«El realismo no murió para Pasolini, al contrario, lo explota hasta volverlo una estética de vanguardia, un realismo nuevo, citadino, urbano, que no muestra como en el siglo XIX la decadencia de la burguesía, sino la miseria que produce en la sociedad.» Por: Derian Passaglia
No hay muchas ediciones en castellano de una novela brillante descatalogada hace tiempo, y que deberían reeditar con urgencia. Una vida violenta (1959), de Pier Paolo Pasolini, trata temas que están en el centro de las discusiones progresistas y políticas: la violencia de género, las diferencias estructurales entre el hombre y la mujer, la exclusión social y la pobreza. La diferencia con las novelas que se publican ahora sobre el mismo tema es que éstas promueven la identificación o la lástima; Pier Paolo Pasolini, en cambio, lleva al lector a un lugar de incomodidad y reflexión.
El realismo no murió para Pasolini, al contrario, lo explota hasta volverlo una estética de vanguardia, un realismo nuevo, citadino, urbano, que no muestra como en el siglo XIX la decadencia de la burguesía, sino la miseria que produce en la sociedad.
La historia trata de Tomasso, un chico de la calle, un ragazzi, un pibe de los suburbios de Roma, humillado y ofendido. Se dedica a vagar por las calles con sus amigos: el Zucabbo, el Cagone, etc. Juegan a la pelota, van al centro, le gritan a las chicas que pasan. Tienen veinte años y no trabajan. A veces roban carteras y gastan la plata en un restaurante donde se sientan a comer.
Las situaciones de violencia se acumulan a lo largo de las páginas. La violencia escala. Primero un pequeño robo, después queman la ropa de un linyera, le pegan a una prostituta. Una de las escenas de mayor violencia la protagoniza Tomasso e Irene, la chica que le gusta y con la que quiere noviar. Tomasso la desea, quiere su cuerpo; ella pareciera estar en otra, le interesan otras cosas, quiere ir más despacio. Sesenta años antes de que se volviera un lugar común, Pasolini muestra que la violencia machista es estructural, porque el lector no puede decidir en qué punto de vista colocarse. Irene es una pobre víctima pero Tomasso es un desposeído que no hace más que repetir actitudes aprendidas.
Los chicos marginales de la calle es un tópico de mediados del siglo XX. Los 400 golpes, película de Truffaut, trata de un chico solo y criminal, también es del año 1959. ¿Es el arte europeo de posvanguardia el que descubre la pobreza? ¿O son los rusos, Tolstoi, Dostoievski, rodeados de campesinos en la época del zar? Los límites de representación del realismo se expanden, la complejidad de la estructura social se profundiza en el neorrealismo, y se profundiza todavía más cuando Tomasso, en una vuelta de tuerca pasoliniana, se afilia al Partido Comunista. La política es la forma literaria privilegiada de Pasolini.