable expansión del presente”. Salva entre los futurismos, por capricho, “al Cosmismo de Fedorov y el Futurismo de Mayakovski que tienen un aliento escatológico del que carecen tanto el fanatismo tecnocrático de Marinetti como sus epígonos estadounidenses como Elon Musk”. Y en plan profecía nietzscheana negra proclama en el desierto: “Rusia acabará con la historia de Occidente”.
Cuarto elemento: “El nazismo está en todas partes”. Cita a Gunther Anders, que “había previsto en sus escritos de los años sesenta que la carga nihilista del nazismo no se agotaba en absoluto con la derrota de Hitler, y volvería a la escena mundial debido a la magnificación del poder técnico que provoca un sentimiento de humillación de la voluntad humana, reducido a la impotencia”. Otro aforismo delirante: “el nazismo resurge como una forma psicopolítica del cuerpo demente de la raza blanca que reacciona airadamente a su implacable declive”. Y aún otra más, con touch Manifiesto comunista: “ahora el envejecimiento (demográfico, cultural e incluso económico) de las culturas dominantes del norte del mundo se presenta como un espectro”. Después nos enteramos que el blanco tiene cerebro: “el cerebro blanco (el de Biden como el de Putin) entrando en una furiosa crisis de demencia senil”. Esto me suena a esas expresiones calumniosas e infamantes con que se pinta a un rival en momentos de ceguera argumental. Reducir al enemigo mero caso clínico no como opuesto dialectico. Termina sibilinamente again negro: “Sea como sea que evolucione la invasión de Ucrania, el conflicto no puede ser reparado con la derrota de uno u otro de los dos viejos patriarcas. Ni uno ni otro pueden aceptar retirarse antes de haber ganado”. Y como coda aterradora gua’u: “Por tanto, esta invasión parece abrir una fase de guerra básicamente mundial (y básicamente nuclear). La guerra final contra la humanidad ha comenzado”. Su receta no es muy estimulante la verdad, se limita a una suerte de orgullo vitalista, romántico que menta abstracciones como paz, placer y vida. “Lo único que podemos hacer es desertar, transformar colectivamente el miedo en pensamiento, y resignarnos a lo inevitable, porque sólo así puede suceder lo impredecible: la paz, el placer, la vida”.
Franco «Bifo» Berardi es escritor, filósofo y agitador cultural.